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Cartas al director

El crepúsculo de los dioses

Y de repente, vuelve Cristóbal Montoro. Ese hombre que me recuerda al personaje oscuro y siniestro de Luis de Alquézar, el malvado antagonista del Capitán Alatriste. Creo que él mismo asumió el rol de malo de la película, llegando incluso a deformar su propio rostro para parecer más malo.

Montoro vivió esos días donde ejerció el poder monetario. Imagínense por un momento que usted y yo, simples mortales, nos vemos con la gran capacidad de decidir sobre el destino de los dineros del resto de españoles. Acceder a todos los datos de los contribuyentes y apretar al español medio por el bolsillo. A esto se añadiría una capacidad de enriquecimiento propio. ¿No lo harían? ¿no se sentirían tentados por ello?

Pienso que los «malos» de la película (Montoro, Cerdán, Bela Lugosi o Willem Dafoe, por poner ejemplos) deforman sus rostros cuando asumen el poder. El poder corrompe, ese es el mensaje que nos quieren transmitir. Puede ser incluso que «los malos no sean tan malos». Una especie de anti-ejemplo moralizante para nosotros, humanos de medio pelo, que lo más malo que nos puede pasar es que nos pillen con un exceso de velocidad en la M-30.

Incluso el señor de la Moncloa nos esté mandando ese anti-ejemplo con su deformidad facial. Es el crepúsculo de los dioses, donde el poder desgastador consume al que lo ejerce. Todos pensamos en el cuadro de Dorian Gray o las consecuencias de encontrarnos con un monstruo lovecraftiano: terminando en un psiquiátrico profetizando las calamidades que vendrán. En Lovecraft, Ctulhu; en la España de hoy: la ultraderecha (o la ultraizquierda judeo-masónica, depende).

La concupiscencia existe. No somos ángeles. Si no seguimos estos anti-ejemplos, volveremos a cometer los mismos errores. Nunca diga «esto no lo haré», porque lo hará.