El papá Carles
Si el cardenal Omella, el recio aragonés, fuera elegido Papa, como buen o mal cristiano, yo lo aceptaría sin reservas. Todo menos establecer un tiempo de distancia coloquial y orante con el Espíritu Santo
En Cataluña, cuando se habla español en referencia a los padres, dicen «mi papá» y «mi mamá». Como Marco, cuando su madre le abandonó y le dejó compuesto y con mono. En Castilla, Andalucía y Extremadura se usa más las voces de 'padre' y 'madre', como en Navarra y Aragón. Lo de mi papá y mi mamá suena a bastantísima cursilería. Si en las Vascongadas alguien se atreviera a decir «mi papá» o «mi mamá» sería inmediatamente expulsado de su club de traineras o del derecho a usar gorro de cocinero durante la Tamborrada de San Sebastián. En el colegio de Nuestra Señora del Pilar, calle de Castelló, en el que almorzaban los alumnos del Anexo durante los primeros años dejando un tufo a mandarina de muy complicada superación, no sufrían lo mismo que los del enclave original.
Si un alumno en plena clase se refería a su papá o a su mamá, Don Genaro, Don Eladio, o don Víctor se sentían autorizados a lanzarles, sin fuerza pero con peculiar pericia, el borrador de la pizarra hasta su pupitre.
Leo, y no dejo de preocuparme, que uno de los cardenales con más influencia en el próximo e inmediato Cónclave, es el arzobispo de Barcelona, monseñor don Juan José Omella. Hombre religioso y de una excepcional inteligencia, como se requiere para alcanzar el acceso al cardelanato. Detrás de todos ellos, hay 21 siglos de inteligencia, sagacidad, silencios calculados perseverancia en sus actos. El Cardenal Omella tiene una ventaja. Aunque haya coqueteado sin molestias por su parte con el nacionalismo catalán es aragonés, y ha sido obispo auxiliar de Zaragoza, de Barbastro-Monzón y La Calzada-Logroño, que conforman tres garantías en una sola. Nació en Cretas, Teruel, localidad a la que los catalanes denominan «Queretes», para confundir al personal. Y un aragonés no dice jamás «Mi mamá» o «mi papá», por pudor en el lenguaje y serenidad en la semántica.
Pero —es lógico— que, siendo el arzobispo de Barcelona tiene que llevarse bien con todos los partidos catalanes, y por sus antecedentes, el partido separatista que más encaja en su perfil conservador es el del forajido y ladrón huido de la Justicia. El forajido del maletero, está plenamente apoyado por el Galgo Frenético de Paiporta, que últimamente no viene mucho por España. Los jueces, por fortuna, no le han mostrado ni amistad ni enemistad, sino el Código Penal cuando se trata de un fallido, violento y estúpido golpe de Estado. Pero está crecido. Y manda mucho en su tribu, y como es un sinvergüenza pero no un tonto, sus relaciones con la Iglesia tienen que ser prioritarias.
Si el cardenal Omella, el recio aragonés, fuera elegido Papa, como buen o mal cristiano, yo lo aceptaría sin reservas. Todo menos establecer un tiempo de distancia coloquial y orante con el Espíritu Santo. Pero si es cierto que sus relaciones con Puigdemont son afectuosas, nos podemos encontrar con una situación verdaderamente desagradable. Puigdemont, delincuente, ya ejerce como presidente del Gobierno español en la sombra. Hay que impedir que intente —en el caso del cardenal Omella elegido—, suplantar a su futura Santidad con un copapado a todas luces irritante. Claro, que en Cataluña, los suyos, le llamarían Papá Carles, y ese detalle robaría a su ambición toda la prestancia y autoridad.
Como católico español me sentiría feliz y amparado con un padre como el cardenal Omella. Pero de verificarse los rumores, bueno es advertirle, que uno de los individuos más sinvergüenzas de Cataluña, pretenda engañarle como su santidad papá Carles.
Que es capaz. Vaya, si es capaz.