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El astrolabioBieito Rubido

Cuando a los abuelos les llaman «abu»

Entre el lenguaje inclusivo, la perversión de este y la tendencia al empobrecimiento de las expresiones, estamos que ya no podemos ni escribir

Act. 27 dic. 2025 - 12:45

La perversión del lenguaje es uno de los males de nuestro tiempo. No crean que es una cuestión baladí. Detrás de las palabras hay hechos. Uno de los poderes de Dios fue darles nombre a las cosas. Con el tiempo, esos nombres han ido perdiendo su significado, sobre todo cuando son los hombres con mala voluntad los que tratan de mudar el campo semántico de determinadas palabras. Ya me referí en su día a la pérdida del significado original de «fascista» o «facha». Ya sabemos que es la escapada de algún indigente intelectual de izquierdas cuando no tiene argumentos ante una persona que tiene una visión más centrada de la vida política. Si no estás de acuerdo con ellos, eres un «facha». Descalificar y no argumentar.

Hay un segundo nivel en el incorrecto uso de las palabras. Ya no es una perversión. No me atrevo a calificarlo. No he logrado encontrar la expresión correcta. Tal vez usted, amigo lector, me pueda ayudar a denominar correctamente el fenómeno. Me preocupa porque lo veo más cerca de la decadencia, la vagancia y la inclinación eterna del ser humano a la pereza, a la comodidad infructuosa. Me refiero a esa manía que tienen padres y abuelos de enseñarles a los niños a hablar cada vez peor. Reconozco que no puedo con los que han implantado la expresión «abu» para referirse al abuelo. ¡Hombre, deje al niño hablar bien! Ya si tiene problemas de dicción, llévelo al logopeda, pero no colabore en menguar el mapa mental de la expresión del infante. Y qué me dicen de los que llaman «bro» a cualquier persona. Aunque lo que más me cuesta es escuchar a una pareja (de la edad que sea) llamarse la una al otro y viceversa «gordi». Por no enumerar todas las cursilerías tales como «churri» o «cari». Lo peor de todo es que después, para darle nombre al perro o a la mascota, se recurre al santoral. Y ahí aparece un perro de raza labrador llamado Evaristo. No sé si es la decadencia de Occidente, pero se le parece.

Tampoco está mal ese que, para referirse a su madre (que no es la tuya), dice «mamá», como si fuera la madre de todos nosotros. Lo correcto es utilizar «mi madre», que es de él y no nuestra. Y qué me dicen de los camareros que se refieren a ti como «chicos», «familia»… Lo peor es una muchacha que me pone cada mañana un café con churros en una céntrica cafetería, cerca del trabajo, y me dice siempre: «¿Qué quieres, mi vida…?». Suelo decirle con frecuencia que yo no soy su vida; sonríe e insiste al día siguiente.

Recuerdo un antiguo compañero de trabajo, al que hace años que no veo, que se dirigía a su mujer todo el tiempo como «mi vida». Estuve presente, con motivo de una cena en su casa, en una agria discusión matrimonial entre ellos dos. Él no se apeaba del «mi vida» ni en los momentos más tensos y terminé escuchando «¡Coj…, mi vida!».

Otro día les hablaré de esos ejecutivos que no dejan de decir expresiones en inglés porque así parece que son más importantes. Ya saben: «deal» en lugar de «trato» y lindezas parecidas. De momento, si son padres o abuelos, no les digan a sus nietos lo de «abu». Es mejor llamar al abuelo o a la abuela por su nombre. O como hacía un querido amigo, ya desaparecido, que obligaba a sus nietos a llamarle «capitán».

Entre el lenguaje inclusivo, la perversión de este y la tendencia al empobrecimiento de las expresiones, estamos que ya no podemos ni escribir. Me adelanto al comentario de algún listo que dirá que el lenguaje se enriquece con la expresión de la sociedad y de la calle. Eso no evita que «abu» sea, claramente, un signo de degeneración. Y no crean que he escrito esto porque mañana sea el Día de los Inocentes. Aunque un poco de humor e ironía, en medio de tanto rigor, tampoco viene mal.

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