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19 de mayo de 2024

LiberalidadesJuan Carlos Girauta

El cercano fin

La razonable oposición interna a los planes del autócrata nunca llegó. A algunos de los barones descabalgados del poder en sus regiones los había sofocado Sánchez elevándolos a dignidades adornadas con púrpura

Actualizada 01:30

Abrumados por la severa derrota en Galicia, a los barones socialistas ayunos de poder les sorprendió la extemporánea celebración de su superjefe, entusiasmado con el crecimiento a su costa de una oponente secesionista. Les pintaban como una buena nueva que su partido acabara perdiendo todo poder territorial. No precisaban más pruebas, aunque las había por docenas, del rumbo personalista y despótico de Sánchez. Esto hacía mella en el ánimo de quienes creían engrosar un proyecto aceptable y no un crudo cambio de régimen del cual no obtendrían nada para sí. Habían sido capaces hasta entonces de guardar silencio ante los giros vertiginosos de su superior, los unos por congénita vileza, los otros porque se habían obligado a engañarse con varios imposibles lógicos, el más inverosímil de los cuales atribuía a la voluntad de convivencia el perdón a ciertos venales sediciosos que nunca ocultaron su voluntad de reincidencia.
La razonable oposición interna a los planes del autócrata nunca llegó. A algunos de los barones descabalgados del poder en sus regiones los había sofocado Sánchez elevándolos a dignidades adornadas con púrpura, realces, o al menos un presupuesto con el que hacer favores pensando en el futuro. Tal fue el caso de los barones socialistas desalojados del gobierno en los archipiélagos. Otros eran recién llegados y carecían del hambre furiosa de poder característica del que alguna vez lo ha ostentado. Los menos habían conservado su ejecutivo regional. Eran tres: la una dependía en Navarra de los albaceas políticos de terroristas responsables de asesinar, entre otras muchas personas, a algunos de sus viejos compañeros; otro desafiaba en Castilla-La Mancha la autoridad moral del cabecilla cesarista; otro se mimetizó con la pesada bruma asturiana.
La extrema debilidad parlamentaria casaba mal con un cambio de régimen pacífico y legal. Quien apenas alcanza a levantar la mayoría absoluta en una cámara legislativa no puede soñar siquiera con los tres quintos o dos tercios que exige, según los casos, la Constitución para su propia reforma. Un gobernante con escrúpulos habría frenado ahí su desmesurado objetivo: construir una confederación asimétrica estable, sin parangón en la Unión Europea ni quizá en el mundo. Pero los escrúpulos le son desconocidos a un hombre que ha plagiado su tesis doctoral, uno que no considera necesario abstenerse en la decisión de entregar centenares de millones a una empresa que cuenta con el auxilio de su cónyuge. El crecido césar, cada vez más identificado (sin saberlo) con tres disolutos siniestros glosados por Suetonio, se había acostumbrado a la arbitrariedad, había buscado su fuerza en la quiebra de la sociedad y seguía decidido a invadir cuantos poderes u órganos de control estorbaran sus planes.
Fue entonces cuando los ciudadanos supieron de las fechorías cometidas durante la peste por personas que habían ocupado, y seguían ocupando, puestos de gran relevancia en los poderes ejecutivos central y autonómicos, y ahora en el poder legislativo. Y cuando las cloacas se desbordaban, el desatado déspota quiso aprobar una amnistía, rompiendo las desgastadas costuras del sistema.
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