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28 de marzo de 2024

Isidro Labrador, Ignacio de Loyola, Francisco Javier, Teresa de Ávila y Felipe de Neri

IV aniversario de la canonización de Isidro Labrador, Felipe Neri, Teresa de Jesús, Ignacio de Loyola y Francisco JavierPaula Andrade

Los cuatro santos que enaltecieron el Imperio español hace 400 años... y Felipe Neri

Isidro Labrador, Ignacio de Loyola, Francisco Javier, Teresa de Jesús y Felipe de Neri fueron canonizados a la par el 12 de marzo de 1622 por Gregorio XV

El 12 de marzo de 1622 se celebró en Roma una canonización conjunta como pocas veces se ha dado en la historia de la Iglesia. Nada más y nada menos que el labriego madrileño Isidro, el vasco Ignacio de Loyola, el navarro Francisco Javier, la abulense Teresa de Jesús y el florentino Felipe Neri fueron admitidos como santos por el Papa Gregorio XV. Un pontífice que había llegado a la sede de Pedro un año antes, y que fallecería un año después. En todo caso, Gregorio XV continuaba la tarea de sus predecesores, en especial Paulo V y Clemente VIII. Se trataba de una consecuencia directa de las modificaciones que el papado había introducido, para poder contar con santos contemporáneos, y con santos que, además, representaran a la nueva Iglesia reconfortada en Trento.
Aquella fue una fastuosa ceremonia litúrgica que contó con la presencia de una nutrida comitiva española encabezada por el conde de Monterrey. Aquella era la época del apogeo imperial de España. Los dominios de las Majestades Católicas incluían, en América, desde California hasta el Estrecho de Magallanes, y desde las riberas brasileñas hasta las playas del Perú; en África y en las costas asiáticas —de manera especial, en la India—, una gran colección de enclaves que procedían del Imperio Portugués; más allá, Filipinas y un largo número de islas y plazas de soberanía. La presencia española llevaba siglo y medio resultando decisiva para la política mundial y para el destino de la Iglesia. Dos de los canonizados eran jesuitas; y la Compañía de Jesús, Trento, la evangelización en América, Lepanto… son fenómenos esenciales para el devenir de la Iglesia, sobre todo tras el varapalo que supuso el protestantismo. Carlos I en Mühlberg y Teresa de Cepeda y Ahumada reformando el Carmelo eran las dos expresiones de la aportación española a la llamada Contrarreforma.
Sin embargo, tanto el propio papado como Francia y otras potencias católicas supieron rebajar el acento español de aquel acontecimiento de cinco canonizaciones simultáneas. En primer lugar, porque los dos jesuitas habían hecho de la Compañía una entidad internacional desde el primer día. De hecho, París y Roma son ciudades esenciales en el itinerario fundacional de esta organización eclesial. Se podía entender que la Compañía de Jesús servía, antes que nada, a la Iglesia universal, y que era el papa y no el rey de España quien guiaba su labor apostólica. Su intensa labor proselitista en Japón comenzó en el verano de 1549, cuando Javier y sus compañeros llegaron al país. La presencia de la fe cristiana en esta nación insular hizo tambalear a toda la casta política y religiosa, que reaccionó con absoluta intolerancia, muestra de su inseguridad ante el Dios hecho hombre: en 1597 fueron martirizados en Nagasaki seis religiosos de origen español, tres jesuitas japoneses (entre ellos, Pablo Miki), y diecisiete laicos nipones. En 1614 se prohibió el catolicismo en Japón, cuando uno de cada cuarenta habitantes profesaba la religión cristiana. A lo largo de una generación, hubo de decenas de miles de mártires en el país del Sol Naciente. Aunque hubiera una pequeña semilla española de mostaza, los frutos fueron autóctonos y muy abundantes.
San Felipe Neri

San Felipe Neri

Felipe Neri (1515-1595)

