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'Cristo coronado de espinas' de Giandomenico

'Cristo coronado de espinas' de Giandomenico

Viacrucis de Gerardo Diego (Estaciones novena, décima y undécima)

La primera de las décimas de la novena estación recoge la tercera caída de Jesús, entre las burlas del populacho (el poeta distingue «mofas» y «risas»: la mofa implica la burla con escarnio, mientras que la risa es la simple demostración de alegría). Y recuerda las dos caídas anteriores, añadiendo ahora el dato de que «la rota túnica pisas»; y lo hace mediante un expresivo hipérbaton que anticipa el complemento al verbo; un complemento que al estar formado por adjetivo («rota»)+nombre esdrújulo («túnica»), permite un curioso «juego fonético» de sorprendentes efectos sonoros: «rota túnica». Y de nuevo el poeta se implica en la tragedia que ante sus ojos se representa, ya que la nueva caída le sirve a Jesús para postrarse ante sus pies («tendido a mis pies te ofreces», verso en el que otro hipérbaton coloca el verbo al final del mismo. En los cuatro versos siguientes, el poeta expresa su perplejidad ante inédito de la situación: «Yo no sé a quién me pareces, / a quién me aludes así. / No sé qué haces junto a mí, / derribado con tu leño». Ignorancia («Yo no sé…» -oración dos veces repetida, la primera de las cuales va precedida por el «yo» enfático que señala inequívocamente al propio poeta-), interrogación –indirecta– que carga el desconocimiento en el pronombre interrogativo («a quién me pareces, / a quién me aludes…»). Y ahora el poeta se refiere a la cruz con otra metonimia de la materia por el objeto: «leño», voz no empleada con anterioridad. Lo dos versos que rematan la estrofa presentan al poeta dubitativo que indaga si la experiencia vivida es real o no pasa de ser un sueño. Tal es su nivel implicación: «Yo no sé si ha sido un sueño / o si es verdad que te vi» (caído en tierra ante sus propios pies). A la hora de elaborar la décima, el poeta ha recurrido a tres finales de verso con palabras terminadas en el fonema vocálico anterior cerrado /i/ («así/mí/vi»), que le confieren a la expresión ese tono lacerante que los acontecimientos narrados exige. La décima ofrece, pues, esta distribución de rimas consonantes, de acuerdo con el esquema tradicional: a(-éces) b(-ísas) b(-ísas) a(-éces) / a(-éces) c(-í) / c(-í) d(-éño) d(-éño) c(-í)

Novena Estación
[Jesús cae por tercera vez]

Ya caíste una, dos veces
la rota túnica pisas
y aún entre mofas y risas
tendido a mis pies te ofreces.
Yo no sé a quién me pareces,
a quién me aludes así.
No sé qué haces junto a mí,
derribado con tu leño.
Yo no sé si ha sido un sueño
O si es verdad que te vi.

En esta segunda décima, el poeta presenta sus continuas caídas; y lo hace acumulando diferentes palabras, aparte de la serie numérica, que expresan reiteración, y que el empleo de la coma se encarga de intensificar su significado. («otra vez más, y otra, y tantas»); sin embargo, cuanto más cae, más auxilio encuentra en las «espaldas santas» de Jesús, que le han servido de protección (el «pavés» es un escudo oblongo que se utilizaba para cubrir casi todo el cuerpo del combatiente; y aun cuando la palabra no sea de uso común, el poeta la ha elegido no tanto por la rima –que además–, cuanto por el hecho de que alude con toda propiedad a su capacidad protectora). Y ello lo asocia con las tres caídas de Jesús («Ahora siento bien cuál es / la razón de tus caídas»). Diego asocia las caídas de Jesús con su capacidad para perdonar a las almas que encuentran en el refugio («y a abrazarte las convidas») y no tienen nada que temer. El verso exclamativo «¡Oh, humilde remedo!» implica el seguimiento por una persona de las mismas huellas y ejemplos de otra; por lo que las caídas de Jesús, vinculadas a las del poeta, sugieren el camino de la redención. La décima incluye tres finales de verso agudos («tres/pavés/es»), pero no ofrece especiales dificultades técnicas (adviértase que seis de las palabras que riman contienen consonantes dentales): a(-és) b(-ántas b(-ántas) a(-és) / a(-és) c(-ídas) / c(-ídas) d(-édo) d (-éedo) c(-ídas).

Y yo caigo una, dos, tres,
y otra vez más, y otra, y tantas.
Siempre tus espaldas santas
me sirvieron de pavés.
Ahora siento bien cuál es
la razón de tus caídas.
Sí. Porque nuestras vencidas
almas no te tengan miedo
caes, oh humilde remedo,
y a abrazarte las convidas.

