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Pecados capitalesMayte Alcaraz

Begoña, la siguiente

Con ese complejo aspiracional que padecen ambos, la señora presidenta se lo pidió al todavía rector, Joaquín Goyache, que según contó Doadrio «me obligó a hacer la cátedra; el rector desde el principio me dijo que se hacía por la mujer del presidente del Gobierno»

Acaba de pasar Juan Carlos Doadrio, quien fuera vicerrector de la Complutense, por la comisión de investigación del Senado. A diferencia de otros comparecientes, el doctor y profesor titular del área de Química Inorgánica largó lo más grande. Porque tratándose de la mujer del presidente del Gobierno, todo tiene que ser a lo grande. Y eso que Leire, Koldo, Ábalos, Antxón, Santos, Plus Ultra, Vicente Fernández, Salazar y demás se lo están poniendo difícil. A ella se le antojó ser catedrática, saltándose uno de los requisitos imprescindibles para tal dignidad: ser licenciada universitaria. Pero nada podía parar a la Kennedy de Pozuelo, de soltera hija de Sabiniano. Si su marido había conseguido, copiando la tesis, convertirse en doctor por un chiringuito –digo, por una universidad privada–, ella no podía ser menos. Con ese complejo aspiracional que padecen ambos, la señora presidenta se lo pidió al todavía rector, Joaquín Goyache, que según contó Doadrio «me obligó a hacer la cátedra; el rector desde el principio me dijo que se hacía por la mujer del presidente del Gobierno».

Y dicho y hecho. En la mismísima Moncloa, Goyache –al que se ha levantado la imputación, pero cuya continuidad es incomprensible– cerró el ofrecimiento con la interesada. Además, también se lo planteó a María Teresa Fernández de la Vega, con la diferencia de que esta sí contaba con estudios superiores. Según el relato del que fuera dirigente universitario, la cátedra de Gómez fue exprés: se buscó a un codirector para dar apariencia de legalidad y en cuatro o cinco días estaban listos todos los papeles. Eso de la burocracia administrativa, las citas previas, los hostiles programas informáticos, los líos procesales, están hechos para los pringados que estudian. Para Begoña Kennedy todo tenían que ser facilidades. La cátedra de Transformación Social Competitiva estaba chupada. Que luego solo consiguió diez u once alumnos, pues menos da una piedra. Es como echar margaritas a los cerdos. No todo el mundo está preparado para escuchar las clases magistrales de la catedrática.

Doadrio también ha detallado cómo Cristina Álvarez, una funcionaria para cobrar sueldo público, pero una fiel servidora para los negocios privados de la jefa, acudía frecuentemente a verlo –hasta le envío 151 correos que ya obran en poder de los investigadores. Tan enterada estaba de los intríngulis universitarios que creía que esa cátedra de su amiga tenía entidad jurídica. El compareciente no ha sido el único en denunciar este derroche de la asesora: otra trabajadora de la UCM también ha declarado ante el juez que Álvarez era su interlocutora y que, a las primeras de cambio, le recordó que Begoña, «como ya sabes, es la mujer de Sánchez y va a venir a hablar sobre propiedad intelectual». Las ínfulas académicas de la cónyuge del capitán del Peugeot, no tiene límites. Su marido ha medrado con pactos fáusticos y ella tenía que beneficiarse de ellos viviendo un ascenso meteórico: de la sauna a la cátedra. El salto es mortal. E inmoral.

Ya lo sabíamos, pero el que fuera vicerrector confirmó que esa universidad, que pagamos todos los madrileños y que algunos amamos cuando ocupamos durante cinco años sus aulas, es hoy un feudo de la izquierda radical, que tiene secuestrado su campus, movilizado contra el PP y, especialmente, contra Isabel Díaz Ayuso. El muro en la Complutense, que vomitó a Iglesias, Errejón y Monedero, es más alto que el de Guantánamo: uno de los escándalos más graves de nuestro sistema educativo. Está bien que alguien que ha estado dentro lo denuncie. Aunque no servirá de nada.

Vamos a ver qué pasa con las revelaciones de Koldo y Ábalos sobre la intervención de Begoña en el rescate de Air Europa. Aunque la Audiencia acotó esa parte de la investigación a Juan Carlos Peinado, lo cierto es que el asunto emite un olor a tráfico de influencias insoportable. Más cuando hemos conocido, gracias a El Debate, que Hacienda investiga un pago de 2,5 millones a una amiga de Gómez por acelerar esa operación que salvó a la compañía aeronáutica. Pero mientras tanto, no dejemos pasar esta comparecencia de Doadrio, que remite a una pareja corrompida por la revancha social, por todo aquello que no lograron por sus méritos y que decidieron conseguir cuando llegaron a un palacio. Juraron no volver a pasar hambre y se han hartado. Pero quizá el fin de la escapada esté cerca.

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