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13 de mayo de 2024

Pecados capitalesMayte Alcaraz

Piqué o la política antes de Sánchez

Recordar a Su Sanchidad que la responsabilidad de Estado y la lealtad institucional es guardarse sus ideas sectarias para los mítines borreguiles y ramplones de partido no servirá de nada, pero ahí queda

Actualizada 01:30

Ayer murió Josep Piqué y sentí un pellizco de nostalgia por la política educada y por las buenas formas. Cuando fue portavoz del Gobierno de Aznar, entre 1998 y 2000, los partidos no eran ursulinas ni sus dirigentes se habían empapado de Sor Ángela de la Cruz. Pero, pese a la dureza de los desencuentros, había un intangible que era el respeto. Respeto por el que opinaba diferente, respeto por el rival y por sus ideas, respeto por los electores de los contrarios y respeto, sobre todo, por el papel institucional que ocupaban. Desde la sala de prensa del Consejo de Ministros, los periodistas que asistíamos a sus intervenciones jamás escuchamos de su boca una descalificación u oprobio a la oposición, aquellos viernes lejanos cuando no se utilizaba la portavocía de Moncloa como megáfono para mítines electorales. Lo contrario que ahora: las reuniones del Gobierno no solo han cambiado de día, del viernes al martes, sino que las correas de transmisión de Sánchez, Isabel Celáa, María Jesús Montero e Isabel Rodríguez, han denigrado el cargo hasta tal punto que hoy se confunde con la portavocía de Ferraz.
A la hoy embajadora Celáa, la Junta Electoral Central reprendió por su flagrante vulneración de la neutralidad institucional al hacer valoraciones con connotaciones electoralistas durante la precampaña de 2019. Su sucesora, Chiqui Montero, dedicaba gran parte de su intervención semanal a arremeter contra el PP y su entonces líder, Pablo Casado. Por no hablar de Pilar Alegría, que se saltó todas las líneas rojas el pasado verano cuando adelantó desde la sede de su partido, y con el logotipo del PSOE detrás, los contenidos del Consejo con que se inauguraba el curso político, aprovechando su condición de ministra de Educación, cartera desde la que ha eliminado el mérito y el esfuerzo para no estresar a los niños. Tres impostadas de maneras parecidas para profundizar en el deterioro que el jefe de todas ellas, Pedro Sánchez, ha perpetrado en las instituciones del Estado: desde la Fiscalía, al Tribunal de Cuentas, pasando por las Cortes, el INE, el CIS o el Constitucional.
La buena crianza que ostentaba Piqué y la mayor parte de los políticos de su generación, permitía ser inflexible con los contrarios sin humillarlos ni mandarlos al infierno. Detractores tenía, como todos, que le reprocharon su carácter ambivalente y sus gestos de empatía con el catalanismo, ante el asombro de ese Pujol que iba de «Español del Año» en hoja volandera de periódico pero que, en la intimidad, no solo hablaba catalán con Aznar, sino que robaba a espuertas y cimentaba la entelequia separatista. Pero Piqué, que tuvo sus luces y sus sombras como todos, trabajó siempre por los intereses de Estado y elevó la mirada más allá de las miserias partidistas. El que fuera jefe de nuestra diplomacia jamás hubiera permitido que un Gobierno, encabezado por su presidente, saliera en tromba contra la elección democrática de una primera ministra extranjera, como hizo Sánchez, Montero y Díaz, con la italiana Giorgia Meloni, solo porque no comulgaba con sus ideas progres.
Solo les quedó llamarle la nueva Mussollini, a sabiendas de que era la máxima representación institucional de un país culturalmente hermano, aliado y sustantivo para los intereses de Europa. Ahora, Sánchez ha tenido que plegar velas en nombre de la realpolitik, tragándose todos sus mezquinos ataques a lo que él llama ultraderecha, que en España es todo lo que no simpatiza con Su Persona. Sé que recordar a Su Sanchidad que la responsabilidad de Estado y la lealtad institucional es guardarse sus ideas sectarias para los mítines borreguiles y ramplones de partido no servirá de nada, pero ahí queda. Piqué le hubiera dado lecciones magistrales sobre el respeto al contrario.
Hoy que es Viernes Santo, demos dos últimos consejos piadosos a los impíos: odio no es lo que repartieron los chicos del Colegio Mayor Elias Ahuja contra sus compañeras sino mal estilo y estulticia. Odio es, por ejemplo, lo que hacen los indepes con los niños en Cataluña que quieren aprender en castellano o reírse de las casi 900 víctimas de violadores que han rebajado la pena gracias a una ministra y su clan de indocumentadas. Y odio es atacar con saña a una madre, por muy Ana Obregón que sea, que perdió por una enfermedad terrible a su hijo, un muchacho de apenas 28 años. Un poco de compasión.
Mi sentido pésame, amiga y compañera, Gloria Lomana.
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