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17 de junio de 2024

Perro come perroAntonio R. Naranjo

No se achante, juez Peinado

Las coacciones al juez de Begoña Gómez preludian el asalto definitivo a la independencia judicial y el adiós al Estado de Derecho

Actualizada 01:30

El juez Peinado ya se ha unido a la nómina de objetivos del Régimen, que no tolera a magistrados ni a periodistas independientes y les responde siempre con un «Sé dónde vives y a qué colegio van tus hijos».

Las coacciones al responsable de la investigación de un feo asunto en el que aparece mencionada Begoña Gómez son ya muy familiares: las hemos visto con Ayala por los ERE, con Llarena y Marchena por el procés, con Gómez de Liaño por atreverse con Prisa o, entre tantos, con Marino Barbero por Filesa.

El modus operandi siempre es el mismo: se discuten sus intenciones, se les asigna un papel central en una conspiración reaccionaria, se les atribuyen perversas intenciones políticas alejadas de su función y se les señala en público, rebuscando en su vida lo que haga falta para inducir su muerte civil y alterar sus potenciales decisiones profesionales.

Una táctica mafiosa que, sin embargo, ha tenido efectos positivos, a tenor del balance penal y penitenciario de los últimos años: no se conoce caso de socialista en prisión, ni aun con condena firme en su contra, como José Antonio Griñán, a quien no ha hecho falta indultar para garantizar la impunidad de sus delitos en el mismo país donde han desfilado entre barrotes ministros, presidentes autonómicos, alcaldes y miembros de la Familia Real con menos suerte o peor carnet político en la boca.

Aquí se puede desterrar a Reyes, meter dos años de prisión provisional a sospechosos de mangoneo, condenar a exjugadores de balonmano por begoñear y hasta mantener la condena pública de hermanos de presidentas aunque su caso esté archivado dos veces. Pero no se puede ni investigar, al parecer, si la mujer del presidente se ha aprovechado de su condición para facilitar negocios a terceros con los que previsiblemente ha prosperado ella misma y su familia.

Peinado, de momento, se ha limitado a aceptar las denuncias que, más allá de la reputación de los denunciantes, recogen indicios razonables de hechos punibles. Y con una discreción incluso excesiva, ha protegido bajo el secreto de sumario la práctica totalidad de sus diligencias, hasta el punto de no querer confirmar si la «primera dama» tiene ya o no la condición de investigada.

Nada de eso le ha librado de aparecer en el centro de la diana del propio Sánchez, de su partido, de su Gobierno, de sus aliados y de esa Brunete mediática que condena e indulta preventivamente en función de a dónde apunte Sánchez con el pulgar.

Todos los jueces citados anteriormente resistieron los ataques como Leónidas en las Termópilas. Pero todos pagaron un alto precio en tiempo real, incluyendo la pérdida de su condición como Liaño, a quien defendió el Tribunal de Estrasburgo cuando ya era tarde para revertir su expulsión de la carrera judicial.

Esas coacciones calabresas y sicilianas son un atentado contra el Estado de Derecho con el que se pretende derribar la penúltima barrera de su supervivencia y adaptar un poder definitorio de la democracia, que es la independencia judicial, a la horma sanchista autoritaria.

Que resistan los magistrados es fundamental, y para ello deben sentir, probablemente, un mayor y mejor respaldo y reconocimiento de la sociedad, de los partidos políticos, de las instituciones aún ajenas al monocultivo chavista del Gobierno y de la menguante prensa que aún recuerda su función democrática.

Porque lo que ahora intentan hacerle a Peinado es lo mismo que está a punto de conseguir con la Justicia en su conjunto: asaltar el Poder Judicial con una ley coreana que le permita al Gobierno dirigirlo desde su exigua mayoría parlamentaria; doblegar a continuación al Tribunal Supremo para que no haya réplica a los desvaríos del Régimen afinados por un Tribunal Constitucional politizado y expulsar de las instrucciones judiciales a los magistrados, en beneficio de fiscales como García Ortiz, un vulgar Tezanos del magisterio público.

Y si logran eso, la democracia liberal habrá desaparecido y en su lugar tendremos un nuevo Movimiento de vasallaje obligatorio a los caprichos, las necesidades y los objetivos de un caudillo sin complejos.

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