Los 300 hijos de Óscar López
Ese partido que no gobierna en la Comunidad desde hace tres décadas, cuando Leguina se retiró, se montó una merienda el fin de semana para demostrar que Ayuso es muy mala por no invitar al Rey Sol de Pozuelo
Después de los Cien Mil Hijos de San Luis que invadieron España desde Francia para acabar con la revolución española de 1820 nos llegan ahora, para enriquecer los anales de la Historia, los Trescientos hijos de Óscar López, que quieren derrotar el régimen constitucional español empezando por la fortaleza madrileña de Isabel Díaz Ayuso, la obsesión de Pedro (el Luis XIV al uso). Para ello en el PSOE de Madrid están obstinados en contribuir a la historia del ridículo cuantas veces les sea solicitado por Su Sanchidad. El caso es que ese partido que no gobierna en la Comunidad desde hace tres décadas, cuando Joaquín Leguina se retiró, se montó una merienda el fin de semana en la Rosaleda del parque del Oeste para demostrar que Ayuso es muy mala por no invitar al Rey Sol de Pozuelo. A quién se le ocurre no contar con un Gobierno que ha quitado a los madrileños la tradicional y querida presencia del Ejército en la parada cívico-militar en la fiesta del Dos de Mayo.
Llovía en la capital mientras millones de vecinos y visitantes dudaban entre acudir a los actos oficiales que homenajean a los españoles que se levantaron contra la invasión napoleónica o participar de la romería montada por ese líder de masas que se prepara para barrer en las autonómicas de dentro de dos años y sacar a los madrileños de las tabernas. Hablo de Óscar López, el secretario general del PSOE de Madrid y ministro para la Transformación Digital y Función Pública. El mismo que, cuando se reparten las ideas siempre está distraído, y que llegó al acuerdo con otra cima del pensamiento que es el delegado del Gobierno, Francisco Martín, de llamar a boicotear a la pérfida Ayuso.
Riadas de futuros votantes caminaron al son de la internacional hacia la ribera del Manzanares para darle una lección a esa fascista vestida de banderita. Allí les esperaba un manojo de hombres y mujeres de Estado, con los que Sánchez quiere expulsar a la internacional fascista del Gobierno madrileño. Con López estaban Félix Bolaños y Pilar Sánchez Acera, un ramillete que hubiera hecho las delicias del juez que instruye en el Supremo la causa del fiscal general. López todavía tenía la garganta irritada de gritar con los compañeros Unai y Pepe en la manifestación reciente del 1 de mayo contra «los fachas y ultras de este país». Tuvo que hacer gárgaras esa mañana, en consonancia con el lugar adonde le enviaban las encuestas que acababan de publicar los diarios madrileños.
Sobraban sándwiches de chorizo, de esos que nunca faltan en Ferraz, y cervecitas frías –con permiso de Beatriz Corredor, la compañera a la que todos echan de menos en la agrupación de San Blas– que tomaban todos en vasos de plástico, como los buenos proletarios. El jefe, desde un palacio cercano al parque del Oeste, les ha dicho que hay que conquistar como sea el castillo inexpugnable de la mujer que envenena sus sueños, un tributo involuntario a su expulsado Leguina. Pedro sabe que mientras más insulte a su némesis madrileña más votan al PP, pero está convencido de que también así movilizará el voto de rechazo sobre el que asienta sus escasas bazas de continuar de presidente. La estrategia se basa en agrandar la figura de la dirigente madrileña para que parezca ella la lideresa del PP y no Feijóo, y activar así el voto emocional contra la derecha. Si el PP no cae en la trampa de agrietarse siguiendo el mantra de la debilidad del líder de Génova, habrá opciones de que Sánchez pierda cuando sea que convoque elecciones. Si Génova no trasciende a esa rivalidad que azuzan desde Moncloa, que se despidan de la alternativa.
Pero volvamos al parque del Oeste. Allí, Óscar y Bolaños están dispuestos a remangarse para recibir con abrazos que parten espinazos a los millones de madrileños llegados desde las barricadas. Pero todo se trunca cuando comprueban que, a eso de las dos, el aforo ronda los trescientos hijos de Óscar y la mayoría son cuadros locales con estómagos muy agradecidos a Ferraz. «Es la lluvia Félix», le dice resignado López a su compañero el ministro de Justicia. «Ya, ya», le responde la mano derecha de Pedro, pero «a ver quién le cuenta al jefe que cabemos todos en un microbús y holgaditos. Tendremos que aplazar para otro día la caza del facha».