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25 de abril de 2024

HorizonteRamón Pérez-Maura

Un suicidio que hay que impedir

Si no hubiera sido por Europa, a pesar de los arrumacos de Von der Leyen con Sánchez, la virtual impunidad de la malversación que Sánchez ha regalado a los independentistas se hubiese mantenido a futuro. Esto va a cambiar. Pero no es retroactivo, claro

Actualizada 08:27

Confesaré que he tenido el privilegio de pasar el puente de mayo en Venecia, a dónde llevaba un lustro sin ir. El 1 de mayo –lluvioso– me recogí bajo el toldo de la terraza, frente a la inmensidad de la basílica de Santa María della Salute, la mejor vista del mundo para mí –incluso cuando está en restauración y parcialmente cubierta por lonas con publicidad. Ahí empecé a leer Venecias de Paul Morand (1888-1976) el gran escritor, parisino universal, al que nunca se le perdonó su alineamiento con el mariscal Petain.
De repente una frase de Morand me impresionó: «Estoy viudo de Europa». El original de la obra está publicado por Éditions Gallimard en 1971 (mi traducción española es la de ediciones Península de 2010 en la colección Imprescindibles). El «estoy viudo de Europa» de Morand me conmovió porque, aunque las circunstancias en las que él lo escribió y las actuales tienen muy poco en común, me hizo sentirme identificado con mis sentimientos ocasionales cuando veo la forma de gobernar de la Comisión Europea.
Yo me convertí en un europeísta sin matices de la mano del Archiduque Otto de Habsburgo cuyos ideales estudié y promoví muy activamente. Entre otras cosas presidiendo durante algo más de siete años el Comité Español por la Unión Paneuropea. Y esos principios me han ayudado a sostener mi europeísmo incluso en estas horas en que tantas veces contemplamos con estupor actuaciones de la Comisión Von der Leyen que nos dejan sin palabras.
Ver la actuación en la polémica por el Parque de Doñana de la dirección general que aborda el medio ambiente ha sido un perfecto ejemplo de caciquismo digno de la Calabria de mediados del siglo XIX. Que el hijo del ministro de Agricultura del Gobierno del Reino de España sea el que haya fijado la posición de la Comisión Europea en una cuestión que afecta al padre del ponente es algo que no ocurre ni en las repúblicas bananeras. Admito que no tengo pruebas incuestionables de que haya sido Luis Planas hijo el que ha fijado esa posición. Pero todos sabemos que en la Comisión y en sus direcciones generales el método de trabajo es que cuando llega un asunto sobre el que hay que fijar posición y que afecta a un país en concreto, se escoge de entre los funcionarios de diferentes nacionalidades que hay en ese negociado uno del país en el que hay el problema. Lo que no suele ocurrir es que ese funcionario sea hijo de un ministro afectado muy de cerca por el problema. Como decía mi padre después de algunas homilías de la Misa dominical «es que te quitan la afición».
La actuación de Luis Planas hijo y la cita de Morand estaban contribuyendo a que perdiera un poco la afición cuando surgió el miércoles por la tarde el proyecto de directiva de la Comisión que con toda probabilidad llevará a que la pena máxima por malversación en toda la UE no pueda ser los tres o cuatro años a los que lo ha rebajado Sánchez en su rendición ante los independentistas catalanes, sino que se deba equiparar la pena máxima en toda la UE en cinco años.
Para mí, lo más relevante de este cambio es que, una vez más, se demuestra que Sánchez es un mentiroso compulsivo. Dijo hasta quedarse ronco que rebajaba la pena para igualarnos con otros países de la Unión Europea. Afirmación genérica nunca concretada con ejemplos relevantes. Moncloa ya ha enviado a sus terminales mediáticas a negar en tromba la evidencia. Cuando se convierte la mentira en un instrumento legítimo de la vida política –como no me cansaré de decir que ha hecho este presidente al negar la evidencia– es algo que se puede hacer sin pudor.
Mi admirada y llorada Flora Peña, una emprendedora excepcional, creó una Fundación Euroamérica con la que recorrimos buena parte de hispanoamérica dando conferencias. No recuerdo el año exactamente, pero sobre 2003 me tocó moderar en Lima una mesa redonda sobre las transiciones a la democracia en la que intervenía el expresidente peruano Valentín Paniagua que había ocupado la Presidencia en sustitución del entonces huido Alejandro Fujimori y hasta la elección del hoy detenido Alejandro Toledo. Se provocó una discusión porque algunos participantes justificaban el auge de gobiernos autoritarios por los fallos de los gobiernos democráticos y fue entonces cuando Paniagua dijo una gran verdad que será una perogrullada, pero que habitualmente se ignora: «La alternativa a un mal gobierno democrático no es una dictadura. La alternativa es otro gobierno democrático –y, a ser posible, mejor».
La alternativa a los fallos de esta Europa que llevamos construyendo apenas 66 años no es menos Europa. Es una Europa mejor. Y si no, nos suicidaremos.
Si no hubiera sido por Europa, a pesar de los arrumacos de Von der Leyen con Sánchez, la virtual impunidad de la malversación que Sánchez ha regalado a los independentistas se hubiese mantenido a futuro. Esto va a cambiar. Pero no es retroactivo, claro. Lo que las instituciones europeas todavía no pueden hacer es milagros.
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