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Cosas que pasanAlfonso Ussía

Sermones con tarjeta

La experiencia matrimonial de un sacerdote de la Iglesia Católica es débil, y en caso contrario, sancionable. Como pedirle a María Jesús Montero que imparta una conferencia en la Universidad de Cambridge, en perfecto inglés, sobre los beneficios de la bajada de impuestos

Actualizada 01:30

Creo sinceramente que sería interesante, como prueba inicial para convertirlo en norma, cronometrar los sermones de los sacerdotes en las bodas. El Papa ha recomendado que las homilías no superen los cinco minutos. Pero no le hacen caso. Los sacerdotes en las bodas se crecen, más aún si advierten entre los asistentes la presencia de personas conocidas o famosas. En tal caso, modulan la voz, proceden a abrir los brazos con exageración y avisan a los novios de las bondades, peligros y tentaciones del matrimonio, es decir, de un sacramento que no ha pasado por su experiencia. Juegan con ventaja, sabedores de que nadie, pasados los cinco minutos, le va a recordar que se está excediendo. Por ello, me atrevo a sugerir que un invitado cualquiera, sea elegido para arbitrar el sagrado enlace. Se le ofrece a la entrada de la iglesia un sobre con una tarjera amarilla y otra roja, como las del fútbol. Y con ellas, una cuartilla con las instrucciones, muy sencillas de entender: «Si el oficiante sobrepasa los seis minutos de prédica, el fiel elegido para arbitrar, se acercará al altar, y le mostrará la tarjeta amarilla. Si el oficiante insiste y sus palabras y consejos se extralimitan de tiempo, el fiel elegido para arbitrar estará obligado a situarse en las cercanías del ara y alzando el brazo —indistintamente el derecho o el izquierdo—, le enseñará al sacerdote, con firmeza, respeto, devota inflexibilidad y en cumplimiento del reglamento, la tarjeta roja. No obstante, y para no perjudicar el normal desarrollo de la boda, entre el coro y el órgano, se sentará un cronometrador oficial de la parroquia, con categoría de árbitro del VAR, y si éste coincide en su apreciación cronométrica con el mostrador de tarjetas, el sacerdote, humildemente pero sin caer en la sumisión, procederá a seguir el rito aún sin haber finalizado su texto homilíaco». Durante las primeras experiencias puede resultar chocante el sistema, pero al cabo del tiempo se impondrá en bien del matrimonio.

Un sacerdote tiene muchas horas de confesionario, pero carece de fundamentos experimentados en algunos casos. Un sacerdote puede explicar muy sucintamente los pros y los contras, la cara y el envés del matrimonio, pero prohibido por la Iglesia, no alcanzará la máxima categoría en la prédica por su falta de uso. De la teoría a la práctica media un largo trecho. No pretendo escandalizar estableciendo comparaciones dolorosas. La experiencia matrimonial de un sacerdote de la Iglesia Católica es débil, y en caso contrario, sancionable. Como pedirle a María Jesús Montero que imparta una conferencia en la Universidad de Cambridge, en perfecto inglés, sobre los beneficios de la bajada de impuestos.

Por otra parte, abundan las parejas con nulos conocimientos religiosos, que se casan por la iglesia porque a ella le hace ilusión casarse de blanco. Les cuesta un dineral, se casan de blanco —que se traduce por la pureza—, y a los seis meses se están tirando los trastos a la cabeza, porque el dinero que tenía él no existe, y porque la pureza de ella ha sido administrada en los últimos años por Ábalos. Pero esto no es importante. Lo fundamental es que una boda ante Dios, es motivo de alegría, de entrega, de amor y de paciencia, pero no de un entrenamiento para la eternidad. Y hay sacerdotes muy aficionados a ello, sobre todo, los que después de treinta minutos de perorata, advierten a los agotados invitados con un «por último». Ello significa que «por último les endosa veinte minutos más».

Si Su Santidad el Papa recomienda un máximo de cinco minutos, se le obedece, que por eso y muchas cosas más es el Santo Padre. Pero no olviden los oficiantes de bodas que su deber es bendecir el Sacramento del Matrimonio, no explicarlo. Carecen de práctica. Y aburren a las ovejas.

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