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Perro come perroAntonio R. Naranjo

Hispanidad

Los mismos que llaman genocidio al Descubrimiento se olvidan del martirio que sufren los hispanos ahora y se juntan o blanquean a los peores

España está gobernada por una tropa que llama genocidio al Descubrimiento, o se calla cuando lo dicen tontolabas de la estirpe de Maduro o Evo, todos unidos en la tarea de inventarse una leyenda negra y, a la vez, aliados en la corajuda defensa de quiénes sí oprimen a los «pueblos indígenas», y a los que no lo son, en la actualidad: les preocupa mucho Moctezuma, pero nada los millones de exiliados y los miles de represaliados, encarcelados y torturados en Venezuela, gobernada por un golpista al que secundan y jalean.

La paradoja se resume en el desprecio a María Corinna Machado, a la que han tildado de «golpista» o de «nazi» tras ganar el Premio Nobel de la Paz, con las mismas bocas sucias que avalaron el golpe de Estado de su acosador, apalizado en las urnas y aferrado al poder con el auxilio, entre otros, de Pedro Sánchez: él prestó la embajada española en Caracas para que el chavismo, encarnado en Delcy pero también en Zapatero, extorsionara y desterrara al vencedor en las urnas, un delegado de Corinna puesto por ella para esquivar un poco su caprichosa inhabilitación.

Y llegamos al meollo del asunto con la colaboración de la buena de Machado, que debería recibir también el Nobel de la Ciencia por la invención del detector temprano de tontos, que tampoco se esconden mucho: los que consideran el Descubrimiento un genocidio, en lugar de una gesta que dejó allá civilización, libertades y derechos; son los mismos que aplauden a Chávez o a Castro, a Otegi y a Bildu, a Hamás y a Hizbulá; siempre con perífrasis obscenas para edulcorar su filia con los peores.

También son los mismos que se arrogan las más nobles causas, pero se olvidan de ellas si la empoderada es la rival de Maduro, la Princesa Leonor o una Ayuso; en cuyo caso dejan de ser ejemplo de mujeres existosas y se diluyen en un insultante catálogo de menosprecios.

Un país orgulloso presumiría de la expedición a América y de la Reconquista, sin las cuales no se explica Occidente: con la primera se ensanchó el mundo, desde el mestizaje de sangre y la exportación de los mejores valores. Y con la segunda se evitó el avance del islamismo frente a la cultura grecolatina y judeocristiana, que son la clave de bóveda de que Europa sea el mejor espacio horneado por el ser humano para desarrollarse en sociedad.

Aquí tenemos a una flotilla de mamelucos torpedeando la Hispanidad, reformulando la historia, insultando al país y haciendo lo imposible por destruir su memoria, adjudicando a Colón, Hernán Cortés, Fray Junípero o a los Reyes Católicos las mismas taras que a Franco o a los sucesores de Franco, que son todos los que no votan lo correcto, que es el PSOE y sus difusos satélites, a cual más mendrugo.

Pero no es sencillo que la Sheinbaum de turno, delirante sucesora del bobo de López Obrador en Méjico, se lave la boquita para hablar de España, si aquí tenemos un presidente que le debe el puesto a todos los que quieren derribarla, bien para llenarla de koljoses soviéticos, bien para trocearla en republiquetas norcoreanas.

Que haya tenido que ser Donald Trump quien defienda la Hispanidad y restituya a Cristóbal Colón nos da una pista de la catadura del personal a los mandos, de la naturaleza de sus desvaríos y de la resistencia del español medio a tragárselo: por mucho esfuerzo que le pongan a la tarea y muchas trampas que hagan para asaltar las instituciones, cada día se habla más español, se siente más española la afición y más cercano está el final de la locura.

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