La subversión inversa en España
De lo que se trata no es de llegar al poder, obviamente, sino de cambiar el modelo de Estado
En España ha habido de todo, desde la contaminación masónica del Ejército en el Trienio Liberal, con Fernando VII, con el pronunciamiento de Riego y Topete, y su conexión internacional, obstáculo al embarque de las Tropas previstas para sofocar las rebeliones americanas, pasando por la Regencia de María Cristina y su política sucesoria, provocadora de cuatro guerras civiles, hasta «La Gloriosa», con un proceso subversivo más profundo que pone fin al difuso reinado de Isabel II, mediante una revolución política en la que la Reina desaparece, la Monarquía permanece y los españoles, sin demasiados espasmos, esperan un nuevo Soberano, en este caso, una vez más, cribado entre los candidatos internacionales.
Amadeo de Saboya deja España abrumado por su política, aderezada con problemas de menor entidad; de ahí a la I República hubo un paso, sin oposición se constituyó, con cierta astucia parlamentaria, prácticamente como la Segunda, sin obstáculo ni consulta expresa, con una mera interpretación de los organizadores del cambio.
Tras el desastre territorial, federalismo y cantonalismo, nuevo ciclo subversivo con el apoyo de un nuevo pronunciamiento, práctica política para abrir y cerrar los procesos en su fase decisiva, llegan de nuevo los Borbones, dejando la sensación de una revolución abortada.
Tras pérdidas importantes exteriores, y guerras, se producen preparativos revolucionarios en 1917, con parlamentarios comprometidos, en Barcelona, y una huelga general, que ensayan el término de la Monarquía. La dictadura de Primo de Rivera, bien considerada por socialistas (Largo Caballero formaría en su seno), sería el último intento de evitar la caída del régimen.
El Pacto de San Sebastián, otro ensayo revolucionario, de preparación minuciosa, para el advenimiento de la II República, con el recurso típico militar del XIX, descoordinado con su componente civil, la rebelión militar de Jaca, que costó la vida a los oficiales sublevados, a pesar de los avisos de Casares Quiroga, enviado a Huesca para su retardo.
Como sucediera con la I República, la II llega con un régimen muy debilitado, con un Monarca agotado en recursos políticos y con un proceso subversivo en frente muy elaborado; solo hicieron falta unos resultados parciales favorables a los republicanos, en unas elecciones municipales inoportunamente convocadas, de lento escrutinio, para proclamar la República en una acción de oportunidad, aunque la mayoría final fuera de los monárquicos; de nuevo, la preparación de la subversión y la oportunidad, unidas a la debilidad de los subvertidos, producen la conquista del poder, asumida por la población, y el Ejército, como en todo el siglo XIX; la II República no fue refrendada en referéndum, solo proclamada; en sus inicios la Marsellesa se tocaba en las ceremonias, después el Himno de Riego.
La intentona revolucionaria de 1934, con la fundamental participación de socialistas y comunistas, contra «su propia República», para evitar el acceso de republicanos de derechas al Gobierno, constituye el proceso subversivo más profundo que culminaría con el Frente Popular, después de unos fraudulentos resultados en 1936.
La Transición y la Constitución de 1978, lejos de constituir un proceso subversivo, se realiza «desde la ley a la ley», con un referéndum constitucional de una aceptación de más del 90 por ciento de los votantes, y es admirada internacionalmente; se trató de la II Restauración.
Con el advenimiento del último Gobierno en España, se producen políticas que coinciden con dos procesos subversivos secesionistas, el vasco y el catalán, sin éxito, por el momento; el primero insurgente, aparentemente contra la dictadura, pero continuado hasta su derrota por las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado y Servicio de Inteligencia Nacional. El segundo, al borde de la utilización de la violencia, con la proclamación efímera de la República Catalana, fue abortado por el Estado de derecho, dejándolo latente.
Lo que se está produciendo, al menos por sus efectos, es un proceso subversivo inverso a nivel nacional, cuyo modelo se ha citado anteriormente, en especial desde el poder, reforzado por las alianzas de izquierda y extrema izquierda y partidos nacionalistas, algunos responsables de las actividades de secesión; de lo que se trata no es de llegar al poder, obviamente, sino de cambiar el modelo de Estado.
Los efectos de los procesos subversivos vasco y catalán persisten, y se les refuerza de alguna forma, con medidas que hacen avanzar a sus complejos de apoyo, que lejos de promover un arrepentimiento de los crímenes y sobresaltos políticos cometidos, y la resolución de los pendientes, alcanzan un predicamento político continuista, al parecer también posterior al 23 de Julio.
En el caso catalán, se desactiva también, al parecer, la Inteligencia en torno a él; se des tipifica el delito de los responsables y se les indulta, a pesar de su declaración de reincidencia, y se negocia, parlamentariamente, con los impulsores del golpe de Estado.
Por si esto fuera poco, a nivel nacional, los tres poderes tienden a confundirse, se mimetizan, influidos por una misma opción política. La Justicia, en sus versiones Fiscalía y Tribunal Constitucional, atienden, aparentemente, a solo a una parte del espectro político; los jueces no pueden elegir a los jueces. En el Ejecutivo, con iniciativas legales controvertidas, por influencia de sus socios en el Gobierno y electorales, de tendencias comunista y secesionista, el escaso papel de la Oposición, etc; el Legislativo, inerte en la confrontación constructiva, sede de combates dialécticos sin sentido, y la ausencia de leyes consensuadas e información en los asuntos de Estado, conforma un panorama que si no es casual es suicida, pues todo parece indicar que, desde el poder, se promueve un proceso subversivo inverso, en la manera que este artículo lo dibuja históricamente, esbozando la desaparición del espíritu de la Transición, lo conseguido con ella, y caminando hacia la demolición del último consenso refrendado y unánime en España, por todo tipo de opciones de pensamiento ideológico, con ligerísimas excepciones.
- Ricardo Martínez Isidoro es general de división. Rdo. y escritor