El italiano representaba una de las nuevas corrientes espirituales de la Contrarreforma, pues fundó la Congregación del Oratorio, un tipo de comunidad formada por sacerdotes y laicos vinculados sin votos ni promesas solemnes, y que conceden gran relevancia a la adoración al Santísimo Sacramento.
Una copia de José de Ribera de la santa abulense, Teresa de Jesús

Una copia de José de Ribera de la santa abulense, Teresa de JesúsMuseo del Prado

Teresa de Jesús (1515-1582)

Nacida el mismo año que Neri, esta monja humilde y decidida que, junto con Catalina de Siena, es la primera mujer reconocida como doctora de la Iglesia (1970). Una de las escritoras españolas más influyentes, una de las místicas más profundas y que más huella ha dejado en casi todos los santos posteriores; su poso es evidente, por ejemplo, en Camino, de san Josemaría Escrivá, fundador del Opus Dei. Si este santo aragonés llamaba a los laicos a santificarse en las labores cotidianas, la abulense buscaba a Dios entre ollas y pucheros. Se lee en el punto 85 de Camino: «Despacio —Mira qué dices, quién lo dice y a quién. —Porque ese hablar de prisa, sin lugar para la consideración, es ruido, golpeteo de latas. Y te diré, con Santa Teresa, que no lo llamo oración, aunque mucho menees los labios».
San Isidro Labrador

San Isidro Labrador

El campesino Isidro (siglos XI–XII)

El santo medieval madrileño que, en aquella magna canonización de marzo de 1622, era el único seglar. Sus restos y los de su esposa descansan incorruptos —así constaba en 1985— en la Real Colegiata de San Isidro (calle Toledo), y en varios puntos de la capital española se pueden observar los rastros de su vida. Por ejemplo, el Museo de San Isidro, situado muy cerca de la Almudena, recibe también el nombre de Museo de los Orígenes de Madrid, y en su interior se halla el pozo al que, según la tradición, se cayó su hijo. Al enterarse de la desgracia, el santo labriego rezó a la Virgen, y el agua subió vertiginosamente hasta el borde del brocal, de modo que Isidro y su mujer pudieron rescatar al niño. Desde mucho antes de su canonización oficial en 1622, el agricultor Isidro —que trabajaba para Juan de Vargas— y su esposa María Toribia —más conocida como María de la Cabeza— eran venerados por el pueblo. Existen varias crónicas, algunas más o menos próxima a su época, y numerosas leyendas piadosas. Fuera de toda duda queda la devoción sacramental de Isidro: asistía diariamente a misa y fundó una congregación que aún subsiste. Huyó un tiempo de Madrid, debido a la persecución almorávide, y en Torrelaguna conoció a María Toribia.
Ignacio de Loyola y Francisco Javier

Ignacio de Loyola y Francisco JavierPaula Andrade

Loyola y Francisco Javier

Los dos jesuitas suponen un jalón esencial en la renovación y expansión apostólica de la Iglesia. Ni entonces ni hoy es posible entender la Barca de Pedro sin la Compañía de Jesús. Disuelta a finales del siglo XVIII por tensiones políticas —la película La misión (Roland Joffé, 1986) nos las anticipa—, y reinstaurada cuarenta años más tarde por Pío VII, uno de sus hijos, Jorge Mario Bergoglio, ocupa hoy la sede apostólica de Roma con el nombre pontificio de Francisco. Si en Nagasaki había sido crucificado Pablo Miki, a pocos kilómetros de Hiroshima se encontraba Pedro Arrupe, cuando en agosto de 1945 estalló la bomba atómica. Testigo de aquella catástrofe —como narraría en el libro Yo viví la bomba atómica—, se empeñó desde el primer momento en atender a un centenar y medio de víctimas. También en una guerra se forjó Ignacio de Loyola (1491–1556), cuyas heridas defendiendo Pamplona le acabaron sirviendo para dejar las armas, consagrarse a los estudios y a Dios, y fundar la Compañía. Esa guerra de Loyola que el navarro Javier (1506–1552) la vivió desde el otro bando.
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