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Cartas al director

Un gigante con pies de barro

En un principio, tras la II Guerra Mundial, seis países (Alemania, Bélgica, Francia, Luxemburgo, Italia y Países Bajos) decidieron unirse para facilitar una cooperación comercial entre ellos y el resto del mundo. Todo funcionaba bien, cada engranaje estaba perfectamente engrasado y nadie se quejaba; entonces el mundo comenzó a cambiar. Se revisaron los tratados firmados para poder incluir a más países (Maastricht, 1993, o Lisboa, 2009, fueron los más importantes), pero no fue suficiente, incluso una de las potencias mundiales que se adhirió, abandonó la UE: el Reino Unido, con el famoso Brexit.

La idea era buena: crear un órgano supranacional para poder competir económicamente contra el dólar americano, pero salió mal. El dólar se hizo más fuerte y, sin embargo, el cambio de moneda —primero al ECU y luego al euro— debilitó a Europa.

Trump ya ha avisado de la imposición de aranceles, de la deportación de inmigrantes sin papeles y de desalojar a los gazatíes de sus casas a la fuerza, distribuyéndolos a su antojo. Además de exigir un aumento del 3 % del PIB en defensa, todo ello sin mencionar la reunión que mantuvo con Vladimir Putin para devolverle Ucrania.

La UE tiene un problema, solo uno, pero de dimensiones gigantescas y no tiene visos de solución, y es lo que la está debilitando cada vez más. Europa NO es un país soberano, es decir, no tiene un presidente ni un único gobierno que nos represente a todos los europeos.