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TribunaJosé-Andrés Gallegos del Valle

España ante el gigantesco atentado de Hamás contra Israel

Hamás busca la desaparición del Estado de Israel. Como institucionalización del odio, figura en la lista de organizaciones terroristas articulada por los Estados miembros de la U.E.

Actualizada 01:30

Todos buscamos solución a los legítimos agravios de nuestros amigos palestinos. Pero ninguno titubeamos en nuestra condena al ataque secreto y sangriento con que la banda Hamás, que gobierna la Franja de Gaza, volcó su violencia intrínseca en Israel el 7 de octubre de 2023 para desgarrar durante una fiesta y en sábado a la población. Los españoles conocemos el ataque a la raíz de la democracia que suponen el terrorismo y la violencia anticonstitucional. Esos homicidios conforman un maligno y renovado 11 de septiembre, lleno también de víctimas inocentes y, esta vez, de rehenes civiles.

Sin embargo, hay mucho más.

Hamás, rama de los Hermanos Musulmanes y Movimiento de Resistencia Islámica, nació del Pacto de 1 de Muharram 1409 de la Hégira o 18 de agosto de 1988, carta fundacional que, junto a respetables principios de fe musulmana, integra expresamente credo religioso y nacionalismo (art. 12) en una alquimia que siempre remplaza las bondades de la fe por una política de especificidad y superioridad, convertida en axioma violento, constructo irracional con analogías en nacionalismos europeos.

El lector debe conocer además el artículo 13 del mismo Pacto: «Las iniciativas, y las llamadas soluciones pacíficas y conferencias internacionales, están en contradicción con los principios del Movimiento de Resistencia Islámica». Hamás busca la desaparición del Estado de Israel. Como institucionalización del odio, figura en la lista de organizaciones terroristas articulada por los Estados miembros de la U.E.

Así, este 7 de octubre supone un programado azuzamiento del odio alimentado por la Resistencia Islámica, veneno que destruye poco a poco Palestina, como su hermano Hizbollah socava el Líbano. En Gaza y en ciertos barrios civiles de Beirut esos violentos esconden en sus domicilios, entre la población, millares de misiles capaces de alcanzar Israel. Sin olvidar sus afiliados-bomba suicidas. Las Fuerzas Armadas de Jerusalén han resistido hasta ahora la pulsión de poner fin definitivo a esa amenaza intolerable para asegurar su frontera y desbaratar el terror.

Aquel odio se alimenta también en Estados próximos. Los lazos de Hamás con el Irán de los ayatolás, antítesis de la tradición prerrevolucionaria persa de profesionales, muestran al Líder Supremo Jamenei «orgulloso» del terrorismo hamasí. Antes, en junio pasado, recibía en la capital iraní al jefe de Hizbollah, Haniya –comedido, hoy superado–, y remitía la foto a las agencias internacionales como muestra de sus lazos con el «Eje de Resistencia».

La relación de Teherán con Hamás en Gaza y el Hizbollah libanés pertenece a la evidencia. Las autoridades iraníes publicitan la presunta autonomía de ambas organizaciones, que sabemos inexistente desde los puntos de vista militar, financiero y de programación. Irán aportaría al parecer unos cien millones de dólares anuales a Hamás, y el aparato de su Estado, capaz de actuar sobre objetivos geoestratégicos.

Pero podemos profundizar. En territorio iraní soplan vientos de revuelta social libre, que el Gobierno intenta sofocar. Los ayatolás utilizan este hiperatentado como muestra de la expansión de su revolución. Error de juicio. El iraní joven soporta cada día peor la oscura quincalla ideológica del régimen.

Por su parte, Hamás con Teherán utilizan en este 7 de octubre el espectro de la guerra para hacer tascar el freno a la creciente amistad política entre los Estados árabo-musulmanes e Israel, alentada por las democracias. Una amistad que se enfrenta al artículo 14 de la propia Carta de Hamás cuando integra la «liberación» de Palestina en tres círculos: palestino, árabe y musulmán, cada uno con su cometido en la truculenta misión encomendada por el terrorismo gazatí contra el «sionismo». Además unos y otros pretenden inflamar al Islam en todo el mundo.

Esas coordenadas incluyen el riesgo de que Irán se implique militarmente en este conflicto: en mayo de 2023 disponía de uranio enriquecido al 60 por ciento, según la AIEA, a un paso técnico del 90 por ciento, que es el nivel armamentístico. De ahí las llamadas de muchos a la contención, sin limitar su respaldo político y militar a Israel, como buena parte de los Estados miembros de la Unión.

Nos encontramos ante un análisis sencillo, incluida la consternación ante la enorme –y, probablemente, comprensible– grieta mostrada por los servicios de inteligencia de Israel, casi imbatibles. Pero el resultado de este razonamiento no lleva primordialmente a Hamás e Hizbollah. Tampoco a la catástrofe humanitaria del día 7, con todo el dolor que nos produce, sino a la necesidad de liberar Irán, que –¡oh sorpresa!–, se encuentra más cerca que nunca de la Rusia de Putin.

«Todos nosotros reconocemos las legítimas aspiraciones del pueblo palestino y apoyamos medidas iguales de justicia y libertad para israelíes y palestinos por igual. Pero no nos equivoquemos: Hamás no representa esas aspiraciones, y no ofrece nada al pueblo palestino que no sea más terror y derramamiento de sangre». Cinco de nuestros socios y aliados emitieron esta declaración, que es también nuestra, mientras el Gobierno de España quedó al margen, como en otras ocasiones; en paralelo, hemos dejado de converger con el resto de Europa y nuestro poder de compra baja, estólido, respecto a la media comunitaria, restándonos protagonismo exterior, ya mediado por el dramático guiñol secesionista.

La inmensa mayoría de los españoles defendemos el Derecho Internacional y la positiva proyección exterior de nuestro país, desarrollados en los mil quinientos últimos años. El lector decidirá.

  • José-Andrés Gallegos del Valle es embajador de España
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