Audiencia general
Como cada miércoles, el Papa Francisco ha recorrido la plaza de San Pedro en el papamóvil, saludando a los allí congregados y besando las cabezas de los niños a su paso. En esta ocasión, el Santo Padre ha celebrado su octava catequesis sobre el valor de la ancianidad, titulada: Eleazar, la coherencia de la fe, el legado del honor.
Durante su catequesis el Pontífice ha reivindicado la práctica de la fe, que «no es cosa de viejos». «La práctica de la fe es considerada como una exterioridad inútil e incluso nociva, como un residuo anticuado, como una superstición enmascarada», ha señalado, al tiempo que ha avisado de que también hay «mucha hipocresía clerical».
La presión que se ejerce mediante esta «fuerte crítica indiscriminada» sobre las nuevas generaciones ha sido lo que Francisco ha criticado. Esta connotación negativa que asume la fe en la sociedad a veces toma la forma de «ironía cultural» que incluye «una marginación oculta».
«El honor de la fe se encuentra periódicamente bajo la presión, también violenta, de la cultura de los dominadores, que trata de envilecerla tratándola como un hallazgo arqueológico, vieja superstición, terquedad anacrónica», ha asegurado el Pontífice.
Para los ancianos, un llamamiento a ser custodios de la fe: «Nos corresponde precisamente a nosotros, los ancianos, devolver a la fe su honor. La práctica de la fe no es el símbolo de nuestra debilidad, sino más bien el signo de su fuerza», ha pedido Francisco.
Para el Papa, considerar la fe como «una espiritualidad» y «no una práctica» proviene de una «antigua gnosis heterodoxa» y es todavía hoy «una insidia muy poderosa y muy seductora».
«La fidelidad y el honor de la fe, según esta herejía, no tienen nada que ver con los comportamientos de la vida, las instituciones de la comunidad, los símbolos del cuerpo», ha reflexionado. En este sentido, ha apuntado que el problema es que la «radicalización gnóstica» de esta verdad anula el realismo de la fe cristiana, que sin embargo debe pasar siempre a través de la «encarnación» y «vacía también su testimonio».
Al saludar a los fieles polacos que se encontraban este miércoles en la plaza de San Pedro, ha encomendado a la Virgen la paz en Europa. «En Jasna Góra recordaron al beato cardenal Wyszynski, que les enseñó a confiar en María en los momentos más difíciles de su historia. Siguiendo su ejemplo, encomienden a la Virgen el destino de su patria y la paz en Europa», ha dicho.
Y al dirigirse a los italianos, tras referirse, como es habitual, a los ancianos, enfermos, jóvenes y recién casados, el Pontífice ha invitado a venerar «a la Madre de Jesús con confianza filial», con motivo del comienzo del mes mariano. «Mírenla como maestra de oración y de vida espiritual», ha instado.
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