Héroe no, villano
La Corte, conociendo la rendición del Ejército Real, siguiendo una política posibilista concedió a Olañeta el virreinato de Buenos Aires «en el caso de que continúe con el mando» que previamente había denegado a sus comisionados, pero ya había fallecido
Hace unos días se publicó en este diario un apasionante artículo en el que se hacía justicia a eminentes militares españoles que defendieron a su patria contra viento y marea y sin casi posibilidad de éxito: Miguel Barragán en San Juan de Ulúa, José Ramón Rodil en El Callao y Antonio Quintanilla en Chiloé, héroes que mantuvieron el poder español en la América continental hasta 1826.

Valdés y La Serna
Inesperadamente también se incluyó a Pedro Antonio de Olañeta entre los héroes y creo que, por rigor histórico, hay que subsanar el error.
En 1824 la guerra americana había dado un vuelco completo, batidas las tropas patriotas, recuperados los fuertes de El Callao y la capital Lima, Bolívar se había tenido que refugiar en Trujillo y el Virrey tenía decidido combatirle.
El general Olañeta, como muchos españoles americanos, formó parte de las milicias por pertenecer a la clase directora sin ingreso en academia militar. Al frente del Ejército del Alto Perú proclamó el 21 de febrero: «abolir la Constitución, sosteniendo los derechos del Altar y el Trono inicuamente atacados» y rechazando toda autoridad del virrey La Serna desalojó al mariscal Santos La Hera, gobernador de Potosí, y tras saquear 100.000 pesos de la Casa de la Moneda y el Banco de San Carlos, se dirigió contra el mariscal Rafael Maroto y le expulsó de Charcas.
La vuelta de Fernando VII a la plenitud del poder era conocida por el Virrey pero a través de informaciones del enemigo por lo que esperaba la confirmación oficial para actuar.
En esa situación La Serna ordenó al general Olañeta le enviara dos escuadrones y un batallón para unirlos al ejército del general Canterac y batir a Bolívar antes de que recibiera los refuerzos que este esperaba de Colombia. Olañeta se negó y el Virrey, tras muchas dudas, decidió suspender la acción contra Bolívar y castigar la insubordinación de Olañeta enviando al general Jerónimo Valdés en su contra fortificado con un batallón sustraído al Ejército de Canterac.
Bolívar no dejó de aprovechar semejante oportunidad y proclamó: «El General Olañeta y sus ilustres compañeros son dignos de la gratitud americana, y yo los considero como eminentemente beneméritos, acreedores a las mayores recompensas. Así el Perú y la América toda deben reconocer en el general Olañeta a uno de sus libertadores». El 2 de agosto, nueve mil doscientos hombres del ejército patriota entraban en campaña.
El 8 de agosto, en el bergantín Tetis, llegaron los pliegos tan esperados. El Real decreto de 19 de Diciembre de 1823 –diez meses de viaje– decía: «Restituido el Rey N.S. a la plenitud de sus derechos soberanos (…) quiere S. M. que le manifieste su Real satisfacción, nombrando a V.E. en propiedad Virrey, Gobernador y Capitán General del Perú. Manda igualmente S. M. que a todos los generales, jefes, oficiales y demás individuos que hayan manifestado con su conducta los mismos leales sentimientos, que V.E. les dé las gracias en su Real nombre».
Todavía Valdés pactó el convenio de Taparaya pero el general rebelde no aceptó someterse al Virrey y Valdés se enfrentó a su ejército el 17 de agosto en la batalla de La Lava derrotándolo y haciendo prisionero al Barbarucho que lo mandaba y a toda la tropa. En esa circunstancia recibió carta de La Serna notificando la derrota de Junín y con la orden de regresar al Cuzco, aún a costa de dejar el Alto Perú en manos del rebelde Olañeta.
Las tropas de Valdés habían quedado muy disminuidas por la sangrienta batalla de La Lava, así que sumó las bisoñas guarniciones de Cochabamba, La Paz y Puno, a las que fue ejercitando a lo largo de los 1.800 kilómetros de viaje y se incorporó al Ejército Real el 6 de Octubre para iniciar la campaña que terminó en Ayacucho el 9 de diciembre de 1824.
Olañeta, aunque había establecido correspondencia con Bolívar y Sucre después de Junín, no aceptó finalmente las propuestas de Sucre y fue derrotado y muerto en la batalla de Tumusla el 2 de Abril de 1826.
La Corte, conociendo la rendición del Ejército Real, siguiendo una política posibilista concedió a Olañeta el virreinato de Buenos Aires «en el caso de que continúe con el mando» que previamente había denegado a sus comisionados, pero ya había fallecido. Seguramente a ese nombramiento, como figura posterior a Ayacucho, se debe la confusión del artículo citado al principio.
Olañeta había reproducido, cuatros años después y con ideología contraria, el golpe de Estado de Riego y si en las Cabezas de San Juan se consiguió que la potente expedición (18.000 hombres) para pacificar América no embarcara ayudando poderosamente a los independentistas, en el Alto Perú se repitió la historia y en vez de atacar a Bolívar con toda la fuerza, se dividió el ejército realista. Junín primero y Ayacucho después deben mucho al traidor Olañeta.
- El Marqués de Laserna es académico de honor de la RA de la Historia