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29 de abril de 2024

'La caída de Cristo en el camino al Calvario' de Giovanni Domenico Tiepolo

'La caída de Cristo en el camino al Calvario' de Giovanni Domenico Tiepolo

El Viacrucis de Gerardo Diego (Estaciones sexta, séptima y octava)

Esta sexta estación, recogida por la tradición cristiana, desarrolla una escena que no está recogida en los evangélicos canónicos: una mujer, de nombre Verónica, sale de entre el gentío para enjugar el rostro de Jesús, envuelto en sangre, y en el paño que utiliza queda recogido dicho rostro. El poeta comienza la décima describiendo con todo dramatismo cómo las sienes de Jesús –que lleva una corona de espinas en la cabeza– se van llenando de sangre hasta el extremo de cubrirle los ojos (adviértase la propiedad con que están empleados los verbos, que dotan a la escena de una macabra plasticidad: «fluye», «cegarte»); más aún, los «hilillos rojos» de la sangre le van amoratando paulatinamente la cara. Hasta aquí, la primera redondilla de la décima. Esta imagen provoca la reacción de la mujer llamada Verónica, que absorbe con un paño la sangre de Jesús («enjuga»), a la vez que le besa. Los dos versos finales de la décima describen cómo el rostro de Jesús, que refleja un profundo sufrimiento («faz agónica») queda impreso en el paño empleado (y de ahí que el poeta emplee con toda propiedad la palabra «lienzo» para referirse al paño, porque de alguna forma en él se pinta esa «faz agónica»). El poeta emplea en cuatro versos formas verbales al final de los mismos, que obviamente facilitan la consonancia de las rimas; pero estos versos no se ubican de cualquier modo en el conjunto de la décima: uno cierra la primera redondilla (/-énes/), otro inicia la segunda redondilla (/-ésa/), y los otros dos sirven de transición entre ambas, repitiendo la rima del anterior (/-énes/) y del posterior (/-ésa/); es decir: «tienes/vienes/atraviesa/besa». El poeta sigue combinando la tercera persona con la primera, para mantener un monodiálogo en presente de indicativo con la figura de Jesús, aumentando la fuerza expresiva del texto.

Sexta Estación
​[Verónica limpia el rostro de Jesús]

Fluye sangre de tus sienes
hasta cegarte los ojos.
Cubierto de hilillos rojos
el morado rostro tienes.
Y al contemplar cómo vienes,
una mujer se atraviesa,
te enjuga el rostro y te besa.
La llamaban la Verónica.
Y exacta tu faz agónica
en el lienzo queda impresa.

La segunda de las décimas tiene como trasfondo un fragmento del Géneris (1:26-27): «Y dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza […]. Dios creó al hombre a imagen suya, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó». Y de ahí que el poeta desee tener siempre presente la imagen de Jesús, «firme a olvido y a mudanza», manteniendo indeleble su recuerdo en el fondo de su alma, porque la «dolorida faz» recogida en el paño de la Verónica es el anticipo de «blancas promesas de paz» y de «luz eterna». Sin duda, Diego tiene presente al futuro Cristo de la Redención; y, de hecho, el último verso parece inspirado en el evangelio de San Juan (8:12): «Y Jesús les habló otra vez, diciendo: Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida». Y eso es lo que «la huella» del Señor trae al ánimo del poeta, convertida en todo un símbolo de vida, de paz… El poeta tiene, pues, plena «confianza» en Jesús, al que se ha dirigido en vocativo, invocándolo: «Señor». La proposición condicional («Si en mi alma dejas huella…) queda, por tanto, fuertemente atenuada por la certeza del poeta en las bondades que la imagen de Jesús lleva aparejada para el ser humano. En cuanto a la décima, quizá plantee la dificultad de las rimas en -anza de los versos 1, 4 y 5 (una dificultad con la que ya se enfrentó Diego a la hora de componer su célebre soneto El ciprés de Silos, según nos comentó el propio poeta en su día; al margen de que se trate de una rima considerada como poco poética); así como la de los versos 8 y 9, a base de terminaciones en palabras monosílabas («paz/faz»), que además de aportar musicalidad, garantizan las ocho sílabas métricas del octosílabo.
Si a imagen y semejanza
tuya, Señor, nos hiciste,
de tu imagen me reviste
firme a olvido y a mudanza.
Será mayor mi confianza
si en mi alma dejas la huella
de tu boca que nos sella
blancas promesas de paz,
de tu dolorida faz,
de tu mirada de estrella.

