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19 de abril de 2024

Editorial

Casado, ante una calle Génova abarrotada

El maltrato a Ayuso no se remedia cerrando el expediente: el daño provocado por Génova pone en duda al propio Casado y le obliga a tomar decisiones traumáticas y, si no funcionan, apartarse él mismo

Actualizada 19:44

El PP se enfrenta a horas críticas que pueden decidir su subsistencia o, cuando menos, su relevancia como principal alternativa a la coalición de izquierda dominante: el intento de arreglo de Pablo Casado con Isabel Díaz Ayuso, frustrado por la segunda y frustrante para el primero, coloca al partido ante decisiones inaplazables y de imprescindible enjundia.
Nadie ha ganado del todo en este dantesco episodio, pero sí está claro quiénes han perdido: desde luego Casado, y con él su equipo; pero también una marca que hasta hace unos días ganaba al PSOE en todos los sondeos electorales y ahora cotiza muy a la baja, tiene a sus bases indignadas y a sus votantes desolados. La mejor prueba de esa indignación ha sido la manifestación convocada por redes, sin un liderazgo identificable, y que ha reunido este domingo a unas 4.000 personas que abarrotaron la calle Génova de Madrid pidiendo la dimisión de Casado y García Egea y reclamando la Presidencia del PP para Díaz Ayuso.
La razón es bien sencilla de entender: Casado emprendió una ofensiva contra Díaz Ayuso, entre sospechas de un lamentable espionaje previo, y la señaló públicamente como sospechosa de corrupción por inducir contratos públicos de la Comunidad de Madrid en beneficio de su propio hermano.
Que las acusaciones fueran la consecuencia de una acusación indirecta de Ayuso contra Génova por investigarla clandestinamente o no es irrelevante para la presidenta regional, y en todo caso agrava el comportamiento de la dirección popular: si ella misma destapó ese abuso, nadie puede reprochárselo. Y si además es cierto, para Casado es otra razón más para avergonzarse, buscar culpables y asumir la cuota de responsabilidad que le compete.
Porque lo cierto es que, tras el estallido del conflicto, hemos pasado de una amenaza de expulsión y de un discurso claramente acusatorio hacia la presidenta madrileña a un repliegue a la desesperada de Génova para salvar los muebles que Ayuso, con toda la razón, ha rechazado: no le basta el empate, como le proponían, cuando la honra personal está en juego.
Todo lo que Génova ha hecho en las últimas horas, dando por buenas las explicaciones de Ayuso y anunciando el cierre del expediente interno, podía haberlo hecho el viernes. Pero prefirió aumentar su descrédito, dando pábulo a una sospecha para la que no tenía soporte documental: si tampoco lo tenía para exonerarla, lo razonable hubiera sido guardar silencio hasta recibir las oportunas aclaraciones. Pero optó por dar crédito a las insidias, tal vez para acabar con una poderosa rival interna que simboliza un discurso alternativo, y más exitoso quizá, al del propio Casado.
Si a Ayuso la espiaron primero y la acusaron después, en ambos casos sin razón y con una inquina más propia de rivales que de compañeros de viaje, un simple cierre de expediente como si nada hubiera pasado es a todas luces insuficiente. Ni la imagen de la afectada ni la solvencia del PP quedará restituidas con un rutinario cierre administrativo de un conflicto que ahora exige decisiones muy profundas: se ha puesto en juego al principal activo electoral del partido y, también, la propia solvencia del proyecto popular, para beneficio exclusivo del Gobierno de España y de los partidos que lo componen.
La gravedad del estropicio es tal que ni siquiera se repararía con alguna dimisión ilustre, como la del secretario general, Teodoro García Egea, desastroso en la gestión de un conflicto que ha parecido más un siniestro ajuste de cuentas que una traumática defensa de la integridad de una marca lastrada por la corrupción reciente. Tampoco bastará con una petición de disculpas a Ayuso, tan pública y contundente como lo han sido las acusaciones. Aunque esto último es imprescindible, no parece suficiente.
Porque lo que está en juego ahora, de manera nítida e inevitable, es la propia posición de Casado: para que encuentre una alternativa a la dimisión directa o la convocatoria de un Congreso donde pueda ser relevado por sus propios compañeros, deberá hacer y decir algo creíble y satisfactorio para el conjunto del PP y de la sociedad española. Si tiene una posibilidad de sobrevivir, algo que llegados a este punto ya no está nada claro, ha de demostrarlo cuanto antes. Pero no parece que comparecer ante un Comité de Dirección del PP que se reúne todos los lunes con su núcleo duro sea suficiente. Pero no bastará con el apoyo de los componentes de ese órgano de dirección muy próximos a su persona. Antes de comparecer, Casado ha de asomarse a la ventana de su despacho y reflexionar por qué esa calle estaba la víspera repleta de sus votantes pidiéndole que se vaya.
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