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27 de julio de 2024

Aire libreIgnacio Sánchez Cámara

El declive del ateísmo

Tal vez sea algo precipitado afirmar, sin más, que la ciencia ha demostrado la existencia de Dios, pero sí se pueden extraer de ella algunas consecuencias favorables al teísmo y al espiritualismo

Actualizada 01:30

La ciencia, al menos desde el comienzo del siglo XX, ha cambiado su rumbo, abandona el materialismo y da un giro espiritualista. El descrédito del materialismo es cada día más patente. Es cierto que, en los siglos XVIII y XIX, especialmente en este último, la ciencia física en general rechazaba la existencia de Dios y la realidad del espíritu. Pero también lo es que el número de grandes científicos teístas y creyentes en una determinada confesión religiosa ha sido siempre muy elevado. Hace unas décadas Antonio Fernández-Rañada publicó un excelente libro, Los científicos y Dios, en el que documentaba esta afirmación. Han existido grandes filósofos ateos, tampoco muchos, pero solo conozco dos intentos, fallidos, de probar la inexistencia de Dios: Sartre y Hanson. Marx, Nietzsche y Freud la dan por supuesta, pero no aportan un intento de demostración.

El giro teísta y espiritualista de la ciencia comenzó al principio del siglo pasado. Está documentado, entre otros libros y artículos, en el reciente libro, de gran éxito Dios. La ciencia. Las pruebas. El albor de una revolución, de los franceses Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies. Los pilares fundamentales de este cambio trascendental son la teoría de la relatividad, la mecánica cuántica, la muerte térmica del universo procedente del segundo principio de la termodinámica y el big bang. Esto conduce a la evidencia de que el universo no es eterno, sino que ha tenido comienzo y tendrá necesariamente un final y que es necesario postular la existencia de un ser eterno, inmaterial, inteligente y omnipotente. Llamarlo Dios no parece una licencia excesiva. Además, la mayoría de los científicos consideran que nuestro conocimiento del universo, cada vez más perfecto, permite conjeturar que todo en él parece preparado para que aparezca un ser como el hombre (el principio antrópico). La relatividad establece que espacio, tiempo y materia están indisolublemente unidos. Por lo tanto, la causa del universo no podría ser material. Y presuponer que se haya producido de la nada, por mero azar, parece casi imposible. La causa del universo no puede ser espacial, ni temporal ni material. La ciencia abandona con decisión el materialismo y gira hacia el espiritualismo.

Lo curioso es que, a pesar de todas estas evidencias, continúa existiendo una notable resistencia a admitir la existencia de un Dios creador. Una de las razones principales es que el ateísmo no es la consecuencia de ningún tipo de racionalidad. El ateísmo es una ideología. Además, el ateísmo es parte integrante fundamental de las ideologías totalitarias: el comunismo y el nazismo. Ambas persiguieron tanto a los creyentes en las religiones monoteístas como a los científicos que negaban o cuestionaban las consecuencias materialistas y ateas de la ciencia. La vinculación entre ateísmo, materialismo y totalitarismo es evidente. Pero no es circunstancial ni accesoria, sino esencial. Su pretensión de ejercer un poder total sobre los hombres no puede dejar libres a las conciencias. No puede haber un poder superior al del Estado. Si Dios existe, el totalitarismo es imposible.

Tal vez sea algo precipitado afirmar, sin más, que la ciencia ha demostrado la existencia de Dios, pero sí se pueden extraer de ella algunas consecuencias favorables al teísmo y al espiritualismo. Atrás quedó la falsa idea de que la ciencia es enemiga de Dios y de las creencias religiosas y de que el aumento del conocimiento científico aleja de Dios. Como mínimo se ha invertido la carga de la prueba. Es más verosímil la existencia de Dios que su inexistencia. Es el ateo el que se ve obligado a explicar y dar razones de por qué lo es. Y, por cierto, todo esto confirma la racionalidad de la creencia religiosa y el error del fideísmo que separa tajantemente razón y fe. Y, también, por cierto, la posibilidad de una religión del «logos» (de la razón). Esa religión es el cristianismo. Dios es razón. Una cosa parece ya imparable: el absoluto declive del ateísmo.

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