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TribunaCecilia Díaz

El activismo inversor ante la encrucijada reputacional

Recientemente hemos asistido a diferentes decisiones o cambios muy relevantes en compañías españolas que han señalado directamente los fondos activistas

Actualizada 01:30

Los fondos activistas son un actor relativamente nuevo en la escena empresarial en España, pero todo apunta a que, como en otros países, han llegado para quedarse y para condicionar de manera trascendental la gestión y la dirección de las empresas cotizadas. Recientemente hemos asistido a diferentes decisiones o cambios muy relevantes en compañías españolas que los han señalado directamente.

Amados y odiados por igual, la percepción que se tiene de ellos es confusa y sin término medio. ¿Llegan para «reventar» los propósitos de las compañías o para actuar al margen del establishment y llevarlas por el buen camino de la sostenibilidad y las prácticas reputacionales más desarrolladas? Un estudio de Lazard, por ejemplo, que analiza su influencia en todo el mundo, afirma que su entrada redunda en mejores prácticas empresariales y mayor transparencia.

Sin embargo, existen otras corrientes que valoran que el éxito en la mejora de las cotizaciones de las compañías en las que condicionaban su voto favorable a según qué cambios, es relativo. Por ejemplo, Goldman Sachs –en un estudio sobre diferentes cotizadas a lo largo del tiempo– sostiene que, si bien conseguían en un primer «asalto» la mejora de la cotización, este incremento no se trasladaba más allá de los primeros seis meses. En esencia, este estudio respalda esa otra imagen consolidada, que los encuadra como oportunistas y agresivos, interesados sólo en una modificación radical y en el ascenso del precio de la acción.

Y es que: ataque, estrategia, combate, objetivos, campaña, defensa… son conceptos que se asocian a la llegada de estos fondos. Por tanto, su actuación está rodeada de un halo bélico que contrasta con la percepción o la huella que supuestamente pretenden introducir en las compañías en las que operan. Halo que contribuye a la confusión en la imagen instaurada en la opinión pública.

Los desafíos que tienen por delante en cuestión de imagen y reputación son, en conclusión, significativos. Así pues, si su capital y número de campañas no ha dejado de crecer y si estos inversores cada vez encuentran más empresas objetivo en las que actuar y han llegado para quedarse, la recomendación es que ofrezcan más y mejor información al mercado sobre sus objetivos de inversión. También, que trabajen de manera abierta y transparente para establecer relaciones de confianza con sus principales grupos de interés, tanto inversores, reguladores, altos cargos institucionales o medios de comunicación como con los otros accionistas o los propios gestores de las empresas cotizadas en las que estén presentes.

En un contexto de alta volatilidad económica y una gran sensibilidad social, es recomendable que se impregnen de las formas y necesidades de las sociedades donde operan y que transmitan interés por entender y adaptarse a sus peculiaridades. Por último, que expongan de manera más clara, el porqué de los posicionamientos que efectuarán en las juntas de accionistas de las compañías en las que invierten. Que su voz y su voto tenga un sentido previsto y explicado.

Esta es, de hecho, la tarea en la que les llevan la delantera algunos inversores institucionales tradicionales que, sin embargo, están dejando atrás su postura más «acomodada» en las compañías y están pasando a la acción en las mencionadas juntas. Las exigencias en materia de ESG y reputación así se lo están aconsejando: que pongan su sello y que marquen una diferencia, más allá de esperar con paciencia los resultados anuales y la recepción de los dividendos.

  • Cecilia Díaz es directora en Estudio de Comunicación
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