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24 de abril de 2024

Vidas ejemplaresLuis Ventoso

Una democracia enferma de Sánchez

A veces los sistemas parlamentarios que fracasan «se erosionan lentamente, en pasos apenas apreciables», por eso es tan importante la decisión del TC

Actualizada 08:47

Mucho se ha pensado, escrito y divagado sobre cómo nacen y se extinguen los sistemas parlamentarios de derechos y libertades. Entre los ensayos más citados al respecto figura Cómo mueren las democracias, publicado en 2018 por dos politólogos de Harvard, Levitsky y Ziblatt. El libro nació con el ánimo de criticar la evolución de Trump, que en 2016 había ganado las elecciones contra el pronóstico de todo el establishment. Pero la obra se eleva por encima de aquella coyuntura y logra plantear un clarividente análisis sobre cómo se pudren las democracias, desde los descalabros exprés, como el de la República de Weimar, hasta procesos paso a paso, como los de Chávez, Erdogan o Putin.
Alexander Hamilton, uno de los padres fundadores de Estados Unidos, ya avisó en su día de que un demagogo habilidoso puede convertirse con relativa facilidad en un tirano. Levitsky y Ziblatt vuelven al asunto y presentan cuatro semáforos rojos que indican que una democracia ha enfermado y corre el riesgo de acabar desapareciendo: 1.- Se rechazan las reglas del juego democrático, o el compromiso con ellas se torna muy débil. 2.- Se niega la legitimidad a los oponentes. 3.- Se tolera o se anima el uso de la violencia. 4.- Se da una predisposición a coartar los derechos de los oponentes, incluidos los medios de comunicación críticos con el poder.
En efecto, han contado bien: Sánchez ya ha cumplido el punto uno, el dos y el cuatro. Solo le falta el de la violencia.
Sánchez y su PSOE tienen un compromiso débil con las reglas de juego, como hemos visto de nuevo con su maniobra de reescribir leyes orgánicas de manera exprés y sin los informes preceptivos, frenada con toda justicia por el TC.
Sánchez priva reiteradamente de su legitimidad a sus oponentes, a los que la coalición del nuevo Frente Popular tacha de «ultras, fascistas y golpistas» y a los que cerca con «cordones sanitarios». También se niega a atender a medios que no son de su cuerda, algo inédito en un presidente español. Por último, a estas alturas resulta evidente su predisposición a coartar las libertades, con tics de autócrata que incluso le han costado dos sentencias condenatorias por un estado de alarma abusivo.
Gustavo Morales, periodista clásico que lo ha visto casi todo, me comentaba charlando que a los españoles les está pasando con su democracia como a las ranas: «Si les tiras una chinita en su poza, saltan como un resorte. Pero si las vas cociendo a fuego lento en el agua, ni reaccionan». Los autores de Cómo mueren las democracias aluden también a ese fenómeno, a la indiferencia suicida en que a veces incurre el público: «Con frecuencia las democracias se erosionan lentamente, en pasos a penas apreciables (…). La ciudadanía suele tardar en darse cuenta de que la democracia está siendo desmantelada, aunque suceda a ojos vista». Son palabras que parecen escritas como si se estuviese viendo lo que está sucediendo en España desde que Sánchez llegó al poder, en junio de 2018.
Los politólogos estadounidenses señalan que a veces se da la ironía sangrante de que «la defensa de la democracia suele esgrimirse como pretexto precisamente para su subversión». Profética frase sobre lo que está haciendo en nuestro país gente como el mamporrero en jefe, Bolaños.
Una democracia ha de tener unas reglas escritas (la Constitución) y unos árbitros (los tribunales de justicia). Pero en la convaleciente democracia española, enferma de sanchismo, políticos de la izquierda y tertulianos analfabetos jurídicamente ya abogan por matar al árbitro, al que acosan y cuestionan a diario.
Levitsky y Ziblatt recuerdan que para que una democracia funcione es vital también que se respeten «las normas informales no escritas». Ahí Sánchez ha resultado demoledor. Llegó al poder fumándose la regla de oro no escrita de que para gobernar era preciso haber ganado las elecciones. Rompió el principio de no formar Gobierno con el soporte de partidos golpistas. Hasta ha incurrido en la vileza moral de aliarse con el partido sucesor de la banda terrorista que mató a varios de sus compañeros.
«La paradoja trágica es que los autócratas pueden usar las instituciones democráticas para matar la democracia gradualmente, sutilmente», advierten los ensayistas. Por desgracia, lo que se ha visto en los últimos quince días indica que en España ya estamos ahí. Por eso es tan importante la decisión de anoche del TC. Las democracias cuentan con un sistema de contrapesos para evitar precisamente que un demagogo pueda convertirse en un autócrata, como alertaba Hamilton. Nuestra izquierda antisistema pondrá ahora el grito en el cielo, tachará de «golpista» al tribunal, mostrando una ignorancia y desprecio absolutos sobre cómo debe funcionar una democracia. El TC solo le pide a Sánchez que tramite sus enmiendas acorde a los procedimientos establecidos. Lo tiene fácil: basta con que cumpla la ley, aunque ello provoque que la vergüenza de lo que está haciendo linde con las elecciones, que es lo que quería evitar con su añagaza exprés.
El año que viene tendremos que elegir en las urnas si queremos cambiar de rumbo o si preferimos seguir cociéndonos lentamente en la olla del sanchismo, al estilo de la rana de la parábola de Gustavo.
(PD: Gracias, presidente Trevijano, por no arrugarte ante los que querían hacer gárgaras con nuestras leyes).
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