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Cartas al director

El eco del 36 resuena en 2025

La historia de España «no se repite, pero rima», como dijo Mark Twain. Entre 1931 y 1936, el socialismo no defendió la democracia: la dinamitó desde dentro. Hoy, con otro lenguaje y otro envoltorio, está repitiendo la misma jugada. Y muchos siguen sin verlo.

Entonces fue Largo Caballero quien agitó el odio, el «nosotros o ellos». Hoy, el mensaje es más taimado, pero igual de dañino. La polarización no empezó con la Guerra Civil, sino mucho antes. Y en esta etapa reciente, fue Zapatero quien reactivó la estrategia: abrió la memoria histórica no para sanar, sino para dividir, reescribir y enfrentar.

Desde entonces, todo ha sido relato. Cancelar al discrepante. Revivir un pasado fantástico como arma electoral. Convertir la crítica en pecado. No hay debate, hay etiquetas. No hay adversarios, hay enemigos.

En los años 30 se encubrieron crímenes si venían «del lado correcto». Calvo Sotelo fue asesinado por hombres vinculados al poder, y el Gobierno miró hacia otro lado. Hoy no hay pistolas, pero sí una censura asfixiante, una manipulación sistemática, un silencio cómplice cuando se ataca a periodistas, jueces o ciudadanos incómodos.

Y mientras tanto, generaciones enteras crecen sin saber. No saben del intento de golpe de Estado socialista en 1934. No saben quién fue realmente Largo Caballero. No saben por qué mataron a Calvo Sotelo. Todo ha sido borrado, edulcorado o directamente falsificado.

Es grotesco cómo los culpables de aquella deriva tienen hoy estatuas, calles y bustos. Largo Caballero, La Pasionaria… los agitadores del desastre convertidos en héroes oficiales. Y sin embargo, apenas hay homenajes visibles a Calvo Sotelo: un monumento aislado en Madrid, despojado de su significado, y su nombre eliminado de calles por la Ley de Memoria Histórica. Ningún reconocimiento digno y general a quienes murieron por defender sus ideas.

Hoy vemos cómo el Gobierno de Sánchez miente sin pudor, manipula los medios, legisla a conveniencia y pacta con quienes desprecian la Constitución. Lo hace en nombre del «progreso», pero con las mismas técnicas de propaganda, exclusión y revisionismo que ya vivimos en el pasado. Nada es casual. Todo encaja.

Tenemos que darnos cuenta de que esto no va solo del pasado. Va del presente y del futuro. Porque cada mentira repetida, cada verdad escondida, abre la puerta al mismo abismo: cuando se cede el pasado, se pierde el futuro.