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Unas líneasEduardo de Rivas

Hola, hola

Pepe Domingo Castaño lograba que un niño le pidiera una Stihl a los Reyes y que esa novia tuya que al principio quería oír música se enganchara a la radio

Actualizada 01:30

Puede que estas palabras lleguen tarde, que todo se haya escrito ya, que los que mejor conocían a Pepe Domingo Castaño ya hayan contado sus anécdotas más graciosas, sus enfados más tontos y sus cariñosas reconciliaciones. Puede ser. Pero también es cierto que como parte de su familia de oyentes cada fin de semana no podía dejar pasar esta oportunidad, aunque hace siete días no fuera capaz de escribir.

Es verdad que cuando alguien fallece todo son elogios, pero el caso de Pepe todo lo que se ha escuchado estos días no solo es cierto, sino que se queda corto. Y hablo de Pepe, no de Pepe Domingo Castaño, porque quienes le oíamos cada vez que había fútbol sentíamos que escuchábamos a alguien de la familia. Y a alguien de la familia no le hablas con nombres y apellidos. Muchos sábados, muchos domingos, muchas jornadas de Champions con la misma voz, con el mismo sentimiento, con esa magia que solo es capaz de transmitir la radio.

Pepe no solo era el de los goles, el de la emoción, el del espectáculo, el de siempre, el clásico, el único, el veterano y el del sonido imprescindible –imposible decirlo seguido sin imaginar su voz–. Era el único capaz de alterar tus planes de fin de semana por tal de saber si mamoneaba o no mamoneaba el Madrid y el que evitaba que cambiaras de emisora en el coche por mucho que la novia quisiera escuchar música.

Ese era otro de los méritos de Pepe. Atraía a los que no veían un partido ni cobrando y, sin embargo, conectaban la radio los fines de semana aunque fuera un rato. A base de pipas, de puritos y motosierras, lograba que un niño le pidiera una Stihl a los Reyes y que esa novia tuya que al principio quería oír música se enganchara a la radio. Todo con música, con show y con risas salpicadas de vez en cuando con un poco de fútbol.

Capaz de contagiar a cualquiera con esa magia que transmitía a través de las ondas, no se podía creer que la gente hiciera cola bajo la nieve de Londres para la presentación de su libro. Pepe era humilde y cercano, ya fuera en la radio o con el camarero de alguno de los restaurantes que criticaba religiosamente cada viernes en este periódico. Echaremos de menos su Vete de mi parte y también su voz, pero allá donde esté seguro que seguirá haciendo radio empezando con esas dos palabras que ya son suyas: hola, hola.

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