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16 de abril de 2024

tribunaBruno rodríguez-rosado

El nacionalismo recupera al centro

Frente a la dinámica centrífuga de la periferia española, claramente alimentada por instituciones políticas, se observa una silenciosa, pero pujante respuesta centrípeta, nacida de la misma sociedad y alentada de rechazo por el nacionalismo

Actualizada 04:02

En toda esta cuestión del nacionalismo y su versión más extremada, el independentismo, hay un hecho sobre el que vengo dando vueltas y que pienso no han tenido en cuenta los propios nacionalistas. Me refiero a la afirmación que sirve de título a este artículo, y que no contiene, contra lo que podría pensarse, ninguna errata: el nacionalismo no recupera el centro (por desgracia, si alguna vez se acercó a él, así sea tácticamente, hace años que lo abandonó para echarse al monte…); lo que hace el nacionalismo es «recuperar al centro»: a Castilla. Y desde mi punto de vista, esto está provocando ya un efecto colateral que va a acabar siendo de mucha más trascendencia que el propio nacionalismo y al que sus adláteres, sin darse cuenta, están prestando una colaboración que ningún otro sujeto podría prestar. Intentaré explicarme.
Dijo Laín Entralgo, y la afirmación me parece fundamentalmente cierta, que la unidad de España fue eminentemente obra histórica de Castilla. En efecto, fue ella quien, económica, social y vitalmente pujante en los siglos XV y XVI, protagonizó esa labor de unificar políticamente la mayoría de territorios existentes en ese espacio geográfico llamado península ibérica. Bien puede decirse que, con sus victorias y con sus derrotas, no hay hecho histórico sucedido entre 1492 y 1648 (es decir, entre el descubrimiento de América y la Paz de Westfalia) en que no fuese Castilla protagonista. Su capacidad de liderazgo mundial se impuso eminentemente en la península ibérica, que llegó a unificar por completo en el momento de máximo esplendor. No dejando de ser indiciario que la separación de Portugal actuase como clara señal de quebrantamiento de la hegemonía castellana –y por tanto española– en la política europea.
En tal sentido, no es tampoco arriesgado afirmar, como reverso de lo anterior, que el problema de España es resultado precisamente del decaimiento y postración de Castilla tras el esfuerzo realizado durante el periodo en que se vio regida por la Casa de Austria. La fuerza centrípeta hasta entonces actuante se vio sustituida desde mediados del siglo XVIII, y ya claramente durante los siglos XIX y XX, por la tendencia centrífuga provocada por la preponderancia de que Laín llamó «España no castellanizada» (Cataluña, Levante, Vizcaya y Guipúzcoa, Andalucía misma) frente a la por él denominada «España castellana y castellanizada» (las dos Castillas, León, Aragón, Murcia, Extremadura). El problema de España en los últimos siglos ha sido un claro problema de agotamiento del centro que la vertebró frente a la preponderancia de la periferia.
Pues bien, con todas las matizaciones y reservas que quieran hacerse, me atrevo a afirmar que el nacionalismo y el independentismo han logrado, ellos solitos y en pocos años, un vuelco histórico de la situación, como no se veía desde hace cinco siglos. Hoy día creo que es innegable que el centro de España ha recuperado la iniciativa frente a los territorios periféricos. Castilla ha recuperado el protagonismo. Y me atrevo a vaticinar que las consecuencias de ello se irán advirtiendo de modo cada vez más claro en no mucho tiempo.
Algún lector podrá preguntarse: ¿Castilla? ¿Se refiere a la meseta? Y contesto: no, hombre, aunque también sí; pero me refiero en realidad a Madrid, ciudad castellana donde las haya y su actual centro natural. Y es que es innegable que, hoy día, y frente a lo que sucedía hace apenas treinta años, es Madrid la ciudad que representa en España la innovación y el crecimiento en todas las facetas sociales: económico, cultural, educativo. Si hace treinta años los jóvenes españoles aspiraban a tener su primer trabajo en Barcelona, hoy es claro que buscan tenerlo en Madrid. Madrid, cabeza de Castilla, ha pasado de ser una ciudad de funcionarios a ser una ciudad de empresa e innovación. Y que no nos cuenten que eso ha sido resultado de políticas centralistas, de cuyo rastro nada puede observarse: ha sido puro efecto de la torpeza y progresiva provincialización de la periferia de España, empeñada en instalarse en una arcadia nacionalista cuyos frutos se están revelando muy amargos.
A partir de aquí, creo que las cartas están echadas. Frente a la dinámica centrífuga de la periferia española –que, por desgracia, más parece tender a contagiarse que a decrecer–, claramente alimentada por instituciones políticas, se observa una silenciosa, pero pujante respuesta centrípeta, nacida de la misma sociedad y alentada de rechazo por el nacionalismo. El tiempo dirá qué fuerza vence, la política o la social. Pero una cosa no deben olvidar los líderes nacionalistas y separatistas: su estrategia está reforzando el centro. Lo que no fueron capaces de hacer tantos políticos españoles en cinco siglos lo están consiguiendo ellos solitos en treinta años…
  • Bruno Rodríguez-Rosado es catedrático de Derecho civil en la Universidad de Málaga
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