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05 de mayo de 2024

Vidas ejemplaresLuis Ventoso

Évole, Netflix y el asesino en serie

Ese periodista y esa plataforma no están comprometidos con los intereses de España, solo los mueve el negocio que hacen dando espectáculo

Actualizada 10:08

En las redacciones siempre ha habido debate sobre si se deben publicar o no entrevistas con criminales, incluidos asesinos y terroristas. Personalmente estoy en contra, porque el móvil real de dar un altavoz a delincuentes brutales no es otro que vender morbo, llamar la atención. Al entrevistar a un asesino no se gana nada, pero se se le brinda la oportunidad de que pueda blanquear su figura y justificar sus crímenes.
El próximo día 22 se va a proyectar en el Festival de Cine de San Sebastián un documental del periodista televisivo Jordi Évole titulado «No me llames Ternera». El gancho del asunto radica en que el antaño autodenominado El Follonero conversa con José Antonio Urruticoechea, alias Josu Ternera, de 72 años, que fue en su día uno de los jefes más sanguinarios de ETA y hoy vive en Francia en libertad vigilada, a la espera de que nuestros vecinos tengan a bien extraditarlo a España.
La democracia española es a veces tan naif -o estúpidamente buenista- que en 1998, Ternera fue diputado en el Parlamento Vasco, en las filas del Bildu que había montado ETA por entonces. ¡Hasta lo colocaron en la Comisión de Derechos Humanos de la Cámara vasca! Pero Ternera no es más que un animal de conciencia averiada. En el documental con Évole incluso confiesa tan ancho que existe un asesinato más que anotar en su casillero, el del alcalde de Galdácano, cometido en 1976 y que ha prescrito por la amnistía del 77.
Ternera es esa escoria humana que en 1987 dio la orden de volar la casa cuartel de la Guardia Civil en Zaragoza con un coche bomba con 250 kilos de amonal. ETA mató allí a once personas, cinco de ellas niñas. ¿Para qué hacerle una entrevista de cámara? Évole y su equipo, que rechazarían airados entrevistar a cualquiera acusado de vulnerar los códigos sagrados del «progresismo», alegan que se trata de «escuchar sus motivos». ¿De verdad tienen interés periodístico y cinematográfico las justificaciones de un cabrón que es responsable de once asesinatos consumados e impulsor de otros 88 en grado de tentativa, un tipo sobre cuya conciencia pesan cinco niñas destrozadas?
Un grupo de víctimas del terrorismo e intelectuales con principios, como el filósofo Savater y el novelista Aramburu, han dirigido una carta al Festival, titulada «Contra el blanqueamiento de ETA y Josu Ternera». Piden en los más educados términos que no emitan ese documental. Ni caso. En el país que se rasga las vestiduras por el beso de Rubiales es chachi entrevistar a un asesino en serie que odia a España.
Este asunto tiene una miga añadida, y es que representa a cierta generación de periodistas diletantes, que eluden todo compromiso con los intereses de su país. Se mueven bajo el paradigma «divertido/no divertido», apuntándose solo a lo entretenido, o a aquello que por llamativo les puede servir para hacer publicidad de su marca personal. Me acuerdo cuando en pleno golpe de 2017 un columnista de entonces, bastante sobrevalorado y por desgracia desaparecido, anunció en un artículo que dejaba de ocuparse del tema del levantamiento en Cataluña, lo más importante que había sucedido en años en España, porque le aburría.
Comprometerte con los intereses de tu país es duro, cansado y poco guay ante la izquierda. Mejor ser un chico divertido y epatante, o una de esas columnistas jóvenes-cincuentonas que solo escriben de series de televisión o fruslerías seudo irónicas. Jordi Évole, uno de esos jóvenes perpetuos que el próximo año cumplirá 50 tacos, ejemplifica bien esa manera de transitar por el mundo. Sin duda posee una inteligencia amplia, grandes reflejos periodísticos, vis escénica y capacidad para ofrecer enfoques originales. Es un experto en llamar la atención y le ha ido muy bien. Pero compromiso con su país… cero.
Évole nació en el cinturón de Barcelona y es hijo de una granadina y un cacereño. Se supone que no le gusta la independencia de Cataluña, pero se ha cuidado de ir navegando, de que su oposición tampoco se note demasiado, no vaya a ser. Évole, que parece tan audaz, no se moja ni con agua caliente cuando toca dar la cara por su país frente a los que quieren partirlo.
Otro tanto ocurre con Netflix, la productora del espectáculo Ternera. Se trata de una multinacional estadounidense de credo «progresista» (no hay serie en la que no metan un poco de catecismo LGTB-climático-feminista) para la que España es solo «un mercado» y sus problemas, materia para alimentar la caja registradora.
Évole es polifacético, lo mismo entrevista al Papa que a Josu Ternera. Todo le da un poco igual con tal de que su nombre se mantenga en el candelero. Me pregunto si vería tan interesante entrevistar al jefe etarra si hubiese perdido a una hija despanzurrada por la bomba de la casa cuartel de Zaragoza. Seguro que entonces el testimonio de Ternera ya no le parecería tan sugestivo y pertinente. Lo vería como lo que es: vender morbo a paladas blanqueando a un asesino.
Jordi, una auténtica pena que con tantas dotes para el oficio seas un periodista así. Y es que falta algo invisible, pero que es la base de todo: el péndulo moral.
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