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Perro come perroAntonio R. Naranjo

O con Nicolás Redondo o con Josu Ternera

Los socialistas tienen que decidir cómo pasan a la historia: con cuatro decentes es suficiente para frenar a Sánchez

Actualizada 13:08

A Sánchez le molesta más Alfonso Guerra que Txapote, y Nicolás Redondo que Josu Ternera, confeso autor de uno de los 376 asesinatos sin aclarar que el pequeño Kim Jong-Un de Pozuelo ya amnistió la pasada legislatura.

Trasladó a esos terroristas cerca de sus casas, para que el PNV les fuera soltando de la cárcel entre manifestaciones populares de júbilo que no merecieron réplica alguna de Patxi López, Yolanda Díaz o Isabel Rodríguez, tan rápidos en acusar de instigar una nueva Guerra Civil a los previsibles manifestantes en defensa de la Constitución como silenciosos con los agitadores.

Ni siquiera han esperado a ver cómo transcurren las previsibles protestas, aunque por los antecedentes ya lo sabrán: la gente va, lee párrafos de la Carta Magna, ondea su bandera española constitucional y se vuelve a casa dejando el lugar más limpio de lo que estaba, que somos mucho de recoger los papeles ajenos del suelo.

A todos ellos ya les han insultado antes de los hechos, en relación inversamente proporcional en ordinariez y demagogia al silencio guardado ante otros manifestantes que sí lo rompían todo: los CDR en Barcelona, los borrokas en el País Vasco o Navarra o los «antifa» de Madrid que hirieron a 70 policías nacionales en aquellas «marchas de la dignidad» que acababan rodeando el Congreso nunca merecieron reprobación alguna de la caterva de edecanes sanchistas que consideran violento, fascista y guerracivilista pensar como Nicolás Redondo.

El mensaje que emite Sánchez al expulsar a un señor decente, entrañable, intelectualmente puntero y patriota a la francesa es doble: tiene miedo, como un ladrón a punto de dar un golpe, y no quiere que se revuelvan más las filas, al menos hasta que consume el abuso y el poder renovado le confiera más herramientas de coacción.

Entre las cuales la alimentaria y salarial es la mejor para que tanto socialista convencido de que Felipe, Guerra o Redondo tienen razón se guarden su conciencia en esas barrigas calentadas por el erario público: a Sánchez no le respetan ni los suyos, pero qué bien se vive a su vera sin dar palo al agua.

Hemos llegado pues al punto de que todo lo que sea disentir del norcoreano presidente en funciones equivale a instigar un conflicto bélico, implantar el fascismo y enterrar la democracia, lo que anticipa qué vendrá si Sánchez se sale con la suya y logra una investidura que solo pueden darle los verdaderos golpistas, en un obsceno negocio en el que él se compra el puesto pero lo paga España a un precio insoportable.

Porque si Sánchez, con 121 diputados, en funciones, sin el respaldo cerrado de nadie más allá de Sumar, ERC y Bildu; se comporta ya como un peligroso tirano de tendencias totalitarias, ¿qué no hará, ya asentado en el poder, con el Parlamento controlado, el Constitucional a su servicio, los medios de comunicación públicos de alfombra y el Poder Judicial rendido?

Una investidura de Sánchez no es el final, sino el principio de algo mucho peor que ya han adelantado sus potenciales socios: no solo se despiezará España con la misma sutileza de Dani Sancho con el pobre cirujano en Tailandia; además se imprimirá una represión en el resto del país como nunca desde los años 30.

Porque si un Sánchez débil es capaz de ejecutar en público a las glorias de su propio partido, ¿de qué no será capaz cuando le renueven los galones y su relato frentista necesite dar un paso más para consolidarse en el trono? Si queda algún socialista decente, como Redondo, es el momento de demostrarlo: con cuatro en el Congreso es suficiente. Ni un buen sueldo justifica ya que se traguen a Sánchez de primero, a Puigdemont de segundo y a Josu Ternera de postre.

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