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02 de mayo de 2024

Editorial

España tiene un problema en Latinoamérica y el Gobierno tampoco reacciona

De México a Perú, pasando por Bolivia, Ecuador, Chile y desde luego Venezuela y Cuba; una ola recorre el continente buscando criminalizar de un lado a Estados Unidos y de otro a España

Actualizada 09:31

Las absurdas declaraciones del presidente de México promocionando una «pausa» de las relaciones entre su país y España no son un exceso ocasional de un personaje muy dado a ellos, sino la enésima demostración de cómo un discurso desquiciado, injusto e incompatible con el más elemental rigor histórico se ha ido extendiendo por Latinoamérica para tapar los fracasos de sus dirigentes y, a la vez, construir un «enemigo verosímil» al que cargárselo todo.
Andrés López Obrador es un demagogo notable, pero no un ignorante: le consta, a la perfección, que el legado de España en América es espléndido y que, a diferencia de otros procesos de colonización, conquista o integración; se caracterizó por el mestizaje con los autóctonos, beneficiarios de una cultura, una lengua, una Fe, unas libertades y unos derechos idénticos a los de la metrópoli.
Y preservados en los Archivos de Indias o visibles en la huella encomiable que dejaron las misiones, las universidades y el proceso de integración que comenzó con la llegada de Colón en esa gran aventura de la humanidad que fue el Descubrimiento.
Por todo eso la presencia de los ancestros en la sangre de los latinoamericanos actuales es abrumadora; en contraste por ejemplo con esa misma herencia de los oriundos en la población norteamericana del presente.
Nada de eso le es ajeno a un presidente populista que ya se estrenó exigiendo disculpas al Rey y ha jalonado su carrera de un abyecto maniqueísmo que aspira a criminalizar una parte fundamental del patrimonio de México, que no se entiende sin la presencia española.
Que sus palabras coincidan con otras similares de Nicolás Maduro, acusando a España de «genocidio» irritado por la presencia de Felipe VI en Puerto Rico, no es casual: el indigenismo, que es el traje que se ponen estos regímenes para combinar a la vez lo peor del comunismo y del populismo con una visión racial empobrecedora; vive sus mejores momentos en Latinoamérica.
De México a Perú, pasando por Bolivia, Ecuador, Chile y desde luego Venezuela y Cuba; una ola recorre el continente buscando criminalizar de un lado a Estados Unidos y de otro a España.
Que ese movimiento no sea nuevo, y que incluso haya llegado a los Estados Unidos con episodios lamentables de retirada de bustos de Colón o la persecución del «Día de la Hispanidad»; pero que no se haya hecho nada para paliarlo, retrata una vez más a la floja diplomacia española.
Castigada en Washington por la afinidad del Gobierno –y en especial de Podemos– con todas las satrapías «bolivarianas»; con todo un expresidente como Zapatero ejerciendo de embajador oficioso de Maduro o con un presidente como Sánchez enredado en el oscuro rescate de Plus Ultra; resulta paradójico que la posición allí de España sea más endeble que nunca y apenas destaque por las constantes vejaciones.
España tiene mucho de lo que presumir por su pasado. Y ninguna leyenda negra artificial, sustentada en las sombras que todo proceso histórico comporta, puede borrar esa evidencia. Aunque esto es más difícil de sostener si, desde dentro del propio país, partidos de Gobierno como Podemos suscriben y difunden tan denigrantes relatos de nosotros mismos.
Por todo ello, no hay que conformarse con soportar las vejaciones y hacer terapia interna, sin más. Ni la memoria del país ni sus intereses geopolíticos pueden permitirse el arrinconamiento de Washington y el desprecio de Latinoamérica a la vez.
Porque no solo es humillante para la memoria nacional; también le quita a España la posición de relevancia e influencia en la única parte del mundo donde, sin duda, nadie podría ostentar mejor un liderazgo.
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