Séptima estación

En esta primera décima asistimos a la segunda caída de Jesús, convertido ya en «un humano escombro» –la sonoridad del verso hace más intenso el dramatismo de la metáfora–, ante la renuncia de un «violento» Cireneo a seguir llevando la cruz, que ahora gravita sobre un «único hombro», el de Jesús; una cruz descrita en una triada de adjetivos que agrandan las dificultades que implica su transporte: «total, maciza, profunda» («total», en el sentido de que ya nadie ayuda le a Jesús a cargar con ella; «maciza», en cuanto a su solidez; y «profunda», es decir, cuyo peso penetra muy adentro; en cualquier caso, los aspectos connotativos de estos tres adjetivos acentúan la dificultad de acarrear con la cruz y justifican en alguna medida la nueva caída de Jesús). Y hablando de adjetivos, reparemos en el primero de los versos: «Largo es el camino y lento»; dos adjetivos situados en los extremos del verso, que en cierto modo presentan la aliteración del fonema lateral alveolar /l/ en posición inicial: «largo», en efecto, al ir cargado con la cruz –algo menos de 900 metros hasta el Gólgota–; y «lento» no tanto el camino, cuanto el paso de Jesús; ante lo cual, «el Cireneo se rinde» y deja a Jesús solo con la cruz, hecho «un humano despojo». En los versos 6 a 10, Diego se las ha ingeniado para efectuar una selección léxica en que abundan las consonantes nasales, así como el fonema vocálico cerrado posterior /u/, todo lo cual añade un clima fonético sombrío a la expresión. Compruébese: «deja que la cruz se hunda / total, maciza, profunda, / sobre aquel único hombro. / Y como un humano escombro / cae Jesús, por vez segunda». Pero es, sin duda, la metáfora «un humano escombro», para referirse a la imagen de Jesús, la más desgarradora, al darle corporeidad humana al escombro, que es el desecho que queda tras derribar algo. Así es la imagen que presenta Diego de Jesús en su segunda caída: una pura ruina, aun cuando no haya perdido su humanidad. La décima presenta esta combinación de rimas consonantes, algunas de las cuales tienen su dificultad: a(-énto) b(-índe) b(-índe) a(-énto) / a(-énto) c(-únda) / c(-únda) d(-ómbro) d(-ómbro) c(-únda)

Séptima Estación
[Jesús car por segunda vez]

Largo es el camino y lento,
y el Cireneo se rinde.
Él se ha trazado una linde
en su oscuro pensamiento.
Mientras disputa violento,
deja que la cruz se hunda
total, maciza, profunda,
sobre aquel único hombro.
Y como un humano escombro
cae Jesús, por vez segunda.

