Fundado en 1910
Pecados capitalesMayte Alcaraz

Imaginemos

Imaginemos un presidente que hace examen de conciencia: se acuerda de cómo lo ha gritado por teléfono, cómo lo ha humillado o cómo lo tildó de «petardo» en una de sus conversaciones con José Luis Ábalos

Imaginemos. Es gratis, e incluso, a veces, gratificante. Imaginemos que la cuarta economía europea tuviera un presidente del Gobierno responsable, institucional y empático. De esos que, aunque vengan mal dadas, saben que las obligaciones del cargo abocan a hacer cosas difíciles, que incluso cuestan porque desnudan nuestras contradicciones y nos ponen un espejo esperpéntico delante. Imaginemos que a ese presidente le llaman para decirle que un viejo socialista, de esos a los que la gente quiere y cuya trayectoria es impecable, ha muerto. Un socialista que se podría presentar con la frase machadiana «soy, en el buen sentido de la palabra, bueno».

Más que viejo era un veterano socialista, porque tan solo tenía 67 años. Y de ellos, una década luchando contra enfermedades tan graves como la diabetes y la esclerosis, a las que se sumó un cáncer de colon traicionero y feroz que le tenía consumido y declinante. Imaginemos que ese tiranocillo desecha enseguida publicar un tuit escueto y frío donde no se cita ni al PSOE, que le ha escrito un asesor y que dice así: «Recibimos con gran pesar la noticia del fallecimiento. Su trayectoria y compromiso dejan una huella imborrable. Mis condolencias a su familia y seres queridos». Imaginemos que lo descarta porque piensa que es indigno de alguien con su cargo.

Imaginemos que este presidente que recibe la llamada un viernes de agosto, día de la Virgen, mientras se baña en la piscina de su residencia vacacional, rememora su relación con el político fallecido. Y hace examen de conciencia: se acuerda de cómo lo ha gritado por teléfono, cómo lo ha humillado, cómo lo tildó de «petardo» en una de sus conversaciones con José Luis Ábalos, cómo inició contra él –con Santos Cerdán de brazo armado– una operación de acoso y derribo para colocar a su gatuna ministra Pilar Alegría, la misma que sancionó a una compañera por asistir a un homenaje al hoy expresidente aragonés. Imaginemos que durante ese largo proceso cancerígeno el líder en chanclas jamás llamó a su compañero para interesarse por su salud, el último presidente autonómico socialista en Aragón (a saber cuándo habrá otro). Imaginemos que ese zaherido socialdemócrata nunca desmayó en su lucha por recuperar el PSOE de los consensos y del sentido de Estado. Imaginemos que tuvo la dignidad de ausentarse en el Senado hace un año largo para no votar la ley de Amnistía, a la que consideraba la corrupción moral más grave de la democracia. Imaginemos que la maquinaria socialista de destrucción masiva del discrepante tampoco cejó de horadar el terreno sobre el que pisaba el hoy fallecido político, flaco y débil de carne, pero robusto y firme de convicciones.

Imaginemos que alguien cercano a ese presidente en bermudas, con el corazón menos averiado que su jefe, le recomienda que se ponga un traje de esos que se ha traído en la maleta y viaje a Ejea de los Caballeros a dar el pésame a la familia de ese compañero, cuyo único objetivo fue siempre evitar la mutación constitucional por la puerta de atrás y mantener a su partido en el sitio del que lo han enajenado tipos como el presidente veraneante. Imaginemos que ese líder socialista atiende el consejo y viaja hasta Aragón, previamente a su desplazamiento a los puestos de mando de los incendios para volver a mentir sobre el cambio climático. Imaginemos que acude para decirle a la viuda e hija del finado que siente este lustro de desencuentros, que la política no entiende de camaraderías, pero que un señor, un gran patriota, un gran socialista como Javier Lambán, merece que el secretario general de su partido y presidente del Gobierno, por muy distante que estuviera ideológicamente de él, honre su memoria y el legado honesto y decente del que fue barón aragonés. Por encima de enfrentamientos y desazones.

Imaginemos que a su llegada al funeral los gritos, los insultos y los pitidos son atronadores. Pero imaginemos que ese presidente los asume como muestra del desahogo ciudadano contra sus políticas y contra la traición al ideario socialista, el que revindicaba Javier, con el que concurrió a las elecciones. Imaginemos que todo lo da por bien empleado porque la integridad de una persona pasa por hacer cosas decentes, moralmente inevitables, aunque no sean de su agrado. Imaginemos que sabe que no es adecuado ir al entierro, porque el propio fallecido quiso que se redujera al ámbito íntimo solo con la presencia de su alcaldesa y del actual presidente aragonés, pero sí es inexcusable presentar sus respetos a los deudos. Qué menos.

Y puestos a imaginar, imaginemos que Pedro Sánchez no es el presidente del Gobierno.

comentarios
tracking

Compartir

Herramientas