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03 de mayo de 2024

Vidas ejemplaresLuis Ventoso

El colchón «hooligan» de Sánchez

Muchos votantes de la izquierda abordan la política como forofos de una grada ultra: todo da igual, incluido hacer trampas, con tal de que ganen los míos

Actualizada 11:23

El 30 de enero, Junts tumbó en el Congreso el proyecto de Ley de Amnistía. Querían todavía más. Desde entonces hasta la semana pasada, los españoles vieron desfilar por las televisiones a todos los jerarcas del sanchismo enfatizando con caretos muy solemnes que no se tocaría ni una coma del proyecto. Faltaría más. Palabra de PSOE.
Por supuesto era mentira.
Al final han remozado el texto al dictado de Puigdemont, llegando incluso al choteo de meter con calzador en la amnistía la corrupción cutre y gruesa del clan Pujol.
Sánchez, que tres días antes del 23-J rechazaba la amnistía, pasó a reconocer públicamente que tragaba con ella solo porque se había quedado corto de votos y necesitaba comprar la voluntad de un fugitivo. Pero ahora, tratando al público como imbéciles, ese mismo Sánchez proclama que promueve la amnistía en nombre de «la convivencia» y que «servirá incluso para la recuperación económica».
El PSOE nos insulta mintiéndonos como quien respira. Sin embargo, millones de votantes le perdonan todo y volverían a apoyarlo si mañana hubiese elecciones. Es cierto que sufre un gran castigo. Pero aún así, según la encuesta que publica hoy El Debate todavía obtendrían entre 103 y 105 escaños, una veintena más de los 85 con que Sánchez asaltó el poder en 2018.
¿Por qué millones de votantes se mantienen todavía leales al PSOE a pesar de su rendición a los separatistas, su corrupción y sus magros resultados económicos (en contra de lo que pregona la propaganda, la pobreza ha subido y la capacidad adquisitiva ha bajado)? La respuesta estriba en que Zapatero y Sánchez han logrado convertir la política en un partido de fútbol. Han resucitado el guerracivilismo para que sus seguidores voten con las vísceras, comportándose como hooligans de una grada ultra al servicio de una única máxima: todo vale con tal de que no gobierne la derecha, incluido hacer trampas.
Para contraprogramar la manifestación de Cibeles, Sánchez organizó un mitin-homenaje a Zapatero por su llegada al poder hace 20 años, a lomos de la utilización electoralista del dolor por el peor atentado de nuestra historia. A priori, homenajear a un político como Zapatero parece un chiste macabro. Estamos hablando del presidente que falseó el alcance de la crisis de 2008, que dejó un descomunal pufo oculto de 25.000 millones, que reabrió atolondradamente la caja de Pandora del separatismo y que de propina es un inmoral que apoya algo tan hediondo como la narco-dictadura de Maduro.
Sin embargo, desde la óptica del PSOE tiene todo el sentido rendir tributo a Zapatero, pues él inventó la tensión sectaria y el cordón sanitario sobre el que flotan los restos del PSOE (partido que se diluirá como un azucarillo en cuanto pierdan la Moncloa).
Zapatero tuvo una idea de apariencia absurda, que sin embargo le funcionó: organizar en pleno siglo XXI una revancha de la Guerra Civil de nuestros abuelos, que en teoría había quedado ya relegada al ámbito académico tras el pacto de perdón mutuo de la Transición. Inventó unas leyes «de memoria» para imponer una lectura única de la historia, en la que la muy fallida II República se evocaba como una felicísima Arcadia. Presentó a la derecha actual como heredera directa del bando nacional, y por lo tanto acreedora de un «cordón sanitario» del nuevo Frente Popular.
Sabedor de que el PSOE iba poco a poco a la baja y se alejaba de las grandes mayorías, trazó además con Rubalcaba –que no era el recto hombre de Estado que nos pintan– la estrategia de venderse a los separatistas para conservar el poder encamándose con ellos (plan que Sánchez ha llevado a sus extremos más ruines).
La estrategia les ha dado resultado, porque el PSOE sigue mandando en España, aunque sea sin ganar las elecciones y arrastrándose. Pero ese plan ha dejado a la nación española tiritando, con el País Vasco y Cataluña convertidos ya en sendos estados asociados en todo menos en el nombre; y ha envilecido la política, toda vez que la verdad ya no importa y los datos empíricos, tampoco.
El problema político de España es en gran medida un problema moral. Como siempre.
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