Arregle eso, Amancio, por favor
Felicitar la Navidad con un «Happy Holidays» es absurdo y hasta tiene un puntillo hortera
Nací en un hospital a 200 metros de la playa de Riazor, en unos tiempos en los que cuando el Atlántico loqueaba todavía anegaba la plaza frente al instituto donde estudió el niño Picasso. Así que La Coruña fue el laboratorio donde se fue formando mi cabeza. Observando la simple realidad a mi alrededor durante años, me di cuenta de algo bien sencillo: la iniciativa privada es al final lo que trae el progreso.
Cuando era niño, La Coruña vivía del puerto y la pesca, que eran la primera empresa y el negocio de mi familia; de una refinería, una fábrica de tabacos y otra de armas, y de los puestos de funcionarios generados por la condición de capital de Galicia y capitanía militar. Poco más.
Llegaron las reconversiones felipistas. Cerraron la fábrica de armas y la de tabacos. La capitalidad se la llevaron a Santiago con el autonomismo. La pesca decayó por las restricciones europeas. La ciudad se quedó tiritando. Pero ocurrió algo inesperado. La proeza del hijo de un ferroviario leonés, que empezó trabajado desde adolescente en los comercios locales de ropa y de repente tuvo una epifanía: vender moda de último diseño a precio asequible.
El hombre y su mujer abrieron una tienda en la calle Juan Florez de La Coruña. Aquello funcionó. Luego probaron con otra más en la ciudad. Después vino la expansión gallega, y más tarde en León. El invento siguió avanzando rumbo a Madrid y al este de España. Hasta que un día el empresario, Amancio, se dijo: «Si esto funciona bien en España, ¿por qué no puede suceder lo mismo en el extranjero?». Así de fácil. Y así de difícil. Probó, y hasta hoy, rodeándose con el tiempo de grandes equipos de diseñadores y de una maquinaria logística asombrosa.
El resultado es que hoy media Coruña vive de Zara-Inditex. Paisanos que tenían una carpintería, o una firma pequeña de iluminación, se han hecho de oro como proveedores de la multinacional. Ejecutivos bien pagados de todo el mundo animan los restaurantes locales. La ciudad se ha vuelto mucho más moderna con el efecto Inditex, que la distingue.
Siguiendo el ejemplo, otros empresarios coruñeses también se animaron después a dar el salto a lo grande, como los cerveceros de Estrella Galicia, o incluso los creadores de las suculentas patatillas Bonilla, que han llegado ahora al paladar de Oprah Winfrey.
Con todo este rollo lo que quiero decir es que a diferencia del podemismo, el nacionalismo camisetero y el irreductible sector envidioso/rencoroso, me declaro admirador de Amancio Ortega y del impresionante tinglado que ha montado desde la nada. Por eso me atrevo a hacerle un pequeño ruego. Caminando por la calle Fuencarral de Madrid acabo de ver en el escaparate de una de sus tiendas, un Zara Home, el siguiente rótulo en la luna del escaparate: «Happy holidays». Y se me ha escapado un bufido interior.
En primer lugar, por la paletada de anunciarse en inglés en la capital de España, un país que cuenta con un idioma universal y de sobrada riqueza. En segundo lugar: ¿Cómo qué «felices vacaciones»? No son unas «vacaciones». Lo que celebramos es la Navidad, que para más señas conmemora el nacimiento de Jesús (no los renos, las bolas de colores, los cotillones, las uvas, los abetos, o las luces de mega gasto antiecológico de Abel Caballero, al que no se le da la monserga climática por ser del PSOE). Toda esa parafernalia no debe opacar la maravilla esencial que se celebra, que es de naturaleza trascendente.
Amancio Ortega tiene 88 años y cosas bastante mejores que hacer con su tiempo que leerme a mí. Pero por si suena la flauta, me atrevo a hacerle un ruego, porque confío en su buen juicio y su sentido común a prueba de bombas: coja por una oreja al snob que encargó lo de Happy Holidays, dígale que se «deje de caralladas», y pongan por favor lo que procede: «Feliz Navidad». Así, con solo dos palabras y en español. No hace falta más.
Y lo mismo aplica para otras muchas empresas de todos los sectores, que con horteradas varias se empeñan en hacer luz de gas a lo único que da sentido a estas festividades: Dios ha nacido.