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12 de mayo de 2024

Perro come perroAntonio R. Naranjo

Nadia Calviño

Si la desastrosa ministra de Economía es lo mejor del Gobierno, ¿cómo será lo peor?

Actualizada 01:30

Nadia Calviño pasó por la tuerta en un Gobierno de ciegos, como si saber inglés, vestirse un poco Thatcher y sumar sin faltas de ortografía la convirtiera en una lumbrera al lado de las penumbras que conforman el Consejo de Ministros, un cúmulo de necios que transforma en un genio a cualquiera con las neuronas justas para no orinarse encima.
La realidad es que el expediente económico de Calviño, hija de aquel primigenio manipulador en RTVE cuya estela sigue vigente en el ente público privatizado por Ferraz, es similar al de Pappu Charán, el indio de India aceptado como el peor estudiante de todos los tiempos: 38 después de comenzar el Bachillerato, sigue sin acertar ni su propio nombre en los exámenes.
Nadia se dio a conocer con un presagio económico, justo antes de la pandemia, que enlaza con los de Rappel o Piketty, otro brujo elevado a categoría de oráculo por la progresía europea, siempre dispuesta a ensalzar a cualquiera que dé cierto pábulo universitario a sus delirantes teorías, resumidas en la célebre de Eduardo Garzón sobre cómo arreglar la pobreza: imprimiendo más dinero.
Dijo la celebridad que España no iba a sufrir los efectos del virus, cinco minutos antes de que padeciéramos el mayor hundimiento del PIB del mundo, junto a Argentina, a quien nos vamos pareciendo más desde entonces.
Tampoco ha logrado evitar que vivamos en una tormenta perfecta de inflación, devaluación salarial, récord de presión fiscal y de paro y máximos de deuda y déficit; todo ello sin combatir además la kamikaze deriva populista de Podemos, especialmente estúpida en materia económica y laboral, hoy plenamente asumida por Pedro Sánchez. Que se ha cargado al partido de Pablo Iglesias por el sorprendente método de transformar al PSOE en él.
La nulidad Calviño, admirable en su tarea de demolición de una sociedad competitiva y en su persecución por acción u omisión de las empresas, se completa con un comportamiento personal digno de una cacique latinoamericana: usa residencias públicas pese a tener casa cerca del Congreso e intentó colar a su marido en un puesto de campanillas en Patrimonio Nacional, dejándole a una amiga que se encargara de afinarlo todo para que pareciera un accidente.
Que todo ello haya coincidido con la etapa de mayor empobrecimiento en España desde la Guerra Civil, con la clase media destrozada, los jóvenes sin expectativas, las pequeñas empresas a punto de echar el cierre y la Administración Pública, sin embargo, al borde del colapso bulímico; otorga al personaje un plus de culpabilidad.
Porque de la caterva podemita del Gobierno solo podía esperarse lo que han dado, un espectáculo bochornoso de vaguería, sectarismo e incompetencia, ¿pero qué excusa tienen Calviño, Escrivá o Robles, la parte presuntamente sensata de la banda de Sánchez? Con menos ruido que Montero, Belarra o Garzón, han jugado a lo mismo: vivir como si no hubiera un mañana para garantizarse un futuro goloso que, en su España decadente, nadie más tiene asegurado.
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