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Luis Infante: el director que más periódicos vendió

Me gustaría centrarme en su personalidad: su independencia. Dirigió el primer y más relevante medio de información deportiva y en diez años no comió nunca con ningún presidente de club de fútbol ni directivo alguno

Ayer, de manera repentina, se nos fue Luis Infante, uno de los grandes periodistas españoles de todos los tiempos. Tal vez a algún lector le pueda parecer una afirmación exagerada, ya que es probable que en este preciso momento no lo recuerde. Infante fue director del diario deportivo Marca entre 1987 y 1997. Se fue el mismo día que entró, pero diez años más tarde. En esa década colocó a su diario en la cima de las ventas en España. Llegó a vender más de un millón y medio de ejemplares en un día y rozó el millón de difusión media diaria. Nadie había alcanzado esa cota nunca y tampoco se superó después. Pasará a la historia del periodismo como el director que más copias vendió. Me temo que el papel ya no le dará a nadie la oportunidad de superar ese récord.

Luis era fundamentalmente periodista, aunque fue accionista relevante del Grupo Recoletos. No me voy a detener en su papel de empresario, porque a él tampoco es que le atrajese especialmente. Me gustaría centrarme en su personalidad. Un rasgo de ella fue su independencia. Dirigió el primer y más relevante medio de información deportiva y en diez años no comió nunca con ningún presidente de club de fútbol ni directivo alguno. Ramón Mendoza llamaba a la secretaría de Marca diciendo que quería comer con Luis y él respondía siempre que no comía con directivos. Los números le avalaban y le daban libertad. Una vez más se demostraba que el beneficio es un mandato moral de todo directivo de medios de comunicación. La libertad está en el beneficio.

Lo mejor de Luis es que logró hacer el periódico deportivo más exitoso de toda España sin que le gustase el fútbol. Era un genio. No sabía de fútbol, que tampoco es física nuclear, pero sabía todo de periodismo. Sobre todo, conocía a los lectores y cómo captar su interés. Solía pasar la mañana entera pensando en la portada que al día siguiente atraería al lector en el quiosco. Dominaba como nadie el diseño y le prestaba una especial atención a la forma.

Otra característica que hizo especial y triunfador a Luis Infante fue la manera de llevar el capital humano de la redacción. Lo más importante de un periódico, probablemente de cualquier empresa (pero en un periódico de manera significada), es el talento que albergan sus redactores. Luis cuidaba esa materia y el ambiente en la redacción. Solía decir que una redacción que se divierte y en la que hay buen ambiente hace un buen producto, mientras que una redacción enfadada y crispada ofrece un pésimo contenido a su audiencia. Cuando se lo escuché por primera vez, un mes de agosto del año 2005 en La Coruña, me sirvió de santo y seña para mi futuro desempeño en esta profesión.

Luis Infante

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Tenía fijada con él y con José Juan Gámez una comida cada cierto tiempo, incluida una cumbre en el mes de agosto en Cádiz. Ejercía el magisterio profesional y el vital sin ningún tipo de sobreactuación ni alarde. Era brillante de manera natural. Brillante y coqueto. Pude asistir a su ochenta cumpleaños, rodeado de su amplia familia: su esposa Mary, los nueve hijos con sus parejas y toda la prole de nietos. Era católico y sentimental. Murió justamente en unos días muy especiales para la familia. Como él era un hombre de profundas creencias religiosas, un hombre de Fe, seguro que está feliz abriendo la puerta de la otra vida, justamente en fechas tan señaladas.

Se nos están marchando los amigos, los mejores, y nos invade una tristeza que seguramente Luis rechazaría de plano. A veces nos cuesta entender este nuevo mundo, pero el mundo es nuevo y viejo desde que el mundo es mundo. Por eso las personas como Luis son tan necesarias: por su visión optimista y alegre, pero sobre todo práctica, de la vida. Luis se fue con el Adviento, ese tiempo de esperanza que aviva y despierta nuestra curiosidad sobre el misterio de la vida, sobre el más allá. Él ya ha abierto la puerta a ese tiempo de sosiego y serenidad, donde las sombras desaparecen. Ya solo hay certezas. Lo ha hecho justamente en la víspera de la Nochebuena. Lo recordaremos todos los años, porque vivimos en la memoria y el corazón de quienes nos quisieron y quisimos.

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