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El observadorFlorentino Portero

¿Qué fue de Ucrania?

Ucrania fue un medio para dar satisfacción a Rusia, mientras sus ambiciones fueron limitadas. Ucrania fue el instrumento para dotar a la Alianza Atlántica de sentido. Antes y ahora Ucrania es la víctima de nuestra irresponsabilidad e incoherencia

La invasión rusa de Ucrania produjo un cataclismo estratégico en el Viejo Continente. El velo de la realidad se descubrió y obligó a reconocer lo evidente: la guerra había vuelto a Europa. La idea de que la paz se había consolidado estaba infundada, como lo estaba el mito de que a Rusia no le interesaba reabrir conflictos imperialistas por temor a las consecuencias económicas que podrían ocasionar. La política que se había seguido, realizando concesiones injustificadas a Rusia, había tenido el efecto contrario al deseado. Se había estado alimentando la confianza del Gobierno de Moscú en que el riesgo era asumible, por lo que tenía sentido seguir adelante en su objetivo de establecer un ámbito de influencia sobre territorios que en otro tiempo fueron de soberanía. Europa era culpable por haber hecho exactamente lo contrario de lo que debía.

Ante el nuevo escenario se carecía de las capacidades mínimas para ejercer disuasión o para ayudar a Ucrania a defenderse. Europa era vulnerable. Ni tenía un marco institucional y organizativo propio ni capacidades nacionales. Estados Unidos aprovechó la circunstancia para tratar de revitalizar a la moribunda OTAN. El «concepto estratégico» aprobado en Madrid trataba de dar un renovado sentido a la Alianza. De nuevo había una amenaza reconocible: Rusia. Junto a ella surgía China, considerada como reto sistémico.

A partir de ese momento, ayudar a Ucrania a defenderse se convirtió en el primer objetivo de seguridad. Tanto en el marco de la OTAN como de la UE se repetía el compromiso con «la soberanía e integridad territorial» de aquel país. Un mantra que en Moscú no se creyeron y el tiempo les dio la razón. Los analistas rusos valoraron acertadamente la desunión de europeos y norteamericanos, situación que afectaba por igual a la relación entre estados como entre ciudadanos. El renacido nacionalismo ruso no era un fenómeno singular, por mucho que Putin repitiera que la Federación respondía a una civilización propia, distinta de la occidental. El nacionalismo resurge por todas partes. Es una característica de un tiempo en el que las viejas certezas e instituciones colapsan ante los efectos de la globalización y de la Revolución Digital. El «sálvese quien pueda» gana adeptos por todas partes, aunque finalmente no resuelva nada. Bien al contrario, acaba complicándolo todo.

Una nueva Administración norteamericana está dejando caer a Ucrania. Es muy posible que sus principales dirigentes no sean plenamente conscientes de sus consecuencias, pero de lo que no hay duda es de que el Gobierno de Moscú está aprovechando la oportunidad que se le está brindando para ganar posiciones en el campo de batalla y en el ámbito diplomático. Las iniciativas de Trump no han sido consideradas por el Gobierno de Putin. La promesa de lograr un alto el fuego y una paz negociada carecía de fundamento. Era, no más, que una quimera. Ahora Trump critica a Putin, pero limita drásticamente la ayuda militar a Ucrania, un sinsentido estratégico que no hace más que convencer al Gobierno ruso de que tiene que seguir avanzando en el campo de batalla.

La guerra de Ucrania protagonizó la cumbre de Madrid y el intento de reconstrucción de la OTAN. Sólo tres años después los aliados reunidos en la cumbre de La Haya apenas si se refieren a Ucrania o a Rusia en sus declaraciones. El foco se centra ahora en la retaguardia, en mantener la Alianza viva, a pesar de sus muchas fracturas, y en lograr que cada uno de los estados disponga de los medios necesarios para defender su territorio de soberanía y para aportar, llegado el caso, a la seguridad común.

Ucrania fue un medio para dar satisfacción a Rusia, mientras sus ambiciones fueron limitadas. Ucrania fue el instrumento para dotar a la Alianza Atlántica de sentido. Antes y ahora Ucrania es la víctima de nuestra irresponsabilidad e incoherencia. Europa tiene buenas razones para sentirse avergonzada por la gestión de su dimensión internacional en las últimas décadas. Sólo cabe esperar que sea capaz de aprender de la experiencia.

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