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MAÑANA ES DOMINGOJesús Higueras

«Y si hacéis bien solo a los que os hacen bien, ¿qué mérito tenéis?»

No te quiero para que me quieras, no te doy para que me devuelvas; lo hago porque he descubierto la belleza de gastar mi vida

Cuando Jesús invita a sus discípulos a ser imitadores del Padre celestial, les está pidiendo que entren en una nueva dimensión y en una nueva mirada sobre la realidad, pues no quiere que configuremos nuestras decisiones según la mentalidad del mundo sino sobre otra nueva mente más alta y más pura: la mente divina.

Es por esto que nos pide que aprendamos a amar a los que no nos aman y que hagamos el bien a aquellos que no lo van a hacer con nosotros, pues la vida no es un simple comercio de intereses materiales o sentimentales en los que siempre tengo que ganar algo.

La razón por la que el cristiano hace el bien está mucho más allá de una ética justa o de un proceso de autoayuda puramente psicológico. El verdadero motivo por el que nosotros amamos a todos, incluso a nuestros enemigos, es que somos previamente amados por el Padre celeste y queremos parecernos a Él. Yo no puedo ser igual a Dios en su poder o en su perfección pero sí puedo llegar a identificarme con Él por el camino del amor gratuito.

Jesús, como buen hijo, quiere parecerse a su Padre y nos invita a seguirle en ese camino interior que sabemos no es fácil, pero que nos lleva a descubrir el elemento más bello del amor: la gratuidad. No te quiero para que me quieras, no te doy para que me devuelvas; lo hago simplemente porque he descubierto la belleza de gastar mi vida en enriquecer interiormente a todos aquellos que se crucen en mi camino, sin esperar nada a cambio más que la comunión con Aquel que me amó así.

Es fácil caer en el enfado y la decepción cuando vemos que algunas personas a las que hemos dedicado nuestro tiempo y nuestro esfuerzo, no agradecen los bienes recibidos e incluso nos ignoran o maldicen por no ser de su agrado. Es el momento de la prueba en la fe, pues Cristo nos ha amado a todos así y son muchas las veces que no le hemos querido corresponder como se merece y aún así no se ha cansado de amarnos.

Es bueno de vez en cuando revisar nuestras relaciones con los demás, para purificarlas de intereses particulares y poder querer a todos con el mismo estilo con el que Cristo quiere a cada ser humano.

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