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Cuando Yoli se enfada aprieta mucho los puñitos, utiliza palabras sobreesdrújulas, se muestra súper afectada e incluso amenaza con amenazar con abandonar a Sánchez, con un retahíla de cabezazos para acompañar la puesta en escena que demuestra las bondades cervicales del pilates y puede inspirar, quién sabe, un nuevo tema de Pimpinela.

Luego no pasa nada y, a lo sumo, castiga sin postre a Pedro el próximo domingo, aunque cuando llega el domingo se apiada y le sirve ración doble de natillas, que no me pase hambre, pobre.

Preguntarse si los socios de Sánchez romperán con Sánchez es como preguntarse si Pilar Alegría le dejará para irse a ningún sitio; si Otegi prefiere que decidan los españoles o él; si Puigdemont va a arriesgarse a quedarse sin amnistía y sin cupo o si a Sumar le importa quedarse con una mano delante y otra detrás, pero con dignidad.

Le pasa a la alianza como a la reforma de la Administración Pública, esa manirrota cruel que asfixia al respetable para garantizarse un verano eterno en la tumbona: no podemos esperar que se reformen quienes serían las primeras víctimas de la reforma.

El futuro de Sánchez no hay que analizarlo en términos políticos, sino estrictamente comerciales: fue en origen un negocio sucio y seguirá siéndolo hasta el final, al juntarse las fuerzas de uno que no gana ni al futbolín con otros que no hubieran soñado jamás con tener en sus manos la gobernación de un país al que quieren destruir, gracias al presidente que debería darles con la puerta en las narices.

Todo lo demás son fuegos artificiales, con la excepción de Podemos, que sí rompe un poquito, pero también por razones comerciales: es el único, de todos ellos, que puede aspirar a mejorar en las urnas y a vengarse de Sumar, la muleta del PSOE para que Yoli haga cosas chulis, pero la caída del Gobierno tiene que parecer un accidente y por eso prefiere la gota malaya que el garrote vil.

Ocurre lo mismo en las filas socialistas: nadie que dependa de un sueldo condicionado a un cargo decidido por Pedro Sánchez y aspire a repetir en las listas electorales que su jefe hace en persona dirá ni hará nada. La decencia no paga facturas y ahí fuera se abona la gasolina del coche propio, que no es una berlina oficial con los cristales tintados, y el menú del día, que no es la carta de un asador a la vera del Congreso o del Senado.

El Gobierno de Sánchez es una alianza mafiosa que trafica con intereses ajenos, mediante una suma espuria que conculca los principios esenciales de la democracia parlamentaria, que debe elegir presidente traduciendo correctamente el deseo de los ciudadanos, y no juntando con calzador pesadillas amontonadas para llegar a un resultado tan legal como ilegítimo.

El pleno del Congreso en el que todos apretaron los puñitos, dieron vocecitas y se fueron luego a la Chalana de turno resume esa estampa: una presidenta del Congreso sospechosa de forrar a la trama corrupta dirigió una sesión en favor de un presidente que no tiene votos, carece de Presupuestos, acumula autos judiciales e informes de la UCO y depende del apoyo de un prófugo, un golpista, un terrorista, una chavista perfumada y uno de Logroño o de Burgos que se pone txapela para parecer vasco.

La democracia española no es que sufra, como dice la Comisión Europea con la misma contundencia que Yoli pero en inglés y francés, es que está secuestrada por una banda que sí hace prisioneros. Son todos ustedes.