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19 de marzo de 2024

Cosas que pasanAlfonso Ussía

Ultraizquierdas odiosas

Pablo Iglesias es el odio en movimiento, como Echenique, el odio motorizado, o como Sánchez, el odio acomplejado

Actualizada 01:30

«Nos limitamos a esperar a que se mataran entre ellos para entrar en Madrid». Con esa sencillez y simpleza, lejana a la prepotencia y afectación, explicaba en la tertulia de Balmoral el General Arias – capitán a finales de la Guerra Civil–, la toma de Madrid por parte de las tropas nacionales. Para mí, que el comunismo y el socialismo –añádase el anarquismo–, jamás han reducido sus reservas de odio entre sus encontradas y diferentes sensibilidades, siempre que el uso de la sensibilidad sea el adecuado para describir la fobia y el aborrecimiento que se dispensaban, y dispensan, las ultraizquierdas entre sí.
Sin sangre de por medio, lo que está sucediendo en las nuevas ultraizquierdas españolas no se distancia en demasía de aquellas abominaciones. Creo que el gran problema de los dirigentes del sanchismo, el comunismo, el podemismo, el sumarismo, el independentismo y el filoterrorismo que hoy nos gobiernan en España, es que ignoran el peligro del odio. Lo llevan anclado en sus casquerías y no le conceden importancia.
Pablo Iglesias es el odio en movimiento, como Echenique, el odio motorizado, o como Sánchez, el odio acomplejado. Ahora, con el apoyo del PSOE, se está vendiendo un nuevo producto de animadversión y tirria, liderado por una mujer que pretende representar todo lo que ella desprecia.
El odio social puede servir de pegamento efímero durante una temporada, pero termina por despegar la unión de la falsedad. El odio es también consecuencia de la envidia, y en ERC empiezan a flotar los sueños envidiosos. Algunos de sus dirigentes se están movilizando para impedir que Rufián –al que llaman «el andaluz»–, sea candidato de la ultraizquierda independentista catalana el próximo 23 de julio. Molesta su situación. Rufián se ha convertido en un mero diputado español, que por nada del mundo desea dejar de ser diputado español. Vive en Madrid, se ha casado con una nacionalista vasca, su sueldo, dietas, y gratuidad en los traslados completan un montante acariciable, y muchos de sus compañeros de partido están dispuestos a reemplazarlo. Yolanda Díaz, la sumadora que resta, no puede ver ni en pintura a la podemita Irene Montero de Iglesias ni a sus churris. Centenares de agrupaciones feministas de izquierdas no le perdonan que más de mil delincuentes sexuales se hayan beneficiado de la estupidez de su ley del 'sólo sí es sí'. Y Yolanda Díaz, que votó entusiasmada a favor de esa ley –por llamarla de alguna manera–, ha vetado a Irene Montero, Victoria Rosell y a la Pam para entrar en las listas de Sumar. En Podemos el odio se resume en Errejón, y han advertido a la princesa gallega de la más Alta Costura, que no sumarán en Sumar si Errejón es candidato. Entonces Yolanda Díaz ha dejado caer que en su nueva formación de odio mal pegado no tiene cabida Isa Serra, y que la Belarra tampoco les anima a la ilusión de contar con ella. La Colau, después de destrozar la maravillosa ciudad de Barcelona, renuncia a seguir en la política, quizá influía por su cercanía anímica a la aristocracia de Neguri que le ofrece la seguridad y el sosiego. Y Sánchez ha tomado partido claramente a favor de la «Yolanda Fashion» en perjuicio de «Irene menstruaciones». Y puedo equivocarme como en tantas ocasiones me he equivocado, pero el odio carece de límites y esto puede terminar en un cipostio muy entretenido de contemplar desde fuera. Los odios de las derechas se disimulan mejor. El nivel académico y profesional de sus representantes obligan a una mayor interpretación de la cortesía. La educación es muy importante, y en muchos de sus políticos impera o se recuerdan los conceptos y valores del humanismo cristiano. Puede existir incomprensión o enfrentamientos puntuales, pero sin alcanzar la zafiedad de odio, porque en definitiva, están obligados a entenderse en beneficio del bien común. Y si no se ha conseguido la unión, es por egoísmo o ceguera ante el peligro inminente que algunos de sus dirigentes –especialmente del PP–, no quieren ver ni analizar.
Por mi parte, me siento atraído e interesado en asistir al espectáculo gratuito del odio entre las ultraizquierdas. La envidia y la ausencia del perdón están muy mal educadas. Y eso, por ahora, nos salva a todos los que no nos enseñaron a odiar.
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