El susto de Principín
Había un niño en el bar, con su madre y su hermanito, que era un perro. Le dio una patada al perro y diez euros al niño. Una manera muy noble y civilizada de dar por finalizado el asunto. La madre, ni «mu»
Cuando, en España, había más niños que perros, y las carreteras atravesaban pueblos y barrios, los conductores reducían la velocidad para no causar un disgusto irremediable. Lindando con la calzada, había descampados con dos porterías de fútbol y un balón perdido era señal inequívoca de que un niño se disponía a recoger el balón sin mirar el paso de los coches.
Las cosas han cambiado. En el ascenso serrano hacia el heroico Santuario de Santa María de la Cabeza, gloria de la Guardia Civil, conté seis señales que avisaban de la proximidad de una escuela, Jándula arriba, Jándula abajo. Y veintidós señales que solicitaban precaución por ser un paso natural de los linces. Es decir, que a Tráfico le importan más los linces que los niños, prioridades y escala de valores que no me meto a enjuiciar para no ser detenido en el primer y maravilloso, —Sierra de Andújar, El Horcajuelo—, púlpito de Andalucía.
Por aquí, también las preferencias han cambiado. Niños nacen pocos, pero los perros se han adueñado de los parques y las aceras. Tengo un amigo que es un caso. Un tipo de una inteligencia descomunal, pero conduce como un loco. Es filatélico, mitad montañés, mitad navarro. Conduce con unas gafas que le regaló un hijo de Fangio, y no sólo le pega al acelerador, sino que entona con una voz perforante canciones montañesas, si bien sus preferidas son las jotas navarras. No ha sido multado nunca, porque tiene un sexto sentido y ve más allá de las curvas. Por otra parte es un padre ejemplar y cuando ve un niño a un metro de la calzada, reduce la velocidad tan exageradamente que si el frenazo te sorprende sin adoptar precauciones, te comes la luna delantera.
Ahora hay muchos más perros que niños. Hace dos veranos, estuvo a punto de ser linchado por un grupo de padres y madres de perros que se plantaron en medio de la carretera. «Usted es un desalmado», le dijeron mientras uno de los hijos de padres de perros le gruñía y miraba con evidentes deseos de mordedura y posterior mutilación. Por fortuna llegaron unos padres con niños, le reconocieron y se salvó por los pelos.
Pero el vencido día 14 de julio, no se libró de la tunda. Para colmo, circulaba a velocidad autorizada. Se adentró en la limonera localidad de Novales, y frenó bruscamente para evitar a un perrito blanco recién salido de la peluquería. Llevaba lazos y abriguito. Los propietarios, una pareja de culiesponjis, empezaron a gritar. —Ese criminal nos ha matado a «Principín». «Principín», según el atestado, es el tercer miembro masculino de la familia. Pero sus padres, Nicanor y Manolo, no repararon, antes de darle un par de collejas a mi amigo, en que «Principín» estaba ileso. Mi amigo, entre el susto, los gritos y los dos sopapos recibidos, montó en cólera, pero con gran sabiduría se tragó la cólera, llegó al Club Estrada —Real Club—, y se pimpló un par de «ruiseñadas» que le sentaron divinamente. Había un niño en el bar, con su madre y su hermanito, que era un perro. Le dio una patada al perro y diez euros al niño. Una manera muy noble y civilizada de dar por finalizado el asunto. La madre, ni «mu».
Los perritos nos han invadido.