El desaparecido Palacio de La Magdalena
Con la llegada de la II República no se pudo incautar el Palacio de La Magdalena a la Familia Real porque por iniciativa de un concejal republicano, era propiedad particular del Rey Alfonso XIII. Gran visión de la jugada
Hay ciudades, tampoco tantas, que tienen la fortuna de tener un edificio o una obra arquitectónica que es el símbolo de la ciudad. Sin duda es el caso de la Torre Eiffel en París, del Parlamento británico en Londres o del Parlamento húngaro en Budapest. En Roma es difícil escoger uno entre todo lo que hay. Pero, por ejemplo, en Madrid, como mucho, se me ocurre la Puerta de Alcalá que tampoco es para tirar cohetes.
Yo nací en Santander hace 59 años y el recuerdo de mi infancia es, hasta que fui al colegio, hacer un paseo desde nuestro domicilio hasta el Sardinero y regresar a nuestra casa sobre Puerto Chico. Más de cuatro kilómetros. No estaba nada mal cuando tenías cuatro o cinco años. El punto de referencia de ese paseo, a la ida y a la vuelta era el Palacio de La Magdalena. Esa es la imagen de mi infancia santanderina, especialmente desde que con diez años nos fuimos a vivir a la playa de La Magdalena.
El palacio se construyó entre 1909 y 1911 con aportaciones públicas y privadas. Las privadas probablemente fueron el primer crowdfunding de la historia. Pero entonces eso consistía en llamar a la puerta de muchos. Y fue un éxito arrollador. El Ayuntamiento de Santander tuvo claro que traer a la Familia Real a veranear a la ciudad supondría un inmenso impulso frente a otras localidades vecinas que también competían por la presencia regia. Principalmente San Sebastián, donde la Reina María Cristina tenía ya el Palacio de Miramar. Sabedores de la tensa relación entre la Reina madre del Rey y su nuera, la Reina Victoria, los santanderinos apostaron por hacerle un palacio mejor, en un sitio incomparable y con un estilo inglés. La estratagema funcionó perfectamente. La presencia de la Familia Real trajo la construcción del Casino del Sardinero, de los reales clubes Marítimo, de Tenis de La Magdalena y de Golf de Pedreña, del Hotel Real y de otras instituciones que siguen vivas y funcionando a toda máquina.
Playa del Sardinero
La Magdalena
La iniciativa tenía todo el sentido, pero para que funcionase se buscó que la propuesta del regalo de la ciudad de Santander al Rey se hiciera de forma unánime. El problema surgió porque en la corporación municipal había un concejal republicano. Sólo uno. Pero para conseguir su apoyo y que el regalo fuera hecho de forma unánime, en lugar de regalárselo a Su Majestad el Rey, como era el propósito, se le regaló a don Alfonso de Borbón y Austria. ¿Resultado de la iniciativa republicana? Que cuando llegó la República que tanto ansiaba aquel concejal, se incautó todos los bienes de la Corona. Pero no se pudo incautar el Palacio de La Magdalena porque por iniciativa de un concejal republicano, era propiedad particular del Rey Alfonso XIII. Gran visión de la jugada.
Creo que ha quedado claro que este palacio ha sido la referencia incuestionable de la ciudad de Santander desde hace unos 115 años. Pero fíjense en las dos fotos que ilustran este texto. La primera, de 1910, todavía sin construirse el torreón del palacio, expone el palacio en todo su esplendor y muestra como en la ladera norte y al oeste, no había un solo árbol. La segunda, tomada el pasado sábado, nos muestra que el palacio ha sido completamente ocultado por los árboles que se plantaron después de terminar el edificio. Hoy apenas se atisba el torreón que habrá desparecido dentro de 10-15 años. Desde tierra, el símbolo de la ciudad de Santander hoy apenas puede ser visto más que desde el primer tramo del paseo de la Reina Victoria cuando se va hacia el Sardinero. Desde el mar, eso sí, se ve en todo su esplendor. Es decir, es un palacio para disfrute visual de la minoría privilegiada que tiene un barco.
Comprendo que muchos me dirán que eso es un problema que deben resolver los santanderinos. Cierto. Pero creo que esta reflexión puede llevarse un poco más allá y con otros nombres y detalles podría aplicarse a muchos otros lugares del mundo. ¿Hasta qué punto tenemos que aceptar que los árboles que plantaron nuestros abuelos oculten nuestras señas de identidad? ¿Tiene sentido que unos pinos de un valor ecológico muy limitado impidan ver el símbolo de una ciudad? ¿Hasta cuándo vamos a dejar que el falso ecologismo ciegue nuestra realidad? En España y en el mundo entero…