En esta segunda décima, el poeta vuelve a recurrir a las interrogaciones retóricas, esta vez en tres ocasiones. En las dos primera se pregunta por la razón de la segunda caída de Jesús, aunque sospecha que esconde algún simbolismo: «¿Otra vez, Señor, en tierra, / abrazado a tu estandarte?» […] «¿qué oculto sentido encierra?». El «estandarte» es la forma de referirse metafóricamente a la cruz, palabra precedida de un posesivo de segunda persona que la hace suya: «tu estandarte». Y llama la atención la expresión «insistente postrante», no solo por la aliteración del fonema oclusivo dental sordo /t/ (cuya escritura bien pudiera sugerir una cruz), sino por el empleo inusitado del participio de presente «postrante», que insiste en la humillación de Jesús caído en tierra. Sin embargo, el poeta encuentra súbitamente las oportunas respuestas: «Mas ya te entiendo». Adviértase el valor adversativo de la conjunción «mas» encabezando la oración, y que sirve para oponer lo anteriormente dicho a lo que se va a decir a continuación. El poeta batalla, como si de una guerra se tratara, por seguir a Jesús, alistado en su estandarte, pero es consciente de que, como él, va a caer «en tierra malherido», reconociendo así la imperfección de la condición humana. Y la nueva interrogación retórica («¿y no he de alzarme más?») es, en realidad, una manifestación de fe, pues tiene plena confianza en que Jesús le tenderá la mano cada vez que la necesite, y cuando se produzcan sus caídas («transido caeré ene tierra y malherido»). Y otra vez el «Yo» del poeta ante el «Tú» de Jesús, que acrecienta la impresión de diálogo real. La enorme sonoridad del penúltimo verso –casi todos sus vocablos son monosílabos–, rematado por el que cierra la estrofa («Yo sé que Tú me darás / la mano, si te la pido») acentúan la idea de que, ante caídas similares a las de Jesús –obviamente en sentido metafórico–, el poeta está convencido de que le tenderá su mano salvadora. Las rimas de la décima son bastante sonoras, y siguen este esquema: a(-érra) b (-árte) b (-árte) a(-érra) / a(-érra) c(-ído / c(-ído d(-ás) d (-ás) c(-ído.
¿Otra vez, Señor, en tierra,
abrazado a tu estandarte?
Ese insistente postrarte
¿qué oculto sentido encierra?
Mas ya te entiendo. En la guerra
por ti luchando, transido
caeré en tierra y malherido,
¿y no he de alzarme ya más?
Yo sé que Tú me darás
la mano, si te la pido.

Octava estación

Evangelio de San Lucas 23:27-28

«Lo seguía un gran gentío del pueblo, y de mujeres que se golpeaban el pecho y lanzaban lamentos por él. Jesús se volvió hacia ellas y les dijo: 'Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, llorad por vosotras y por vuestros hijos'»
La primera de las décimas se inicia con una oración exclamativa formada por cuatro versos, aun cuando Diego no haya empleado los signos de exclamación. Ese «qué» con que arranca la décima es, pues, un adjetivo exclamativo con que se ponderan las cualidades, en este caso negativas, de lo designado por el nombre al que modifica y que, además, va antecedido de un calificativo: «Qué vivo dolor…». Y ese dolor compunge a todo tipo de mujeres, ya sean «madres, hermanas, esposas», si bien el poeta se apresta a aclarar que Jesús no es el responsable de la pesadumbre que les aqueja. Y el poeta, forzado por la rima, se refiere a Jesús como «crucifige», palabra latina, inexistente en castellano, que podría en el contexto traducirse por «el que va a ser crucificado», aunque hablando con propiedad no se trate de la adaptacóòn de un participio de futuro. Pero lo cierto es que así resuelve Diego la rima /-íge/ de los versos 1, 2 y 5 («aflige/crucifige/dirige». Y Jesús les habla a las mujeres de Jerusalén, pidiéndoles que canalicen su llanto hacia ellas mismas y hacia sus hijos, y no tanto hacia Él. Y de nuevo la rima que exigen los versos 8 y 9 (aguda con el fonema vocálico cerrado anterior /i/) fuerza los monosílabos «sí/mí». De igual manera, Diego ha necesitado, para completar la décima, que tres palabras rimen en consonante /-én/ (son las palabras agudas de los versos 6, 7 y 10 («bien/Jerusalén/también»). Y es el propio poeta el que exhorta a esas «mujeres piadosas» («piadosas» porque exhiben conmiseración) de Jerusalén a que escuchen las palabras de Jesús: «Sus palabras, oídlas bien»; con lo cual el poeta se entremezcla, como un personaje más, en los hechos acontecidos, aumentando su implicación emocional y el clímax poético. La décima, en cuanto a rimas, queda, pues, de esta manera: a(-íge) b(-ósas) b(-ósas) a(-íge) / a(-íge) c(-én) / c(-én) d(-í) d(-í) c(-én).

