Cartas al director
El riesgo de un poder sin límites
La reelección inmediata de Nayib Bukele en El Salvador, aunque revestida de legalidad, representa una señal preocupante para la salud democrática de la región. Pese a sus logros innegables en la lucha contra las maras y su popularidad masiva, el principio democrático no se sostiene solo con resultados, sino con límites, contrapesos y respeto a las reglas del juego.
Perpetuarse en el poder bajo la lógica de «yo tengo la razón y no tengo que escuchar a los demás» abre la puerta a un autoritarismo disfrazado de eficacia. La democracia no es simplemente un medio para resolver problemas, sino una cultura política que se basa en la alternancia, el pluralismo y la posibilidad real de crítica. Cuando un líder concentra todos los poderes —Ejecutivo, Legislativo, Judicial y mediático—, ya no gobierna para todos, sino desde una visión única, que cancela el disenso y debilita las instituciones.
La historia de América Latina está llena de ejemplos de líderes carismáticos que comenzaron con buenas intenciones, pero terminaron erosionando la libertad y el Estado de derecho. La popularidad nunca puede ser excusa para dinamitar los frenos constitucionales ni para borrar la línea entre gobierno y Estado.
Bukele afirma que hace lo que el pueblo quiere. Pero una democracia sólida no es aquella que se somete a mayorías emocionales, sino la que protege también a las minorías, a los que piensan distinto, a quienes critican y cuestionan. El verdadero líder democrático no teme a los límites, porque sabe que ellos garantizan la libertad de todos, incluida la suya.
Hoy en El Salvador se respira orden, pero también silencio. Y cuando las voces críticas desaparecen, lo que viene no es paz, sino sumisión. Que no nos deslumbren los resultados: el poder sin límites nunca es buena noticia para la democracia.