Nicolás está hasta las narices (¿y usted?)
Las clases medias francesas comienzan a protestar por la brasa fiscal, un movimiento que insólitamente todavía no ha llegado a la España socialista
Nicolás está hasta las narices. Yo también. E imagino que la mayoría de ustedes, también. ¿Y por qué está Nicolás tan sumamente cabreado? Pues porque se siente víctima de un Estado que lo abrasa a impuestos para que apoquine la fiesta de todos sin recibir nada a cambio.
El movimiento Nicolás qui paie (Nicolás el que paga) se está disparando en las redes sociales francesas, hasta el extremo de que comienza a preocupar a los partidos de cara a las presidenciales de 2027.
Todo comenzó hace ya cinco años, sin que se sepa bien quién está detrás. Apareció entonces en Twitter un personaje ficticio, Nicolás, un joven francés de clase media, de 30 años y blanco. Denunciaba agobiado que sudaba tinta para llegar a fin de mes, porque el Gobierno lo crujía a impuestos a fin de sostener el Estado del bienestar sin recibir nada a cambio. Su lema era muy claro: «Nicolás, el que paga la factura». En sus memes, Nicolás disparaba con bala. Empleando nombres ficticios a modo de ejemplo, explicaba que él era quien costeaba con sus impuestos los viajes en crucero de los pensionistas «Chantal y Bernard», o los subsidios que recibía el inmigrante «Karim», o las ayudas del Gobierno francés al desarrollo de África.
Ahora el movimiento «Nicolás, el que paga la factura» ha cobrado mucha fuerza, porque se espera que en otoño se produzca una subida de impuestos en Francia, el gran enfermo de Europa. Macron está asustado ante la bofetada que le pueden aplicar en las urnas los millones de Nicolases hartos de una fiscalidad abrasiva. La izquierda, que alienta los subsidios, tampoco sabe cómo responder. Incluso sufre el lepenismo, porque también es partidario de un fuerte sostén del Estado.
Nicolás representa a una clase media que nota que cada vez vive peor y al tiempo paga cada vez más impuestos. Se sienten frustrados porque son demasiado ricos para recibir las ayudas del Estado, pero no lo suficientemente ricos como para que el palo fiscal no dañe su nivel de vida. Son los paganos de la fiesta de la socialdemocracia europea y están hasta la zanfoña. Para ellos, el celebrado Estado de bienestar es en realidad un Estado de malestar.
Si eso ocurre en Francia, imagínense España, donde sufrimos el único gobierno de socialistas y comunistas de todo Occidente, que nos ha encasquetado ya 94 subidas de impuestos. Como promedio, el Estado se lleva hoy el 40 % del sueldo bruto de los españoles. La presión fiscal es la mayor de la UE en relación a lo que ganamos. Vivimos en un país socialista a todos los efectos, donde una persona con un salario bruto de 39.480 euros anuales ve como el Estado le guinda el 47,8 %. Y la gran pregunta es: ¿para qué?
Cada vez me topo con más personas en la situación que voy a describir. Son chicas y chicos españoles en la treintena, de estupenda clase media, pues a sus padres les fue bien. Han estudiado carreras universitarias, saben idiomas, han viajado al extranjero. Son en general gente de un carácter grato y se han criado entre algodones comparados con sus ancestros. En principio, el futuro debería ser suyo. Pero el plan se ha frustrado. La mayoría perciben unos sueldos rácanos, que les impiden construir sus familias. Muchos se apalancan en el sofá del hogar paterno, «porque no me llega». Otros se casan, pero no tienen hijos (acaso uno). ¿Comprar un piso? Si no media la ayuda paterna, en las grandes capitales se convierte casi en una utopía (o en irse a vivir a 30 o 50 kilómetros del lugar de trabajo).
Esos muchachos son los Nicolases españoles. ¿Y por qué están así? Pues porque trabajan para el Estado, que entre impuestos y cotizaciones les guinda el 40 % de lo que ganan.
Sí, muy bien: hay que costear la sanidad, la educación, las pensiones y el orden público.
Pero es que también nos obligan a pagar teles del Estado que son botafumeiros partidistas, programa de ingeniería social «de género», planes revanchistas de «Memoria», servicios sanitarios gratis para personas sin papeles que todavía no han cotizado un euro aquí, chiringuitos de todo tipo de las autonomías, administraciones duplicadas, pinganillos del Congreso, museos tontolabas de arte moderno, canchas de fútbol y polideportivos en pueblos donde no vive un niño, ayuda solidaria a medio mundo, subsidios para gente que rechaza nuestras costumbres (mientras la clase media de aquí no tienen ni guarderías asequibles), miles de millones para que Sánchez controle empresas privada y las someta a su bota, programas de «inmersión» en lenguas y dialectos regionales, subvenciones a películas que nadie ve, las vacaciones del divo en La Mareta y su avión privado, programas de salvamento del lince, el lobo y el buitre mientras no se acaba de dar su dinero a los enfermos de ELA y a los enfermos que necesitan paliativos…etc, etc.
Te exprimen como un limón y ni siquiera te dan las gracias (cuando no te llaman «facha»). ¿Cómo no va a estar quemada la clase media?