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06 de mayo de 2024

El que cuenta las sílabasGabriel Albiac

Vox blinda a Sánchez

Vox es la garantía de continuidad de Sánchez. Y su coartada para cualquier cosa. Vox blinda a Sánchez

Actualizada 00:55

Sucedió en otra era. Inicio de los años ochenta del siglo pasado. En París, Pierre Bérégovoy, que es entonces ministro de finanzas de François Mitterrand y que será después su primer ministro, conversa con un selecto grupo de periodistas, amigos de la causa. Están inquietos. ¿Por qué la televisión francesa –única y pública en aquel tiempo– fomenta con descaro la presencia de un político tan histriónicamente parafascista como Jean-Marie Le Pen?
Y Bérégovoy deja aflorar esa sonrisa benévola de los que están en el secreto. Y pide discreción a los amigos mediáticos: «Veréis, es una idea genial del presidente. Si logramos que Le Pen suba por encima del 9 por ciento en las generales, la derecha clásica será inelegible. De modo permanente. Haced cuentas». Las hicieron. Era una aritmética elemental. Y mortífera. El todopoderoso gaullismo quedaba excluido del poder, no por un ascenso en flecha de la izquierda. Eso vendría luego. Quedaba inhabilitado por el pequeño –pero suficiente– porcentaje de clientela que iba a perder por el lado de la extrema derecha del Frente Nacional. Y esa pérdida –y esa inhabilitación– perduraría. Con ella estaría garantizada la continuidad de Mitterrand, en lo que para él fue más un trono que una presidencia. Al cabo, sólo la enfermedad y la muerte rompió esa inercia. Y Mitterrand consumó su anhelo de siempre: ser jefe de Estado vitalicio. Con más poderes de los que ningún Monarca absoluto soñó nunca.
Ante Sánchez, parece haberse abierto ahora un proyecto casi calcado sobre aquel de la Francia de los años ochenta. Un azar, que nadie hubiera previsto hace diez años, ha dislocado, a la derecha del PP, una fracción ideológicamente caótica y retóricamente alarmante: Vox. Y esa fracción, administrada con eficacia, puede dejar ilimitadamente fuera del gobierno al centro-derecha español.
Ningún historiador reconocerá, en esa amalgama de ocurrencias infantiles y alarmantes grandilocuencias que es Vox, nada que se ajuste bien al concepto clásico de «fascismo». Más bien, si se quiere jugar a las genealogías, estamos ante una especie de hijo no muy brillante del tradicionalismo que pudrió nuestro siglo XIX, paralizando la modernidad española. Y que hoy debería aparecernos como una muy curiosa pieza de anticuariado. Pero, en política, no cuenta lo que uno es, sino la imagen que de uno puede construir la apisonadora mediática. La de Sánchez es extraordinaria: y el esperpento alzado se llama «Vox = fascismo = verdadero PP». Funciona. Eso demostraron las urnas en la noche del domingo.
Disparatado, en rigor. Pero ahí está. Y aquí, aquel «efecto Mitterrand», que Bérégovoy tanto alabó antes de suicidarse con la pistola de su escolta, esa «inelegibilidad» del centro-derecha, está en trance de consumarse. El sistema electoral español suma un plus en el coeficiente voto/escaño a favor de las candidaturas únicas y en perjuicio de las múltiples. Fue el recurso comprensible de una «transición» que buscaba la estabilidad mediante partidos fuertes y la extinción del temido enjambre caótico de los pequeños. Así, los votos sumados de PP y Vox (que, al cabo, empezó siendo sólo una escisión de descontentos en el partido de Rajoy) hubieran dado una mayoría de escaños bastante cómoda en el parlamento. Mientras concurran dos listas separadas, su posibilidad de sumar mayoría es cero. O casi. Y decidirán siempre los independentistas.
No hacía falta ser un genio para entender eso. Es lo que una pareja de asesores áulicos explicó a Sánchez en la madrugada del 29 de mayo, tras el batacazo municipal y autonómico. «Con Vox robando voto al PP, no hay posibilidad alguna de que Feijó sume los escaños suficientes en las generales. Puede que tú no ganes. Pero él tampoco. No tiene alianzas posibles: no podrá gobernar. Tú sí las tienes: Bildu, Esquerra, Puigdemont casi seguro… Vox hace inelegible a la derecha española. Es una ocasión de oro, sería estúpido no aprovecharla». Sánchez supo escuchar: no era tan complicado como escribir una tesis doctoral. Y el cálculo funcionó: los números siempre funcionan. Hoy, Vox es la garantía de continuidad de Sánchez. Y su coartada para cualquier cosa. Vox blinda a Sánchez.
Epílogo para franceses. Cuarenta años después del genial «algoritmo Mitterrand», el partido mayoritario en Francia es –ahora pilotado, modernizado y rebautizado por su hija– el de aquel parafascista loco llamado Jean-Marie Le Pen. El partido socialista no existe. Y la Francia republicana ve, con estupor, la inexorable llegada a la Presidencia de su peor pesadilla.
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