No siempre resulta sencillo decirle que no a unos buenos huevos fritos con morcilla
Por qué no se come carne en Cuaresma y qué diferencia hay entre ayuno y abstinencia
El ayuno y la abstinencia son prácticas esenciales en la vida cristiana, especialmente en Cuaresma. Más allá de la renuncia externa, son un camino de conversión del corazón que la Iglesia propone desde los primeros siglos, con un fundamento bíblico y teológico profundo
No tiene que ver con un recurso más de las dietas milagro, ni tampoco con la práctica intermitente tan de moda gracias a las redes sociales. El ayuno cristiano, y más en concreto el ayuno de Cuaresma, es una propuesta espiritual que va mucho más allá de saltarse alguna comida.
Desde los primeros tiempos del cristianismo, el ayuno ha sido considerado como una herramienta espiritual poderosa entre aquellos que quieren crecer en su relación con Dios. De hecho, el origen de esta praxis hunde sus raíces mismas en el Antiguo Testamento y era una práctica habitual en el pueblo de Israel.
En el Evangelio, se narra cómo Jesús mismo ayunó durante cuarenta días en el desierto antes de comenzar su misión (Mt 4, 2), y en el Sermón de la Montaña lo daba por sentado entre sus oyentes, aunque dejó claro que el ayuno debe ir unido a la humildad para que sea eficaz: «Cuando ayunéis, no pongáis cara triste como los hipócritas» (Mt 6,16).
El Catecismo de la Iglesia, en su punto 2043, enseña que «el ayuno y la abstinencia disponen al hombre para los gozos de Dios». Es decir, que no se trata de una mera práctica penitencial a modo de renuncia a comer (salvo una «frugal colación» a lo largo del día), sino de un acto positivo para abrir el alma a la gracia y dominar los deseos del cuerpo para fortalecer el espíritu.
En la actualidad, la Iglesia establece sólo dos días de ayuno y abstinencia obligatorios para los fieles: el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo. Además, pide abstenerse de carne los viernes, especialmente los de Cuaresma, en recuerdo del sacrificio de Cristo. Aunque, como el ayuno, la abstinencia no es solo una norma disciplinaria: tiene un significado arraigado en la tradición cristiana.
¿Por qué la abstinencia de carne?
La práctica de no comer carne los viernes se remonta a los primeros siglos de la Iglesia. En la mentalidad judía y cristiana antigua, la carne simbolizaba el alimento de los ricos, el placer y la festividad. Abstenerse de ella era un signo de renuncia y penitencia.
Ya san Basilio de Cesarea, en el siglo IV, recordaba que «el ayuno es el arma que nos libra de la esclavitud del pecado y nos hace semejantes a los ángeles». Será en la Edad Media cuando la Iglesia promueva oficialmente la abstinencia de carne los viernes, porque ese era el día en que Cristo entregó su vida en la cruz. No era solo una privación material, sino un recordatorio del sacrificio de Jesús.
El Papa Francisco ha ampliado esta visión, recordando que el verdadero ayuno no consiste sólo en privarse de comer, sino en renunciar a aquello que nos aleja de Dios. Por ejemplo, cuando propuso practicar un «ayuno de palabras negativas».
«Apagar la televisión y abrir la Biblia»
Otro padre de la Iglesia, san Juan Crisóstomo, también proponía «No digas: ‘He ayunado de comida’. Pregúntate si has ayunado de malas palabras, de ira y de rencor». Signo inequívoco de cómo la Iglesia ha entendido el ayuno como un ejercicio integral, que abarca lo material y lo espiritual.
Por ese motivo, hoy es frecuente encontrar propuestas pastorales más actualizadas y que impliquen un mayor sacrificio. Por ejemplo, la renuncia a las redes sociales, o el «ayuno digital» reclamado en varias ocasiones por el Papa Francisco: «La Cuaresma es un tiempo para apagar la televisión y abrir la Biblia», señaló en 2020.
Porque la verdadera penitencia cristiana no es un sacrificio vacío, como explica el Catecismo: «La penitencia interior es una reorientación radical de toda la vida, un retorno, una conversión a Dios con todo nuestro corazón».
Así, según el Magisterio de la Iglesia, el ayuno no es un fin en sí mismo, sino que debe ir acompañado de oración y limosna, es decir, de atención a Dios y al prójimo. Porque, como decía san Agustín, «el ayuno y la limosna son las dos alas de la oración, que la elevan hasta el cielo».