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01 de mayo de 2024

Agua de timónCarmen Martínez Castro

Un país que se defiende

La alarma de Europa ante las conexiones con Putin solo es la guinda a tanto despropósito

Actualizada 01:30

Cuando presentó el segundo libro que le escribió Irene Lozano, Pedro Sánchez se jactaba de haber llegado a «tierra firme». Haber logrado la investidura después de perder las elecciones significaba el apogeo de su esplendor, el momento de consolidar su proyecto divisivo y excluyente. Había incorporado al golpista fugado a su mayoría y se veía invencible. Le ponía ojitos a Jorge Javier, se carcajeaba en la cara de Feijóo desde la tribuna del Congreso y se rompía las caderas al lucir palmito por los pasillos del Consejo Europeo.
Pero la jactancia nunca es aconsejable, menos aún en política y en ningún caso cuando se escoge de muleta a un golpista huido e instalado en el irredentismo más desquiciado. La ensoñación de la estabilidad se ha evaporado en semanas y los cascotes de la mayoría social de progreso se amontonan cada nueva jornada parlamentaria. Sánchez está descubriendo que no llegó a tierra firme, como presumía, sino que se ha metido en un triángulo de las Bermudas político e institucional, un lugar inhóspito del que es muy difícil escapar.
Él pensó que estaba ante la reedición de la operación indultos de la legislatura pasada: la amnistía haría algo de ruido, pero saldría adelante gracias a su mayoría parlamentaria; la memoria de pez de la sociedad pronto pasaría página y el escándalo quedaría amortizado. Probablemente calculó que Puigdemont se dejaría domesticar como Junqueras y que Conde Pumpido lograría encajar a martillazos la amnistía en la Constitución. Se trataba de presionar un poco más a las instituciones, de excitar un poco más el cainismo y de ofrecer a Puigdemont todo lo que pidiera. Una vez perdida la vergüenza, qué más daba avanzar un poco más en el camino de indignidad.
Pero solo han pasado unas semanas y el panorama ha demostrado ser muy distinto al que vislumbraba aquellos días alegres de su investidura. Su socio sigue siendo un fanático recalcitrante que no entiende de límites ni de soluciones pactadas. Sus peones en el poder judicial se muestran incapaces ahormar a jueces y fiscales al dictado del gobierno y la resistencia de la sociedad española está siendo tan rotunda que Europa se ha visto obligada a levantar la ceja e interesarse por lo que aquí está ocurriendo.
No conviene entusiasmarse demasiado con los reveses que está sufriendo la estrategia de Sánchez, lo más probable es que esa amnistía corrupta acabe siendo aprobada. Pero toda la operación ya le ha salido demasiado cara a sus promotores. Ya ha dejado un reguero de despotismo, corrupción y torpezas que mancha a cualquiera que se acerque a ella.
La alarma de Europa ante las conexiones con Putin solo es la guinda a tanto despropósito. Lo absurdo fue pensar que el disparate pactado en Bruselas por dos personajes de quinta como Santos Cerdán y Gonzalo Boye pudiera imponerse a los infinitos resortes de Estado moderno y democrático. Un país es mucho más que su gobierno, sobre todo cuando ese gobierno es tan mezquino como el nuestro.
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