Úrsula, de risitas con Mr. Corruption
Mucha cera a Orban y otros conservadores para luego derretirse ante el político europeo más salpicado por los escándalos
La alemana Úrsula von der Leyen, de 66 años, es una política conservadora. Pero solo en teoría. En la práctica comparte buena parte del ideario de lo que se ha dado en llamar «progresismo» y manda en la UE sostenida por los socialistas. Tal vez de ahí vengan sus escenas de arrobamiento con Sánchez, al que ayer recibió a puerta cerrada en Bruselas, posando antes con la más cordial sonrisa. Cuentan los medios oficialistas que ambos líderes abordaron la guerra en Gaza, las conexiones eléctricas y los aranceles de Trump. Parece que el tema de la fontanera del PSOE trabajando entre tinieblas para desacreditar a la Guardia Civil no entró en la agenda de la gran cumbre…
La atildada Von der Leyen, militante de la CDU, de risitas con Mr. Corruption. Esa actitud contrasta con el celo con que persigue a Orban y el desapego que muestra hacia otros dirigentes conservadores.
Admirable Úrsula, de cara a futuras citas, vamos a resumirte las principales proezas de tu amiguete: se trata del presidente más débil en votos de la UE, el que lleva dos años sin presupuestos, el que miente como quien respira y el que tiene enfangados en tribunales por corrupción a su mujer, su hermano, su fiscal, el exministro que lo llevó al poder y hasta la presidenta de la compañía estatal de infraestructuras ferroviarias. Se trata de un mandatario que mantiene a un fiscal general imputado, un jurista deshonesto que ha llegado al extremo de intrigar contra el cuerpo policial que lo investiga. Se trata de un presidente rehén del separatismo antiespañol, que propugna un muro de odio ideológico para dividir a los españoles y que manipula desde las encuestas hasta los datos el paro.
¿Cómo puede ser que Sánchez, con su sesgo autoritario y toda la mugre que tiene encima, conserve todavía en Bruselas un aura de político guay?
La razón hay que buscarla en la empanada ideológica de cierta derecha europea, que por un penoso complejo de inferioridad ha hecho propias las banderas que enarbola la izquierda para encubrir su inanidad a la hora de dar soluciones a los problemas tangibles de las familias.
Las clases medias occidentales llevan un par de décadas perdiendo poder adquisitivo y viendo como el futuro se larga a Asia. También asisten a una mutación del paisaje de sus localidades por el fenómeno de la inmigración masiva. Ese aluvión de recién llegados aporta sus beneficios. Sirve para paliar nuestro pavoroso horizonte demográfico, amén de que tenemos el deber de caridad cristiana de echar una mano en la medida de nuestras posibilidades. Pero genera también innegables problemas de integración cultural, de orden público y de sobrecarga en los servicios sociales. Está cambiando la faz de nuestras naciones en tan solo una generación.
Pero la izquierda se desentiende de esos problemas. Carece de soluciones y para compensar su inoperancia hace énfasis en nuevas causas: el alarmismo climático, el feminismo politizado, el homosexualismo y una deprimente subcultura de la muerte, que presenta como «nuevos derechos» lo que son atrocidades contra la dignidad elemental del ser humano.
Algunos, como Úrsula, han comprado ese catecismo «progresista». Entre sus grandes predicadores figura Sánchez, que mide uno noventa, farfulla bien inglés, pasea por la moqueta una sonrisa falsaria –pero que da el pego– y repite como un papagayo todos los tópicos biempensantes que hoy gustan, empezando por el latiguillo de «el lado correcto de la historia», pasando por «la emergencia climática» y la aversión a los judíos disfrazada de justicia internacional, y acabando por un feminismo impostado (con su hombre fuerte inventando puestos ficticios para sus pilinguis, con rebajas de penas para un millar de violadores y con la promoción digital de su propia esposa).
Hay que reconocerlo: Mr. Corruption todavía da el pego en Europa. De manera increíble no lo acaban de calar tal y como es: un okupa del poder con vocación de autócrata sentado sobre una montaña de cieno.