Décima estación

Evangelio de San Mateo 27: 33 -36

«Cuando llegaron al lugar llamado Gólgota (que quiere decir «La Calavera»), le dieron a beber vino mezclado con hiel; él lo probó, pero no quiso beberlo. Después de crucificarlo, se repartieron su ropa echándola a suertes y luego se sentaron a custodia».

La primera décima contrapone los conceptos de «desnudar» y «vestir»: aquel que «viste» la naturaleza y hace posible el florecimiento de rosas y lirios, es ahora «desvestido» de su ropaje, del que forma parte una túnica ensangrentada. Y continúa el sufrimiento de Jesús, cada vez más agrandado, lo cual explica el poeta con una epanadiplosis de gran relevancia poética: «Martirio entre los martirios»; es decir, que no ha habido ni habrá un martirio como el de Jesús; lo que justifica el verso siguiente («y entre las tristezas triste»), muy similar al anterior en cuanto a su estructura, pero con diferente ordenación de las palabras, que le dan al verso una dura sonoridad, al reiterar el fonema oclusivo velar sordo /t/ y la cabeza silábica /tr-/. Y de nuevo la contraposición «reviste/desnudas»: el rostro de Jesús se ruboriza ante su propia desnudez («¡Qué sonrojo te reviste, / cómo tu rostro desnudas»), mientras las «manos crudas» de sus verdugos le despojan de su vestimenta; «manos crudas», en efecto, es decir, crueles y despiadadas. Y los vestidos de Jesús, arrancados de su cuerpo, recogen todo el sudor y la sangre acumulados durante su camino con la cruz a cuestas hacia el Calvario por la Calle de la Amargura, hasta tales extremos que han quedado «teñidos», vocablo que aporta la fuerza plástica necesaria para aumentar el dramatismo de la visión de un cuerpo desnudo y torturado. La décima contiene algunas rimas consonantes algo complejas: versos 2 y 3: /-írios/ («lirios/martirios»); y versos 6, 7 y 10: /-údas/ («desnudas [verbo]/crudas/desnudas» [adjetivo]; la homografía, en este caso, no impide la clara percepción de la diferencia de significado y función sintáctica entre la forma verbal («tu rostro desnudas») y el adjetivo («carnes desnudas»).

Décima Estación
[Jesús es despojado de sus vestiduras]

Ya desnudan al que viste
a las rosas y a los lirios.
Martirio entre los martirios
y entre las tristezas triste.
Qué sonrojo te reviste,
cómo tu rostro demudas
ante aquellas manos crudas
que te arrancan los vestidos
de sangre y sudor teñidos
sobre tus carnes desnudas.

La segunda décima arranca en su redondilla inicial con la expresión del sentimiento de vergonzoso decoro que embarga a Jesús en su desnudez. Adviértase la selección léxica efectuada por el poeta para expresar este concepto: «pudores» (verso 1), «candideces» (verso 3), «rubores» (verso 4), nombres en plural por exigencias de la rima consonante, ya que dos de ellos («pudores/rubores») figuran a final de verso. A partir de aquí, la décima desarrolla la idea tan agustina (recuérdese la «Oda a la Vida retirada, de fray Luis de León, cuya última estrofa presenta al poeta ensimismado en plena naturaleza: «A la sombra tendido, / de hiedra y lauro eterno coronado, / puesto el atento oído / al son dulce, acordado, / del plectro sabiamente meneado») de cómo la divina Providencia regula el funcionamiento todo de la naturaleza, desde el nacimiento de las flores, hasta las auroras. Y el poeta hermosea esta naturaleza gobernada por la divinidad: «flores sonrosadas», «nubes […] de oro en las castas alboradas»… (los adjetivos tienen aquí un alto valor esteticista). Y el poeta concluye la décima con una optación, precedida de la interjección «ay», para expresar cierta congoja: desea que sus «flores marchitadas» –en alusión metafórica a sus caídas– vuelvan a su primitivo esplendor por la intercesión de Jesús. En cuanto a las rimas consonantes, es obvio que para poderlas encuadrarlas en la décima Diego ha tenido que recurrir a adjetivos como «invictas» (verso 3: «candideces invictas»; adjetivo que rima con la forma verbal «dictas», del verso 2) y «marchitadas» («flores marchitadas», adjetivo que rima con el adjetivo «sonrosadas» del verso 6, y con el nombre «alboradas» del verso 7), lo que, por otra parte, no resta mérito a la calidad de la versificación.