Octava Estación
[Jesús consuela a las mujeres que lloran por él]

Qué vivo dolor aflige
a estas mujeres piadosas,
madres, hermanas, esposas,
sin culpa del crucifige.
Jesús a ellas se dirige.
Sus palabras, oídlas bien.
-Hijas de Jerusalén.
Llorad vuestro llanto, sí,
por vosotras, no por mí.
Por vuestros hijos también.

La segunda décima se inicia con un plural sociativo, al pedirle el poeta a Jesús que también llore por él («Por nosotros mismos, cierto»). Y con una interrogación retórica de enorme eficacia expresiva, precedida de la conjunción adversativa «Pero» –para oponer actitudes–, Diego lo que en realidad afirma es que toda la Humanidad llora por Jesús y su destino («Pero ¿quién por ti no llora?»). El poeta quiere contraponer su tibieza –su posible indiferencia– ante la frialdad –ya casi la rigidez– de un Jesús próximo a la muerte. Y a partir del verso 5, y extendidos al 6 y al 7, el poeta los inicia con imperativos que alcanzan el tono de fuerte súplica a Jesús: «Riégame» (verso 5), «Quiébrame» (verso 6), «Ábreme» (verso 7). Los versos 5 y 6 mantienen la misma estructuras paralelística: verbo en presente de imperativo («Riégame/Quiébrame») + determinante demostrativo («este/esta») + adjetivo epíteto («estétil/torva») + nombre («huerto/frente»). En cuanto al verso 8, las leves modificaciones en la reiteración de la construcción paralelística (cambio de determinante y de posición del adjetivo) vienen exigidos por el número de sílabas del verso y el tipo de rima («Ábreme»: verbo en presente de imperativo + «una»: determinante indefinido + «vena»: nombre + «ardiente»: adjetivo epíteto). A partir del verso 5, la adjetivación se va haciendo cada vez más dura, ya sea con los calificativos antepuestos al nombre («estétil huerto», «torva frente», «dulce y amargo llanto», cegada frente) o con el calificativo pospuesto («vena ardiente»). Y no hay duda de que el verso 8 es todo un hallazgo poético, porque se combina una sinestesia y a la vez una antítesis con ribetes de oxímoron («dulce y amargo llanto»), un verso cargado de simbolismo que dota al llanto del poeta de un sentido trascendente. Incluso es relevante, por su sonoridad y significación, la similicadencia del verso 9: «y espanta de mí este espanto». En definitiva, el poeta le suplica a Jesús que escuche su «dulce y amargo llanto», y que transforme su «estéril huerto» y «cegada fuente» que lo llenan de «espanto». En esta ocasión, la consonancia de las rimas no parece ofrecer mayores problemas (en todo caso puede llamar la atención la presencia del fonema oclusivo dental sordo /t/ en la palabra final de todos los versos, menos del segundo y el tercero: «cierto/yerto/huerto/frente/ardiente/llanto/espanto/fuente»): a(-érto) b(-óra) b(-óra) a(-érto) / a(-érto) c(-énte) / c(-énte) d(-ánte) d(-ánte) c(-énte)
Por nosotros mismos, cierto.
Pero ¿quién por ti no llora?
Haz que llore hora tras hora
por mí tibio y por ti yerto.
Riégame este estéril huerto.
Quiébrame esta torva frente.
Ábreme una vena ardiente
de dulce y amargo llanto,
y espanta de mí este espanto
de hallar cegada mi fuente.

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