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02 de mayo de 2024

Vidas ejemplaresLuis Ventoso

Pinchazo de un agresivo vendedor de crecepelo

Desacostumbrado a la crítica de igual a igual, Sánchez perdió el debate ante un Feijóo que lo fue acorralando con la tranquila enunciación de sus graves baldones

Actualizada 09:50

La inmensa mayoría de los votantes no toman sus decisiones electorales por estas o aquellas medidas concretas. En las democracias actuales la figura del candidato decanta las elecciones. Al final la gente se inclina por aquella persona que parece ofrecer «un par de manos seguras», como reza la jerga política inglesa. Viendo el debate electoral, el par de manos seguras estuvieron durante casi toda la velada a la derecha de la pantalla. En muchos lances daba la sensación de que estábamos ante un vendedor de crecepelo de modales alborotados, que era observado por un administrador pálido y circunspecto, que anotaba en un folio que no veíamos el acta de defunción política del manojo de nervios que tenía enfrente.
Una de las primeras reglas que le cuentan a cualquier tertuliano bisoño cuando se incorpora a los medios es que funciona mejor y gusta más quien no se alborota, quien conserva la tranquilidad en todo momento. Por lo que se vio en el plató del Cara a Cara, en sus tres días largos de retiro para preparar el debate, ninguno de sus múltiples asesores, fontaneros, gurús y «sherpas» le recordó esa máxima al eventual presidente del Gobierno. Sánchez interrumpía hasta rozar la mala educación, gesticulaba alterado, exageraba el teatro y su mirada transmitía una pátina de mala leche. Enfrente, un astuto frontón, que sin alterarse, y hasta permitiéndose alguna sonrisa y mirada irónica, fue acorralándolo con el mero enunciado de las contradicciones y patrañas de lo que se ha dado en llamar el sanchismo.
Acudir a un plató donde por una vez te toca debatir sin las cartas marcadas supone toda una osadía cuando tienes un historial a tus espaldas como el de Sánchez. O más bien, una temeridad. La flecha que alcanzó su gran talón de Aquiles, Bildu, llegó directa, inevitable, al recordarle que se cumple el 26 aniversario del asesinato de Miguel Ángel Blanco y él gobierna con el partido de sus asesinos. También resultaba inevitable la certera acusación por sus enjuagues con el golpismo catalán: «Gracias a usted una declaración de independencia sin violencia es legal».
El talante democrático de Sánchez quedó de manifiesto cuando se negó a responder en las múltiples ocasiones en que Feijóo le ofreció permitir mutuamente que gobierne aquel que sume más votos el próximo día 23. También quedó a la altura del betún cuando el líder de la oposición le reprochó que no le haya informado todavía en relación a su llamativo –y oscuro– giro diplomático en Marruecos. «No nos ha contado nada. ¿Qué ha pactado con Marruecos? Tenemos derecho a saberlo». Tal vez Mohamed VI podría arrojar algo de luz sobre la pregunta que quedó flotando.
¿Qué le quedaba a Sánchez ante semejante repaso (que en buena medida se inflingió a sí mismo con sus malos modales)? Pues jugar la carta del «¡que viene Vox!», latiguillo que ya no vende un peine. «PP y Vox es lo mismo», salmodiaba Sánchez, creyendo que enunciaba una genialidad capaz de movilizar al electorado. Se ve que el aislamiento en el que vive –no puede pisar una calle sin un abucheo– hace que desconozca cuál es hoy el pulso de la sociedad española al respecto.
Por hacer el cuento corto: Sánchez ha perdido el debate. Si el Orfeón Progresista amanecía vendiendo que este cara a cara suponía la gran ocasión para darle la vuelta a los comicios mucho nos tememos que debieron de acostarse un tanto contritos. Sánchez, que siempre ha arrastrado el problema de que es una persona que no cae bien, dejó ver en esta ocasión un fondo arrogante y hasta colérico, que no le va a ayudar en las urnas. La sonrisa forzada del posado se descompuso pronto y dejó ver a un hombre irritado, desacostumbrado a la crítica tras más de cuatro años de tics autoritarios y del jabón de una corte de pelotilleros (gente que ha trabajado con él en la Moncloa da de su carácter desabrido, bronco). Se le vio sorprendido ante el relato exacto de su propia biografía política. La mirada huidiza y los labios fruncidos en el minuto de oro delataban lo que es: un pato cojo en sus minutos finales (siempre que todo vaya como debe en Correos).
(Mi apuesta: la victoria de Feijóo será más abultada de lo que están contando hoy las encuestas y tras ella comenzará un proceso que llevará al PSOE rumbo a la irrelevancia. Nada más acabar el debate, Rufián tuiteaba: «Que alguien llame a Zapatero». Por una vez creo que apunta bien. Probablemente sobre las cenizas del PSOE nacerá un nuevo frente de izquierdas, capitaneado por la siempre trepística Yolanda Díaz y el cada vez más fanatizado Zapatero).
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