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25 de abril de 2024

Editorial

Sánchez batirá a Zapatero en su herencia ruinosa

El catastrófico paro de España solo es la punta de un iceberg terrible de hundimiento económico derivado del nefasto populismo del Gobierno

Actualizada 09:06

El paro ha subido en España, durante el mes de enero, en casi 71.000 personas, a lo que hay que añadirle la pérdida de más de 215.000 afiliados a la Seguridad Social en el mismo tiempo. Y todo pese al maquillaje que, con la misma solvencia técnica que exhibe en cada sondeo el CIS de Tezanos, le aplica el Gobierno a toda estadística adversa para simular un bienestar que, obviamente, la ciudadanía no siente.
A esos datos trágicos, en comparación con los del primer mes del año anterior, habría que añadirle además el medio millón largo de parados reales que, con la contabilidad creativa de Sánchez, se convierten en ocupados aunque no lo estén, no cobren salario alguno de manera estable y, tal vez, ni siquiera ingresen un subsidio.
Son los fijos discontinuos, que siempre quedaron al margen de las estadísticas de desempleo, es cierto, pero nunca en un número tan abrumador, fruto en exclusiva de la imposición a las empresas de hacer indefinida a toda su plantilla, aunque en la práctica no lo sean y solo sirva para excluirles de la cifra real del paro español.
Hasta con esos trucos, tan burdos como los desplegados para convertir el crecimiento económico en un ejemplo para Europa cuando en realidad no nos da para alcanzar los niveles previos a la pandemia; o con la inflación, que ya se calcula sin darle a la cesta de la compra el peso que tienen en la renta familiar cotidiana; España se sitúa en la cola.
Porque nadie tiene un paro de esta magnitud; nadie sigue sin recuperar su PIB de 2019, nadie ha engordado tanto su deuda pública; nadie ha visto desplomarse tanto el poder adquisitivo y casi nadie, a más inri, ha visto incrementar exponencialmente su presión fiscal como sí ocurre en España.
El cuadro económico de España es terrible, pese a la ayuda de los Fondos Europeos y el «dopaje» de la infame recaudación pública derivada de la inflación. Pero peor aún es el negacionismo del Gobierno, que intenta instalar un relato falso de progreso y lo completa con subsidios insostenibles, subidas retributivas a colectivos muy específicos y una ristra de mentiras sobre la situación real simplemente inaceptable.
En ese escenario, atacar a las empresas y revisar al alza el Salario Mínimo Interprofesional son prueba de la irreversible deriva del Gobierno hacia el populismo, la polarización y el enfrentamiento; como tácticas para esquivar su propia responsabilidad, que es inmensa.
Porque plantear con este panorama una especie de lucha de clases que enfrente a trabajadores y empresas; o imponer mejoras salariales que en realidad destruyen empleo y son subidas encubiertas de ese impuesto al trabajo que son las cotizaciones, es directamente suicida.
El Gobierno cuenta con que, entre las ayudas europeas y el extra de la inflación, pueda mantener en este año electoral su falso discurso de confort, sustentando en el mensaje clientelar de que, gracias a Sánchez, se ha activado un escudo social sin precedente, merecedor de un voto de confianza.
Pero además de ser una política empobrecedora, que apuesta por el asistencialismo en lugar de por el progreso social, es insostenible. España va a cerrar 2023 con el PIB de 2019 y 350.000 millones de euros más de deuda pública.
Y con una economía productiva asfixiada, vilipendiada y exprimida hasta unos límites cercanos ya a la confiscación. Los datos del paro, los ficticios y los verídicos, son un drama. Pero también la punta del iceberg de una emergencia económica que va a dejar a España, cuando se marche Sánchez, peor que cuando lo dejó Rodríguez Zapatero.
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