La pataleta
Cinco días sin Sánchez. De no haber tenido Begoña la hucha del cerdito para hacer la compra y la bolsita adicional, no resiste
«En tiempos de turbación no hacer mudanza». Mi sabio amigo, el profesor Rodriguez Braun ha puesto en duda que San Ignacio de Loyola fuera el autor de tan admirable sentencia. Otros siguen en sus trece y consideran que es la recomendación ignaciana más acertada y ajustada a la personalidad del Santo Fundador de la Compañía de Jesús. Hasta en su obra más polémica y arrebatada, «El Divino Impaciente», estrenada en la II República y motivo de enfrentamientos sociales, don José María Pemán insiste en ello. Fue tal el éxito de taquilla, que don José María compró una casa en Cádiz, a la que los gaditanos bautizaron inmediatamente: «El Castillo de Havié». Todo se pone en duda, pero hay turbaciones y mudanzas que hemos sufrido simultáneamente todos los españoles. Un año ha transcurrido desde aquel arrebato, infantil pataleta, que protagonizó Pedro Sánchez encerrándose en La Moncloa para meditar si seguía o no al frente de su desastroso Gobierno. Histerismo en los altos despachos. El dinero en el aire, los enchufes quemados, y las putillas haciendo cola para cobrar lo que les debían por sus viajes, bailes, carantoñas y servicios. Ya eran de unánime conocimiento las comisiones y crowdfundings . Es decir, los sablazos, los timos, y los puros de Begoña Gómez, las agotadoras jornadas de trabajo del hermano músico, que se anduvo durante un año más kilómetros por Badajoz en busca de su despacho, que nunca encontró. El desahogo de Rufián, el terror extendido por todos los despachos de La Moncoa –«Se nos habló de un problema familiar grave antes ir a Ferraz»-, y la soledad durante cinco días encerrado en su despacho viendo series de Netflix. Un poco con el Cónclave –«Con llave»- con una abismal diferencia. El único votante era Sánchez y el único candidato, él.
Pero me costó abrazar al sueño.
Pensé en el infinito dolor que sentía aquel hombre derruído, con los negocios de su mujer, el caradura de su hermano, los dineros de Koldo, el puterío de su mano derecha Ábalos, y la imputación del carota del Fiscal General. Y habló a la nación, con ese tono característico que ha adquirido por costumbre que se interpreta como «otra vez nos está mintiendo». El presidente del Gobierno de un Estado – un Reino, y ahí le duele- democrático, lanzó contra la Judicatura la campaña más zafia, grosera y retribuída jamás conocida antes. Cinco días cerrado a cal y canto. Menos mal que Begoña Gómez disponía de una hucha con forma de cerdito, y hubo que romperla para poder hacer, al menos, la compra de dos días. Hasta mi amigo socialista de por aquí adelgazó cuatro kilos durante aquellos días tan poco esperanzadores. Al fin, a los seis días sin pegar sello, Reconoció que se había precipitado, que seguiría al mando de la Zodiac, y que Begoña había encontrado una bolsa con dinero suficiente para sobrevivir mientras le ingresaban el sueldo, del que no descontaron los cinco días de tele. Y desde ahí hasta hoy, todo muchísimo peor, a pesar de que Trump le llama todas las semanas para pasar unos días en Camp David con Begoña: «Y venid normales con camisas y pantalones vaqueros, que a vosotros no os voy a cobrar aranceles».
Aquel día, el de su reflexión positiva y anuncio de su retorno, los apesebrados dejaron los pesebres vacíos como su honra, y España reinició su camino a la perdición. Nos esperan sorpresas mayúsculas, que a nadie ya sorprenderán. Pero la relación presumiblemente compuesta por embutidos humanos imputados es ya interminable.
Cinco días sin Sánchez. De no haber tenido Begoña la hucha del cerdito para hacer la compra y la bolsita adicional, no resiste.
Pero ahí es donde se establece la diferencia entre las heroínas y el resto de las mujeres.
-Gracias, Bego, vuelvo a quererte.
- Y yo a ti, Pitpit, mi leopardo de las nieves.