Las condolencias de un monstruo
Cuando hablamos de la amoralidad de Pedro Sánchez, nos referimos a esto, o a que su ex mano derecha, Santos Cerdán, ofenda en el Senado a María Caballero, hija de una víctima de su vesania. O que su ministro de Transportes, Óscar Puente, llame «acabado» a Eduardo Madina
Había una vez un malo muy malo que mataba a inocentes, también tuvo el detalle de secuestrar a otros y someterles a humillaciones y violencia. Era miembro de ETA, su nombre es José Manuel Pagoaga Gallastegi, alias 'Peixoto', y ha tenido la suerte de que ha podido morir en la cama, con 81 años, tras una larga enfermedad. A él no le torturaron ni dejaron a sus hijos huérfanos ni, por supuesto, le acribillaron a balazos ni le pusieron una bomba en los bajos de su coche. Ha fallecido en su camita, rodeado de su familia.
Un día confundió a tres jóvenes gallegos con agentes de la Policía Nacional. A José Humberto Fouz, Jorge Juan García y Fernando Quiroga, residentes en Irún, los interceptó en San Juan de Luz. En nombre de ETA los secuestró y sometió a todo tipo de tormentos. Incluso 'El Lobo', un policía infiltrado, escuchó que esta bestia alardeaba entre los suyos de haber sacado un ojo con un destornillador a una de las víctimas. Años después, la sobrina de uno de los asesinados, eurodiputada para más datos, le pidió a 'Peixoto' que informara dónde estaban los cadáveres. Con chulería, se negó a hacerlo.
El indeseable vivió del terror durante sesenta años. Era un veterano, al que los más viles de la banda admiraban y seguían con denuedo su magistratura. Un maestro de la sangre. A él se le escuchó aquello de «se necesita sangre y tiempo para hacer un pueblo». Estuvo feliz cuando la banda –Kubati en concreto– mató a la exetarra Dolores González Catarain, 'Yoyes'. En los años ochenta entró en Herri Batasuna y siguió destilando hiel a paladas. Uno de sus principales cometidos fue organizar el 'impuesto revolucionario', y poner su mano de asesino para extorsionar a los empresarios vascos a cambio de que los terroristas tuvieran la generosidad de no meterles una bala en la nuca.
En la muerte de este angelito, ha habido un ser tan infecto como él que le ha rendido tributo. Ha dicho: «Gracias, 'Peixoto', por todo lo que nos enseñaste (a mí), por tu protección y amor. Por siempre poner la patria por encima de todo. Ha sido un honor para mí conocerte y tener la oportunidad de aprender de ti». El autor de este detritus fúnebre es un sujeto que también estuvo en la cárcel por secuestrar, que enalteció el terrorismo (de hecho, lo sigue haciendo), que se fue de vacaciones a la playa mientras sus compañeros asesinaban a Miguel Ángel Blanco, que un día, sintiéndose impune, amenazó a las fuerzas y cuerpos de Seguridad por la protección con que le blindaba un cándido fiscal general del Estado, que se reunió con dos presidentes del gobierno socialistas en caseríos para vender su apoyo en el Congreso y en el Gobierno navarro a cambio de que le blanquearan, que ha redactado la ley de memoria democrática, que es una ofensa para la mitad de los españoles, en cuyas manos el Gobierno de nuestro país ha puesto leyes sociales que afectan a todos los españoles, que insulta a nuestra nación por donde quiera que viaja, que se mofa de las víctimas del terror y al que Pedro Sánchez Pérez-Castejón ha dado identidad de hombre de paz y situado moralmente por encima de Alberto Núñez-Feijóo y Santiago Abascal.
Se llama Arnaldo Otegi. Es el líder de Bildu. Con mucha probabilidad su fuerza política va a ganar las elecciones vascas y quizá se siente en el despacho como lendakari, con los votos del PSOE. Cuando hablamos de la amoralidad de Pedro Sánchez, nos referimos a esto, o a que su ex mano derecha, Santos Cerdán, ofenda en el Senado a María Caballero, hija de una víctima de su vesania. O que su ministro de Transportes, Óscar Puente, llame «acabado» a Eduardo Madina, al que en 2002 una bomba lapa le causó graves lesiones y la amputación de su pierna izquierda. Monstruos homenajeando a otros monstruos. Esta es la España de Sánchez. Él también sabe mucho de dar condolencias por la muerte de carniceros. Así lo hizo cuando el etarra González Sola se suicidó en una cárcel. Y desde la tribuna del Congreso.