Bella lección de pudores
la que en este trance dictas,
tus candideces invictas
coloridas de rubores.
Tú, que has teñido las flores
de tintas tan sonrosadas,
que en las castas alboradas
las nubes vistes de oro,
ay, devuélveme el tesoro
de mis flores marchitadas.

Undécima estación

Evangelio de San Juan 19: 18-22

«Lo crucificaron y con él a otros dos, uno a cada lado, y en medio, Jesús. Pilato escribió un letrero y lo puso encima de la cruz: 'Jesús, el Nazareno, el rey de los judíos'».

En los cuatro primeros versos de la primera décima, Jesús da muestras de tranquilidad de ánimo, mientras es colocado en la cruz, y los verdugos preparan sus manos y pies para llevar a cabo la crucifixión. El proceso se inicia con una forma verbal (verso 2; «Te abren») y se cierra con otra (verso 4: «te prestas»); un Jesús, frente a los sayones, a la vez majestuoso («un pie y otro soberano») y, no obstante, que a todo se aviene –el adjetivo «manso» funciona como predicativo, de forma que queda realzado significativamente–. Y Jesús es colocado entre dos malhechores, Dimas y Gestas, y crucificado. La escena es descrita con enorme crudeza por el poeta: «desencajado por crueles / distensiones de cordeles, / te clavan crucificado». Y viene a continuación la lanzada en el costado derecho, que Diego dramatiza aún más al añadir «y te refrescan las hieles», que da cuenta de la profundidad de la herida infligida. Décima de gran dinamismo, con predominio de verbos que concatenan las sucesivas acciones, desde el momento de la crucifixión hasta la herida con la lanza en el costado que recibe Jesús: «te acuestas» (verso 1), «Te abren» (verso 2), «te prestas» (verso 4), «te clavan» (verso 8), «te punzan» (verso 9), «te refrescan» (verso 10). Los verbos en tercera persona del plural tienen sujetos indeterminados, porque es una violenta turba humana la que participa en la crucifixión; y de ahí el empleo de los adjetivos «desencajado» y «crueles» (versos 6 y 7: «desencajado por crueles / distensiones de cordeles». No parece que en esta ocasión la consonancia de las rimas resulta compleja: a(-éstas) b(-áno) b(-áno) a(-éstas) / a(-éstas) c(-éles) / c(-éles) d(-ádo) d(-ádo) c(-éles).

Undécima Estación
​[Jesús es clavado en la cruz]

Por fin en la cruz te acuestas.
Te abren una y otra mano,
y un pie y otro soberano,
y a todo, manso, te prestas.
Luego entre Dimas y Gestas,
desencajado por crueles
distensiones de cordeles,
te clavan crucificado
y te punzan el costado
y te refrescan las hieles.

En la segunda décima el poeta recuerda las palabras del evangelista San Juan (19:30): «Todo está consumado» (versos 1 y 2: «Y que esto llegue es preciso / y así todo se consuma»). El movimiento de la cabeza de Jesús augura el inminente final (versos 3 y 4: «y, a la carga que te abruma, el cuello inclinas sumiso»). Adviértase que el poeta sigue insistiendo en la idea de sumisión, porque Jesús acepta, con su muerte en la cruz, cumplir con el mandato divino. Y aún le quedan fuerzas para prometerle al buen ladrón un lugar, junto con Él, en el paraíso. El evangelio de San Lucas (23:42-43) refiere así este episodio: Y decía [Dimas, crucificado a la derecha de Jesús]: «Jesús, acuérdate de mí cuando entres en tu Reino». Jesús le dijo: «Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso». Y Diego tiene por seguras las palabras de Jesús: «Tierna lección / la de tus palabras ciertas» (versos 7-8 que conforman un quiasmo adjetivo-nombre+nombre-adjetivo); unas palabras que constituyen una «tierna lección» porque el arrepentimiento de Dimas es correspondido por Jesús con un sentimiento de conmiseración. En los dos últimos versos de la décima encontramos a un poeta que tiene presentes los clavos en las manos y en los pies de Jesús en la escena de la crucifixión, y que le ofrece sus propias manos y pies, en un acto simbólico de identificación con su persona. La décima no ofrece especiales dificultades técnicas en cuanto a la distribución de las rimas consonantes, una de ellas aguda, en los versos 6, 7 y 10): a(-íso) b(-úma) b(-úma) a(-íso) /a(-íso) c(-ón) / c(-ón) d(-értas) d(-ertas) c(-ón).

Y que esto llegue es preciso
y así todo se consuma,
y, a la carga que te abruma,
el cuello inclinas sumiso.
-Conmigo en el paraíso
serás hoy- al buen ladrón
prometes. Tierna lección
la de tus palabras ciertas.
Toma mis manos abiertas.
Tomas mis pies: tuyos son.

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